Es
obvio que nuestras vidas se insertan, van en paralelo, se cortan, etc. con
otras vidas y muy especialmente con las más próximas en el espacio y el tiempo:
en ellas cobran ciertos sentidos. Es por ello que a los hijos, como dice
Serrat, “Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones/con la leche
templada/y en cada canción”. Así mamamos tradiciones más o menos ricas o empobrecedoras, cosmovisiones,
que nos condicionan en tanto que las aceptamos o no, por completo o parcialmente,
las debatimos… Así me ocurre a mí con las películas “de miedo” y “las
fantásticas”: no las soporto. Tampoco los libros en sí cuyo contenido se abisma
en mundos irreales, con compleja conexión con los muchos que han sido, son o
pueden ser en mi fantasía… no me atraen. Ni el cine ni los libros de este
estilo me agradan. Creo todo ello es
básicamente herencia de los gustos de mi madre. (Tampoco me gustaban de
niño las películas “de amores” o “de cantos” que ponían en el único canal de la
época, la única tele que entonces
había, en las llamadas SESIÓN DE TARDE de los sábados. “Si es de amores o de…
no me llames”, advertía yo, aunque era de sobra conocida mi preferencia por otros
géneros).
Escrito
esto, añado: no vi completa la película de François
Truffaut realizada sobre esta novela de Ray Bradbury. Fueron varias veces las
que, siendo niño la pusieron. Veía cómo los bomberos se dedicaban a quemar
libros al comienzo de la peli (es posible que me falle el recuerdo y estoy a la
espera de recibirla y poderla ver ahora), ¿cómo era posible, dónde se había
visto que los bomberos se dedicaran a quemar en vez de a apagar incendios y,
por si fuera poco, quemaban libros, bibliotecas? “¡Imposible!”, supongo que me
diría y no soportaba el verla.
He leído el libro con avidez y gusto, y
eso que me hice de un ejemplar pésimo, viejo, de segunda mano, de cuando todo
era más precario y he estado cogiendo hojas sueltas a ratos y recomponiéndolo.
La cola usada permitía que las hojas sueltas cayeran y el libro crujiera por el
lomo –conozco perfectamente el sonido-… y otro taquito de hojas mal pegadas se
desgajaban.
La hondura del libro no lo hace apto
para todos los públicos. Una obra de esta índole, que nos introduce en un mundo
diatópico, donde el autor apuesta ya en 1953 por mostrarnos una humanidad
deshumanizada: lo que para él podría ser otra
etapa de oscuridad en la humanidad. Grandes avances técnicos, una sociedad
que busca las relaciones impropiamente humanas, donde el sufrimiento, el dolor
es apartado por medios químicos a base de pastillas que nos recuerdan el soma
de Huxley. Un mundo donde todos parecen felices, donde todo marcha con arreglo
a un ritmo previsto, sincronizado… ¡hasta que el protagonista de la obra, Guy Montag, un bombero, descubre
por medio de una chica, Clarisse, que todo ese mundo donde viven es falso por deshumanizado! Han desaparecido
las conversaciones: el hombre, ese animal que se relaciona, que cuenta, que
narra, que se ríe… ha sido anulado y con ello las relaciones con los otros. El
olor de la hierba ha desaparecido, la lluvia parece no mojar. Montag está casado, pero cree no
amar a su esposa Mildred: en realidad llega a comprender que ni siquiera la conoce. Los hijos
se convierten en una carga absolutamente indeseable y, si se produce el
accidente de tenerlos, hay que paliar en lo posible su realidad enviándolos
lejos, a internados, etc. Se vive solo para el placer y vivir emociones fuertes,
los auriculares aíslan de los demás, ¿les suena a conocido todo esto? Los
sentimientos que nos alejan de los animales nos debilitan, pero nos humanizan…
en el mundo de Fahrenheit 541 han
desaparecido.
Todo ello nace del olvido de la
historia. La historia que los libros cuentan de mil modos distintos, desde que
se empezaron a escribir, con sus poemas, sus novelas, su teatro…, sus
filósofos…, con sus religiones solo entorpecen la vida feliz que todos ansían y
parecen haber alcanzado. Es por esto que los libros deben ser quemados: los
libros nos ayudan a conocer, a pensar y eso ¡nos complica la vida! Por eso los
bomberos deben quemarlos.
En el siglo XX, sin esforzarme demasiado,
conozco y he leído unas cuantas novelas distópicas: Un mundo feliz (1932), 1984
(1949), Parábola del náufrago (1969),
Gorrión solitario en el tejado
(1972)… que nos han ido anunciando catástrofes que en parte se han cumplido, han
profetizado situaciones que hoy vivimos… y otras que no son o aún no son
exactamente.
Ignorar la historia y la literatura es romper
en gran medida con el mundo de origen. Cierto que ya no es cierta aquella frase
clásica “allí donde vayas, tú serás la polis”, porque la polis griega
desapareció, y el mundo del que venimos, donde se halla el locus de nuestro origen se esfuma, es por ello que para muchos, que
vamos siendo viejos, la realidad en torno se hace difícil, precaria,
ininteligible a ratos… como le sucede a Guy
Montag, el protagonista de la novela: ya sé que el rey
está desnudo, pero ¿dónde está mi ropa?
Vamos a ver, Antonio, qué te puedo escribir.
ResponderEliminarEsa novela la leí hace algo más de diez años, calculo. Me gustó.
Pienso que es bueno decir las cosas que a uno le gustan; no es síntoma de debilidad.
Coincido contigo (en muchas cosas y) en que las generaciones que van viniendo tienen que contar con los libros ya escritos.
Curiosamente, a mí me gustan las películas futuristas, e incluso sobre un futuro más bien negro, PERO no paso de ahí, después está la realidad, y la peli fue un entretenimiento. Por ejemplo me gusta Soy leyenda (2007), pero difícilmente la aconsejo, precisamente por el futurismo negro.
Gracias, Antonio, por tu artículo; un abrazo desde Granada
Perdona, Fernando, no comprendo del todo tu comentario.
ResponderEliminarSí te diré que pedí la peli, como dije en la entrada del blog y la vi. Me pareció mejor articulada la novela que la película porque ésta -quizá por el momento en que se rodó- carecía de los medios que Bradbury imaginó en su novela, o bien Truffaut y sus guionistas sencillamente quisieron una adaptación libre. Lo que sí he entendido tras ver la película es que no es en absoluto atractiva para los chicos a quienes pensé que se podría proyectar como apoyo posterior a la lectura de la novela. Creo que no la entenderían. Se necesita una madurez intelectual que ellos no tienen: no sabrían traducir determinados detalles de las imágenes y quizá se aburriesen (cuando les pongo obras de teatro en blanco y negro… les cuesta verlas con atención; e incluso obras de teatro… a veces también porque no alcanzan a comprender los cambios de medios artísticos, la lentitud general del desarrollo de las escenas, la inmovilidad de los escenarios, etc.).
Gracias por tus comentarios.