Doy cumplida cuenta de la bio-bibliografía de José CarlosMainer sobre Pío Baroja.
En general, quizá por las expectativas que me hice –hay esperanzas que se
cargan de irracionalidad-, la obra me ha defraudado. Es cierto que es el tercer
o cuarto libro de este tenor, más o menos biográficos, que he leído en mi vida:
recuerdo perfectamente que la primera fue la de Pérez Ferrero, que quizá la leí
un par de veces. Me defraudó sobremanera la penúltima: contra Baroja, de no
recuerdo quién y cuyo título no buscaré (¿haría crítica de esa obra en este
blog? Lo ignoro). Sea como fuere, contaba Mainer con un lector de su obra que
tuviera a flor de lectura la obra barojiana, y no es mi caso. Agradezco, sin
embargo, al autor que me haya recordado libros que leí en mi adolescencia, que
me haya llevado a ella mediante obras que leía sin descanso, novelas que sacaba
de la llamada Casa de la cultura –de todo esto ya escribí aquí-… Tardes de aventuras
y personajes sin cuento en páginas de mal papel, deficiente impresión y que
olían a humedad, muchas de ellas de Austral, con su sobrecubierta azul, las
biográficas, naranja.
Me ha empujado Mainer a releer a Baroja y a comprar su obra.
No llegué a adquirir la publicación de sus obras completas editadas por Galaxia
Gutemberg: me parecieron muchos volúmenes, muy largo el compromiso y muy engorroso
el pago. Por casa hay muchas novelas del vasco y algún libro de cuentos, mas me
han parecido pocos al hilo de estas lecturas y me he hecho con títulos de los
que entonces leí, que ahora están sobre la mesa, y que solo Dios sabe si
volveré a leer -¿para qué comprarlos entonces?, me preguntan-.
Es curioso que, siendo Baroja quien mejor mantuvo el tipo contra
el relente del tiempo de entre los novelistas de su época, no sea lectura
aconsejada para los bachilleres: hace años que no se le lee para la
Selectividad, por ejemplo. Leemos, de plantilla, las dudas existenciales y de
fe de don Manuel, el cura unamuniano; a Machado, el nuestro, es decir, el
de algunos, aunque para muchos, entre quienes me incluya, sea el de todos, como
el otro, y quien la lleva la sabe. Este año se ha incluido el teatro de Valle,
con sus Luces de bohemia. ¿Entre
tantas novelas de Baroja no hay ninguna que se haga sitio en el canon –me pregunto-
para los bachilleres o es que hay intereses creados? Lo aventuro, pero lo
ignoro. Azorín, Pérez de Ayala, Miró, Ramón… ¡cadáveres!
No es menos cierto también que Baroja ha resistido de forma
muy irregular mis relecturas. Las
aventuras de Shanti Andía se había forjado en mi imaginario adolescente un
espacio que luego, cuando volví sobre él, dejó un hueco, un vacío
desconcertante. Zalacaín siempre me
pareció amable y aguantó bien las relecturas. Silvestre Paradox no me defraudó. Los personajes de la trilogía de La lucha por la vida, el Madrid que
Baroja describe, sus ambientes, se mantienen vívidos y son necesarios para todo
estudio sociológico que quiera saber del momento y de esos círculos concretos
(quiero recordar que se valió mucho de esas y otras obras del autor vasco,
Amando de Miguel para escribir La España
de nuestros abuelos, ¡quiero recordar, vamos!).
Algunas de las interpretaciones de
Mainer me parecieron sesgadas desde el punto de vista ideológico: suyo es el
libro, al fin y al cabo. Hubo mucho también de aquello que llaman hinchar el perro, pero el perro no era mío.
Insisto en mi agradecimiento, pues me ha llevado a incrementar las obras de
Baroja que había en casa y ha renovado mis afanes por releer al viejo friolero
vasco.
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