16 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Novela negra gamberra (I).



         Algunos de ustedes, por medios que no son escritos –que siempre dejan huella: scripta manent- me dicen que si es necesario tanto rollo para explicar lo que en las dos entradas anteriores servidor contó. Ignora servidor si lo era o no, pero sí le consta que raro es lo simple en esta vida y que más vale explicarse bien y por menudo que no en trazo grueso y mal, pero esto es opinión y, como toda opinión, en absoluto respetable.

         Escrito esto, sigo. Una vez explicado cómo actúa la nomenklatura para salvaguardar la decencia laicista –esas virginales conciencias de las señoritas mojigatas de la izquierda-, de esa nueva religión que es lo políticamente correcto. Hecha ya la quema inquisitorial del libro de Ochoa donde actúan ellas –como sacerdotisas y peluqueras- previo juicio y contra el veredicto de los jueces: quémese al hereje, aunque el juez lo declaró inocente… (la Inquisición era más llevadera: otros vendrán que bueno me harán; los llamados órganos de Stalin dejaron estas y otras secuelas). Podemos pasar ya a lo sustantivo de todo esto, a lo importante… Hemos mirado a las perrillas que nos ladraron en el camino, insisto: las hemos mirado. No las hemos despreciado, mas no hay más remedio que seguir adelante.

         El principio del filosofar platónico comienza donde lo dejó Sócrates, es decir, en la intención en el obrar. Bien está que toda obra en su comienzo sea de intención buena y recta, pero no es suficiente para que la acción culmine en bien. ¡A ver!, cosas que pasan. El pueblo suele decir que las buenas intenciones no bastan… y que con buenas intenciones está empedrado el infierno, que lo dirá, supongo, quien estuvo allí y lo vio, que servidor no gasta.

         El autor calificó varias veces su obra de novela negra gamberra, y si este es el arquetipo del nuevo subgénero, quiero empezar por caracterizarlo, aunque solo sea por aquello de ser el primero.

         Escribir una novela, el mero hecho de hacerlo, de poner en pie unos personajes, de echarlos a andar en un mundo de ficción creado por uno, es admirable y de ello dejó constancia una maestra del género como lo es mi amiga Ana María Matute. Si esto es así: Es admirable la persona que ha escrito Nunca te quise tanto como para no matarte.

         Hay quien se cuaja una obra maestra en su primera novela. No es el caso y eso debe saberlo su autor. Nunca te quise es una novela entretenida, que se deja leer. ¿Acaso no debió ganar un premio? Ese no es el problema de servidor. ¿Quizá nunca debió editarse? Estoy convencido de que sí, que debió editarse; y sigo en esta afirmación a Leonardo Polo y a Julián Marías: uno no debe esperar a criarse para clásico ni anhelar serlo. “Escribo para mí”, dicen muchos escritores frustrados. Puede que sea cierto, pero entiendo que quien escribe lo hace para otro, aunque sea para uno mismo desdoblado, para comunicarme con otro, para ponerme a mí mismo en claro, para aclararme. Escribir se podrá, supongo, por mil motivos, sin hipérbole. Ignoro para qué lo hace Ochoa.

         El libro está estructurado en nueve capítulos sin título. El dinamismo narrativo es positivo por las estructuras oracionales, descripciones escasas, la abundancia de verbos y los diálogos rápidos. El uso de la elipsis me parece razonado en su equilibrio. Todo ello conforma el estilo que Ochoa –más adelante me detendré más en este- que se adecua y concuerda con los temas sobre los que narra: su estilo es prosaico como sus temas son vulgares (en general), así es también el modo de tratarlos. Insisto: Ortega lo llamaba la vida en rama. Ochoa ha puesto el objetivo de su cámara narrativa –la comparación es de Cela- sobre una realidad de su entorno y se ha grabado lo que se ponía delante, todo cuanto la cámara ha recogido en el sentido en que era enfocada.

         Ochoa, como tantos autores, por boca de un personaje, Miranda, nos habla de la supuesta novela que Paco Galindo presentó al Satélite y que viene a coincidir y ser un calco de la suya: “No estamos hablando de una novela que parezca requerir la tediosa recopilación de una documentación específica o concreta. Ni es un trabajo histórico o técnico ni tampoco se trata de un ensayo especialmente complejo o especializado. Es una historia sencilla, aunque muy original, que apela a los instintos básicos y primarios de la condición humana en la que consigues justificar sus bajas pasiones, que se desarrolla en la época actual y cuyo resultado no sorprende a nadie” (p. 77).

       Afirmar que esta novela negra gamberra emparenta, en aspectos de su temática, con el tremendismo y el feísmo de la novela de los 40 del siglo pasado es mucho afinar, pero algunos detalles nos pueden recordar a Susana March, Rosa María Caja, Pedro de Lorenzo y quien cargó con el mochuelo grande y con los ojos más abiertos: Camilo José Cela.

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