Si
me preguntaran cuántos nombres de cardenales conozco, no creo que llegara a
completar los dedos de una mano. Es así, y eso que ahora, tras el cónclave para
elegir al nuevo Papa, han sido muchos los nombrados.
El cardenal que fue Ratzinger, era
persona conocida del entorno de Juan Pablo II. Era hombre de reconocido
prestigio teológico, lo decían sabio, por sus escritos –que yo no había leído-,
y conocido también por las duras críticas que le infligían los enemigos de la
Iglesia y quienes diciéndose amigos
cobijan lobos so piel de oveja. Sabía que había sido profesor en Alemania, que
había participado activamente en el Concilio Vaticano II, que era el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
y ahí terminaba mi viaje. Nombrado Papa mi primer acercamiento a su persona lo
hice a través de un libro de Peter Seewald, Dios y el mundo, que me dejó muy sorprendido. Por razones de edad,
formación, etc. mis lecturas de los papas o sobre los papas arrancaron con Juan
Pablo I, el papa sonriente que tan poquito nos lo dejó Dios (de Albino Luciani
leí, creo, Ilustrísimos señores, pero
no recuerdo nada de ese libro). Por la obra de Juan Pablo II no diré que me
movía como Pedro por mi casa, pero es cierto que su papado fue largo, los
libros y vídeos sobre su vida muchos y buenos, lo escuché a él personalmente en
innumerables ocasiones (tuve la oportunidad de verlo bastantes veces en los
años ochenta, por ejemplo, en el patio de San Dámaso en el Vaticano)… y lo leí
y medité sus palabras muchísimo: son incontables las horas dedicadas a todo
ello. Es por esto que cuando leí y escuché por primera vez a Benedicto XVI me
sorprendió, insisto. Me acerqué a su palabra, a su discurso, sin prevenirme y
lo intuí sin pensar, una continuidad de Juan Pablo II (las comparaciones serán
odiosas, pero son necesarias para conocer). Nada más lejos… eran dos personas
distintas…, con dos estilos distintos en todo, también en su forma de escribir,
de explicarse, de acercarse y acercar a Cristo. Juan Pablo II fue perdiendo la
densidad del filósofo poco a poco a medida que su papado avanzó: había que
leerlo con pies de plomo al principio… Benedicto XVI es la elegancia en el razonamiento del teólogo:
con él iba de asombro en asombro, aunque no escribiera nada nuevo dentro de la
Iglesia, pero sí sus enfoques eran esclarecedores, luminosos, de formas suaves.
Nunca en mi vida había oído hablar de
Jorge Mario Bergoglio, o como gustaba a él presentarse Jorge Bergoglio, cura. Por
lo que leo y escucho el cardenal Bergoglio desde que fue nombrado obispo
auxiliar de Buenos Aires pasó a ser muy conocido. Al cardenal Quarrachino,
cuando lo propuso como obispo, le vino a decir algo así como no me saque de Buenos Aires, que fuera de
acá no sé hacer nada: soy casalingo, le digo, es decir, hogareño… ¡y ahora
aterrizó en Roma!
Quiso la providencia –¿con minúscula o
con mayúscula?- que me acercara al cardenal Ratzinger mediante una larga y
espléndida entrevista y otro tanto me sucede con el actual Papa, entonces
cardenal Bergoglio.
El título del libro se antoja excesivo
y excéntrico, El jesuita; aunque
considero que se escribió muy enfocado para el consumo interno de lectores y
católicos argentinos. Es curioso, se me antoja también sobre el título del
libro, porque apenas si se habla de la Compañía de Jesús. Se abordan temas de
la Iglesia universal y la visión que tiene Bergoglio de ella, de la Iglesia en
la Argentina y, particularmente, de la relación de esta con la situación
política que atravesó ese país desde la dictadura al tuerto –como llamó el presidente uruguayo, José Mújica, a Néstor
Kirchner al referirse a su mujer y al difunto presidente de la Argentina:
"esta vieja es peor que el tuerto"-.
Mucho me temo que volví a picar y pequé
de inocente. Fui prevenido y pensé que Bergoglio por jesuita, por sudamericano,
por alejado de la curia, diría algo novedoso… Alguna vez lo cité y no me
importa repetirlo. Goethe por su Fausto afirma que el hombre es animal que
gusta de la novedad (cupidissima bestia
rerum novarum; ahora me dicen que la frase es de san Buenaventura, lo que
me obliga a citar el Eclesiastés 1:9…, ¡ay!: nihil novum sub sole).
Continúa…
...y sentirse identificado con lo que otro escribe, y leerlo escrito sabiendo que no podría haberlo uno escrito mejor.
ResponderEliminarMuchas gracias: lo que uno aprende de los amigos.
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