17 de mayo de 2013

Ochoa, Javier: NUNCA TE QUISE TANTO COMO PARA NO MATARTE. Novela negra gamberra (II).



        Novela. Negra. Gamberra. Supongo que Ochoa tendrá muy pensados los tres términos que usa para llamar así al género novelesco donde encuadrar su obra. De momento voy a seguir con la caracterización de la misma a partir del modelo propuesto hasta la fecha por su autor. (Quién desee abundar en el adjetivo negra, referido a la novela, tiene mucha bibliografía sin abandonar la red).

         Vamos a ver ahora qué características encontramos en los personajes de esta negra gamberrada de novela.

        Hace unos días murió Alfredo Landa, ese excepcional actor, que tan bien me caía en su última época, especialmente encarnando a Paco el Bajo.  El protagonista de Nunca te quise, Paco Galindo, se me antoja un poco un Alfredo Landa en su más aguda época de landismo, travestido de criminal canalla, a mitad de camino entre Torrente y el Fernán Gómez de Balarrasa. Todo ello le da a tu novela un tono menos negro, la aclara y la sitúa más próxima a una comedia Spanish, sin llegar a tragicomedia. Galindo no es el criminal de Cleveland (las mojigatas chicas de Diputación, supongo, habrán mandado secuestrar todas las tiradas de todos los periódicos y las emisiones radiofónicas y televisivas donde se hablaba de esa rama putrefacta de la sociedad capitalista para que no cundiera la violencia de género (?) machista, fascista… entre los machos violentos del poblado). Si Paco Galindo es el arquetipo de la novela gamberra, insisto, es un pobre, un miserable, una mala persona: no es solo que asesine a su mujer, ese espantajo superpuesto a su existencia como compañera, sino que no hay por donde coger a un pollo tan cutre: es infiel, mentiroso, pedante, petulante, bravucón, cateto, pardillo, ambicioso, soberbio… ¡no tiene hueso moral vivo, tú! (Galindo, como sabrás, Ochoa, significa torcido, pero ni siquiera lo es tu Paco, para torcido y en negro, el citado Ariel Castro, ese ser de Cleveland).

         Permítame que cambie el foco narrativo. Tu Paco Galindo, Ochoa, es un tipo increíble, querido. Es un paria de tu novela y no niego que exista, porque la realidad es mucho más rica que lo imaginable, incluso por ti en Cangas. Tu Paco, si es el arquetipo de este tipo de novela, es un tipo tópico, un mandria de pensamientos típicos y alicortos. No se es fiel ni a sí mismo: más corto que el rabo de una boina. A sus propios ojos y conciencia, es don Perfecto y tú le echas un cable en su incompresible y prodigiosa cultura, vocabulario, etc. por boca de Miranda Ojos de Gata. Lo siento. Galindo se beneficia de su creador, de ti. Tú, su creador, le das una proximidad a ti, a su prosaísmo y raciocinio, que Paco, sin duda, es tu Paco y aunque narres en 3ª has montado una marioneta, un espantajo.

       En esa clave de realismo gamberro o chabacano en que tú has creado tu novela, Paco es un tipo abducido por un marciano. Lo dotas, por ejemplo, de unos conocimientos sobre la Universidad (sabe lo que es un becario) que no tienen ni los alumnos de 3º de carrera; su vocabulario no es solo que sea inverosímil y ridículo (una gamberrada tuya) sino cursi. Quiere ser simpático cuando supuestamente carga con el cadáver de su mujer: “«Últimamente estás abandonando mucho la dieta mediterránea, querida»” (p. 112), que piensa tu Paco mientras va con su mujer al hombro tras haberla matado a golpes y haberle abierto el cráneo con una azada unos minutos antes, y la lleva camino de deshacerla, de deshacerse de ella. Paco, en tu piedad, reza para que el cielo no se cubra cuando va camino de asesinar a su esposa… (p. 110) y tras matar brutalmente a la Vacaburra, a Araceli, a su esposa… se muestra con absoluta normalidad como un hombre sin escrúpulos ni remordimientos… La narración de la muerte del canario, su entierro y la nota…, como contraste de la supuesta ternura de un asesino potencial mueve a la risa (v. pp. 86 y ss). ¡Increíble!

      Paco Galindo mata a su esposa, y muy humano él, se razona: “«Pero es ella quien se lo ha buscado», intentó justificarse” (p. 106): confiesa su ofensa, la reconoce y, sin propósito de la enmienda y sin penitencia, él mismo se absuelve sin parpadear: quien no se contenta es porque no quiere, teniendo tan a mano el evangelio de san Mateo.

    La situación que planteas, con todos mis respetos a todos -incluidas las distancias que hay que salvar-, tu obra en algún momento me pareció una evolución brutal (gamberra, descerebrada, macarra, grosera) hacia la disolución de Cinco horas con Mario. Mario es bueno. Menchu es mala. Paco es malo. Araceli es buena. Negro y blanco. No hay gris. A Araceli, a quien Paco bautiza como la Vacaburra en su vocabulario particular, es un animal de bellota junto a otro animal egoísta y etcétera. Esta Araceli, mi querido Javier, es una parienta lejana de la Menchu delibiana, pero en el alba del siglo XXI; empleada en una guardería en precario (pp. 34, 35), ama de casa (p. 42) y una maruja total con el arradio al lomo, la tele delante y la revista (y los rulos que no le pusiste y la guatiné –que llaman en tu pueblo a la boatiné- que no le vestiste, pero que me la puedo llegar a imaginar). Cierto que tiene la mala leche de una pantera hembra cabreada… No. Me temo que, siendo la mujer, en la mística de lo políticamente correcto, siempre buena, esta pobre Araceli tuya no lo es: es rencorosa, malhablada, ordinaria, vulgar, grosera y tú la has caracterizado a lo largo de la obra como un animal salvaje, que no racional, y así ruge, es calificada de fiera y de continuo, cazadora, carnívora, está al acecho.

    No me detendré en todos los personajes y, si acaso, más adelante vuelvo sobre alguno de ellos. Cierro, si te parece, este apartado de los personajes con la doctora Miranda, Miranda Ojos de Gata Suárez, con todo su golpe de universidad y todo eso se me antoja otra Araceli. Es otra cazadora. Es malhablada como la Vacaburra. No tiene escrúpulos en colaborar en la infidelidad de Paco. Ella sí es descrita idílicamente (p. 73-74) en la huida de Paco desde la Vacaburra hasta los brazos de la doctora, que cae rendida en un pispás en la cama Paco Galindo, ¡menudo personaje!: Dios los cría… El fogonazo amoroso entre ella y Paco se me antoja una férvida efervescencia adolescente cargado por el recuerdo (p. 94).

    Hace muchos años, un ginecólogo pretendió darme unas clasecitas sobre la generación del 27 y aún sigo corrido por la vergüenza ajena que me hizo pasar inmolándose en el ridículo, con las tres chorradas que evacuó. Tú a Miranda, la pediatra, la emparentas con el ginecólogo literario y así ella sabe mucho de literatura (p. 77). La verdad es que tanto el guardia de seguridad como la médica son unos conocedores de la Literatura parejos a mi admirado Dámaso Alonso (v. pp. 77-78).

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