16 de enero de 2013

LOS GIRASOLES CIEGOS: los ciegos ven VENCEDORES Y VENCIDOS (II)



          Ignoro por qué el libro está compuesto por cuatro cuentos independientes que se suturan tangencialmente y que, por lo visto, en alguna oportunidad incluso anduvieron vida independiente (¡qué hermoso tanto –ente cacofónico!), con sus premios al lomo incluso. Podría pensar que quizá al autor le faltaba el llamado fuelle narrativo y así con sus cuatro cuentos de temática semejante, cosidos, levantó una novela de 150 páginas, más o menos. Su artefacto estructural y la trabazón argumental no son, Dios nos ayude, ni el Yoknapatawpha County de Faulkner ni el Macondo de García Márquez, con todo lo que esos mundos comportan. (Por cierto, a este se le ha puesto como lectura obligatoria, Crónica de una muerte anunciada, en vez de la excelente novela que estuvo en los últimos años, un libro de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor que leí con sumo agrado recién salido y que aconsejé en innumerables ocasiones a alumnos como lectura recreativa y refrescante para el verano, ¡y que aprovecho para aconsejarles también a ustedes! ¿Incomparables Sepúlveda y Gabo? Cierto).
         Lábil o no, por carecer de fuelle o tampoco, a mí, sinceramente, los enfoques narrativos que el autor emplea me parecen un acierto para la que interpreto como su pretensión. La realidad es polifacética y contada y vista desde distintos ángulos da una aproximación que se me antoja enriquecedora: la literatura también intenta bucear en lo que pudo haber sido y no fue, lo que se pensó sin llegar a ser... A esto creo que se le llamaba en crítica literaria forma caleidoscópica, no sé si admitiría ser llamada coral… Todo ello habría tenido cumplida cuanta si el fondo ideológico de cada supuesto narrador no fuera uno y el mismo.
         Las suturas entre los cuatro cuentos las componen unas referencias vagas en ellos a los personajes que anduvieron entre unos cuentos y otros y la temática guerracivilista en su final madrileño. El primer cuento tiene lugar en el año 39 y los tres restantes en los años sucesivos, 40, 41 y 42 para los respectivos siguientes cuentos.
         Me pregunto, y abordo temas con poco orden y desconcierto: ¿Se puede escribir de la guerra civil con la suficiente distancia como par no caer en los tópicos y sesgarse hacia uno de los bandos? Me temo que no, parece que no. ¿Sería razonable que así fuera, es decir, que se pudiera escribir sobre la guerra con asepsia y objetividad? Me temo que no, parece que no.
         Lo último que leí o trabajé, novelado, sobre estos temas fue España no perdona, obra con la que puse hace años mi granito de arena en esa contienda sobre la contienda (siglos peleándose los españoles entre ellos y justo vine a padecer la única guerra fratricida que no se olvidó ni condonó). Con el título que bauticé mi novela deseaba mirar la guerra desde el presente, y tras leer la obra de Méndez, me confirmo en lo acertado que estuve al ponerle el título que lleva: España no perdona. España, los españoles, quienes guerrearon en el 36 no perdonaron, sus hijos tampoco, no lo han hecho sus nietos y aun sus biznietos siguen sin olvidar y, por supuesto, sin perdonar.
         Leí también la obra de Javier Cercas, Soldados de Salamina, que se aproximaba más, por su orientación, a estos Girasoles ciegos que a la España no perdona. En ambas, en los Girasoles y Soldados, lo digo sin tapujo alguno, opino, la división de los hechos entre un bando y otro, entre los vencedores (?) y los vencidos (?) es falazmente maniquea. Hay unos buenos buenísimos que son hijos de Dios, los llamados rojos, y otros que son malos malísimos aunque incluso se les pueda atribuir también la condición de hijos de Dios, pero, por su decir y actuar, maldita la falta que les hace tal filiación. Según una anciana resoluta y supuestamente roja, personaje de Méndez, afirma: “«Todos somos hijos de Dios, hasta éstos»”, se refiere a un militar nacional, es decir, según parece, en España, al Cielo van a ir las de siempre, que decía aquella (¡¡de locos!!).
         No deja de ser curiosísimo, ¡y creo que ya está bien de falsear la realidad!, que los buenos siempre son de un bando, como el padre de Lorenzo: profesor de literatura -¡vaya por Dios!- y traductor no del francés, lengua al uso entonces ente gente culta, sino del inglés (traduce a Keats y sus complejos versos, recuerde el alma dormida cómo alcanza a comprender y cuándo Juan Ramón Jiménez al poeta inglés… ¡en fin!): Ricardo, satisfecho porque acababa de encontrar la forma de traducir un endiablado verso de Keats, dejó en el aire sus dedos sobre el teclado de la Underwood como si le hubieran sorprendido haciendo algo prohibido.
         La mamá de Lorenzo es una mujer caritativa, que trabaja denodadamente (cosiendo ropa interior para sacar a su hijo y su marido emparedado y hasta ella, que no tiene donde caerse muerta, da trabajo y pan a otra señora… ¡buenísima la mamá de Lorenzo!). Donde trabajaba: Resultó ser un taller de confección de prendas íntimas femeninas cuya hechura se realizaba por encargo de lúbricas mujeres que, sin duda, formaban parte de lo más disoluto de nuestra sociedad. Elena cosía a destajo para este taller y, debo confesarlo, sentí cierta ira al ver que aquellas manos, nacidas para acariciar a sus hijos, a sus allegados, se estaban desperdiciando en tan fútiles labores.

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