25 de marzo de 2013

Valle-Inclán: LUCES DE BOHEMIA. Un clásico



     
    Las lecturas de los clásicos tienen un poder conmovedor y euforizante del que carecen las obras cotidianas, las que van de paso: esas obras que posiblemente se harán viejas en cualquier balda con no más de una lectura. Admiro a los clásicos, y sencillamente “Me quito el cráneo”.
         Si al leer Los girasoles ciegos afirmé que era obligación impuesta, leer Luces de bohemia es un placer deleitoso y amable. Eso que el personal llama envidia sana, en español se dice AD-MI-RA-CIÓN… Admirable, sencillamente, tal y como suena: admirable (es curioso, lo ignoro, pero Rubén Darío, amigo de Valle, entra a formar parte, como un personaje más de esta obra catedralicia del gallego y repite el nicaragüense una vez tras otra esa expresión Admirable, ¿acaso era una muletilla de ese negro al que Max pasaría su cetro muerto él? Lo ignoro).
         He leído innumerables veces esta obra de Valle. Llegué a ella de la mano de don Alfonso Sancho Sáenz. No sabría decir en qué año la leí y me caí del caballo por primera vez. Sí percibía entonces, y ahora me sigue ocurriendo otro tanto, que determinadas expresiones, frases, por concisas, por ignorancia mía, al no hallar el contexto, no las sitúo adecuadamente (me ocurre otro tanto con el conceptismo de Quevedo a veces). ¿Quiero ver donde no hay nada que ver, acaso? Compré una edición de Austral, aquellas que al abrirse en exceso se caían inmisericordes las hojas mal pegadas… (en Austral el teatro se vestía de morado).
         Con enorme ilusión y esfuerzo me hice después con la edición anotada de Zamora Vicente en Clásicos Castellanos a la que, para mi desgracia, le faltaban algunas escenas o alguna parte, no recuerdo ahora: y mi gozo en un pozo. Compraba una edición cara y estaba incompleta, mancada y yo traicionado.
         ¿Qué se puede decir desde un blog como este de una obra como Luces? ¿Cómo acercarnos a los clásicos…? Creo que el clásico no exige el acercamiento servil, pero sí reverente. Tanto da si uno se arrima a ellos con el desparpajo del ignorante como si lo hace con la contextualización de quien sabe mucho de todo cuanto rodea a la obra. Los clásicos siempre reciben bien. Son buenos anfitriones. No exigen y solo solicitan ser escuchados con los ojos. Obvio que cuanto más y mejor conocedor, el lector alcanzará más, chanelará más, que le dice Max al capitán Pitito, ese capitán de los équites municipales.
         En Luces nos encontramos con un Valle decadente y chispeante. Nos habla de lo humano en una España de hace casi un siglo, pero que, con algo de hipérbole, parece referirnos lo de ayer por la mañana. ¿No son actuales los parlamentos en la cueva de Zaratustra, ese librero abichado y giboso -la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente-? Sí, como remeda Max a Calderón: “¡Mal Polonia recibe a un extranjero!”. España es mala madre, “¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles?”. ¿Qué distancia media entre los políticos de entonces y los de ahora? Antes como todavía, ayer como hoy… “«¡Todas las fuerzas vivas del país están muertas!»”.
            En el repaso vallinclanesco España toda, la España inmortal, esa España que parece no querer dejarse enterrar se pasea orgullosa con sus miserias y sus harapos, las vergüenzas visibles, por el callejón del Gato. Sí, genio y figura que se deforman ridículos en el fondo del vaso.
         Ingenioso y decadente, sorprendente, un portento, Valle, ese gallego ceceante, ese hombre minúsculo, de aspecto ridículo, ese ciudadano extravagante, como lo llamó Primo de Rivera nos habla en una lengua que se refresca con cada lectura, que centellea, y que me deja atónito lectura tras lectura.
         Me marcho a la taberna de Pica Lagartos. He quedado allí con todo ese tropel de personajes que vivían, pronto hará un siglo, en las calles de Madrid y que aún admira el borracho al verlos en pie, como la obra toda de Luces, y que ante la grandeza de lo que ve y escucha, no puede menos que quitarse el cráneo. Y yo “Me adhiero a lo del quince” y a lo del cráneo.

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