Novela. Negra. Gamberra. Supongo que
Ochoa tendrá muy pensados los tres términos que usa para llamar así al género
novelesco donde encuadrar su obra. De momento voy a seguir con la
caracterización de la misma a partir del modelo propuesto hasta la fecha por su
autor. (Quién desee abundar en el adjetivo negra, referido a la novela, tiene
mucha bibliografía sin abandonar la red).
Vamos a ver ahora qué características
encontramos en los personajes de esta negra gamberrada de novela.
Hace unos días murió Alfredo Landa, ese
excepcional actor, que tan bien me caía en su última época, especialmente encarnando
a Paco el Bajo. El protagonista de Nunca te quise, Paco
Galindo, se me antoja un poco un Alfredo Landa en su más aguda época de
landismo, travestido de criminal canalla, a mitad de camino entre Torrente y el
Fernán Gómez de Balarrasa. Todo ello
le da a tu novela un tono menos negro, la aclara y la sitúa más próxima a una comedia
Spanish, sin llegar a tragicomedia. Galindo
no es el criminal de Cleveland (las mojigatas chicas de Diputación, supongo,
habrán mandado secuestrar todas las tiradas de todos los periódicos y las
emisiones radiofónicas y televisivas donde se hablaba de esa rama putrefacta de
la sociedad capitalista para que no cundiera la violencia de género (?) machista,
fascista… entre los machos violentos del poblado). Si Paco Galindo es el arquetipo
de la novela gamberra, insisto, es un pobre, un miserable, una mala persona: no
es solo que asesine a su mujer, ese espantajo superpuesto a su existencia como
compañera, sino que no hay por donde coger a un pollo tan cutre: es infiel, mentiroso,
pedante, petulante, bravucón, cateto, pardillo, ambicioso, soberbio… ¡no tiene
hueso moral vivo, tú! (Galindo, como sabrás, Ochoa, significa torcido, pero ni siquiera lo es tu Paco,
para torcido y en negro, el citado Ariel Castro, ese ser de Cleveland).
Permítame
que cambie el foco narrativo. Tu Paco Galindo, Ochoa, es un tipo increíble,
querido. Es un paria de tu novela y no niego que exista, porque la realidad es
mucho más rica que lo imaginable, incluso por ti en Cangas. Tu Paco, si es el arquetipo
de este tipo de novela, es un tipo tópico, un mandria de pensamientos típicos y
alicortos. No se es fiel ni a sí mismo: más corto que el rabo de una boina. A
sus propios ojos y conciencia, es don Perfecto y tú le echas un cable en su
incompresible y prodigiosa cultura, vocabulario, etc. por boca de Miranda Ojos de Gata. Lo siento. Galindo se
beneficia de su creador, de ti. Tú, su creador, le das una proximidad a ti, a
su prosaísmo y raciocinio, que Paco, sin duda, es tu Paco y aunque narres
en 3ª has montado una marioneta, un espantajo.
En esa clave de realismo gamberro o
chabacano en que tú has creado tu novela, Paco es un tipo abducido por un
marciano. Lo dotas, por ejemplo, de unos conocimientos sobre la Universidad
(sabe lo que es un becario) que no
tienen ni los alumnos de 3º de carrera; su vocabulario no es solo que sea
inverosímil y ridículo (una gamberrada tuya) sino cursi. Quiere ser simpático
cuando supuestamente carga con el cadáver de su mujer: “«Últimamente estás
abandonando mucho la dieta mediterránea, querida»” (p. 112), que piensa tu Paco
mientras va con su mujer al hombro tras haberla matado a golpes y haberle abierto
el cráneo con una azada unos minutos antes, y la lleva camino de deshacerla, de
deshacerse de ella. Paco, en tu piedad, reza para que el cielo no se cubra
cuando va camino de asesinar a su esposa… (p. 110) y tras matar brutalmente a
la Vacaburra, a Araceli, a su esposa… se muestra con absoluta normalidad como
un hombre sin escrúpulos ni remordimientos… La narración de la muerte del
canario, su entierro y la nota…, como contraste de la supuesta ternura de un
asesino potencial mueve a la risa (v. pp. 86 y ss). ¡Increíble!
Paco Galindo mata a su esposa, y muy
humano él, se razona: “«Pero es ella quien se lo ha buscado», intentó
justificarse” (p. 106): confiesa su ofensa, la reconoce y, sin propósito de la
enmienda y sin penitencia, él mismo se absuelve sin parpadear: quien no se
contenta es porque no quiere, teniendo tan a mano el evangelio de san Mateo.
La situación que planteas, con todos
mis respetos a todos -incluidas las distancias que hay que salvar-, tu obra en
algún momento me pareció una evolución brutal (gamberra, descerebrada, macarra,
grosera) hacia la disolución de Cinco
horas con Mario. Mario es bueno. Menchu es mala. Paco es malo. Araceli es
buena. Negro y blanco. No hay gris. A Araceli, a quien Paco bautiza como la
Vacaburra en su vocabulario particular, es un animal de bellota junto a otro
animal egoísta y etcétera. Esta Araceli, mi querido Javier, es una parienta
lejana de la Menchu delibiana, pero en el alba del siglo XXI; empleada en una guardería
en precario (pp. 34, 35), ama de casa (p. 42) y una maruja total con el arradio
al lomo, la tele delante y la revista (y los rulos que no le pusiste y la guatiné –que llaman en tu pueblo a la boatiné- que no le vestiste, pero que me
la puedo llegar a imaginar). Cierto que tiene la mala leche de una pantera
hembra cabreada… No. Me temo que, siendo la mujer, en la mística de lo
políticamente correcto, siempre buena, esta pobre Araceli tuya no lo es: es
rencorosa, malhablada, ordinaria, vulgar, grosera y tú la has caracterizado a
lo largo de la obra como un animal salvaje, que no racional, y así ruge, es calificada de fiera y de continuo, cazadora,
carnívora, está al acecho.
No me detendré en todos los personajes
y, si acaso, más adelante vuelvo sobre alguno de ellos. Cierro, si te parece,
este apartado de los personajes con la doctora Miranda, Miranda Ojos de Gata Suárez,
con todo su golpe de universidad y todo eso se me antoja otra Araceli. Es otra
cazadora. Es malhablada como la Vacaburra. No tiene escrúpulos en colaborar en
la infidelidad de Paco. Ella sí es descrita idílicamente (p. 73-74) en la huida
de Paco desde la Vacaburra hasta los brazos de la doctora, que cae rendida en
un pispás en la cama Paco Galindo, ¡menudo personaje!: Dios los cría… El
fogonazo amoroso entre ella y Paco se me antoja una férvida efervescencia adolescente
cargado por el recuerdo (p. 94).
Hace muchos años, un ginecólogo pretendió
darme unas clasecitas sobre la generación del 27 y aún sigo corrido por la vergüenza
ajena que me hizo pasar inmolándose en el ridículo, con las tres chorradas que evacuó.
Tú a Miranda, la pediatra, la emparentas con el ginecólogo literario y así ella
sabe mucho de literatura (p. 77). La verdad es que tanto el guardia de
seguridad como la médica son unos conocedores de la Literatura parejos a mi
admirado Dámaso Alonso (v. pp. 77-78).
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