Ignoro
por qué el libro está compuesto por cuatro cuentos independientes que se
suturan tangencialmente y que, por lo visto, en alguna oportunidad incluso
anduvieron vida independiente (¡qué hermoso tanto –ente cacofónico!), con sus premios al lomo incluso. Podría pensar que
quizá al autor le faltaba el llamado fuelle
narrativo y así con sus cuatro cuentos de temática semejante, cosidos,
levantó una novela de 150 páginas, más o menos. Su artefacto estructural y la
trabazón argumental no son, Dios nos ayude, ni el Yoknapatawpha
County de Faulkner ni el
Macondo de García Márquez, con todo lo que esos mundos comportan. (Por cierto,
a este se le ha puesto como lectura obligatoria, Crónica de una muerte anunciada, en vez de la excelente novela que
estuvo en los últimos años, un libro de Luis Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor que leí con sumo agrado recién
salido y que aconsejé en innumerables ocasiones a alumnos como lectura
recreativa y refrescante para el verano, ¡y que aprovecho para aconsejarles
también a ustedes! ¿Incomparables Sepúlveda y Gabo? Cierto).
Lábil
o no, por carecer de fuelle o tampoco, a mí, sinceramente, los enfoques
narrativos que el autor emplea me parecen un acierto para la que interpreto
como su pretensión. La realidad es polifacética y contada y vista desde
distintos ángulos da una aproximación que se me antoja enriquecedora: la
literatura también intenta bucear en lo que pudo haber sido y no fue, lo que se
pensó sin llegar a ser... A esto creo que se le llamaba en crítica literaria
forma caleidoscópica, no sé si admitiría ser llamada coral… Todo ello habría
tenido cumplida cuanta si el fondo ideológico de cada supuesto narrador no
fuera uno y el mismo.
Las
suturas entre los cuatro cuentos las componen unas referencias vagas en ellos a
los personajes que anduvieron entre unos cuentos y otros y la temática
guerracivilista en su final madrileño. El primer cuento
tiene lugar en el año 39 y los tres restantes en los años sucesivos, 40, 41 y
42 para los respectivos siguientes cuentos.
Me
pregunto, y abordo temas con poco orden y desconcierto: ¿Se puede escribir de
la guerra civil con la suficiente distancia como par no caer en los tópicos y
sesgarse hacia uno de los bandos? Me temo que no, parece que no. ¿Sería
razonable que así fuera, es decir, que se pudiera escribir sobre la guerra con
asepsia y objetividad? Me temo que no, parece que no.
Lo
último que leí o trabajé, novelado, sobre estos temas fue España no perdona, obra con la que puse hace años mi granito de
arena en esa contienda sobre la contienda (siglos peleándose los españoles
entre ellos y justo vine a padecer la única guerra fratricida que no se olvidó
ni condonó). Con el título que bauticé mi novela deseaba mirar la guerra desde
el presente, y tras leer la obra de Méndez, me confirmo en lo acertado que
estuve al ponerle el título que lleva: España
no perdona. España, los españoles, quienes guerrearon en el 36 no perdonaron, sus
hijos tampoco, no lo han hecho sus nietos y aun sus biznietos siguen sin
olvidar y, por supuesto, sin perdonar.
Leí
también la obra de Javier Cercas, Soldados
de Salamina, que se aproximaba más, por su orientación, a estos Girasoles ciegos que a la España no perdona. En ambas, en los Girasoles y Soldados, lo digo sin tapujo alguno, opino, la división de los
hechos entre un bando y otro, entre los vencedores
(?) y los vencidos (?) es
falazmente maniquea. Hay unos buenos
buenísimos que son hijos de Dios, los llamados rojos, y otros que son malos
malísimos aunque incluso se les pueda atribuir también la condición de
hijos de Dios, pero, por su decir y actuar, maldita la falta que les hace tal
filiación. Según una anciana resoluta y supuestamente roja, personaje de Méndez, afirma: “«Todos somos hijos de Dios,
hasta éstos»”, se refiere a un militar nacional,
es decir, según parece, en España, al Cielo
van a ir las de siempre, que decía aquella (¡¡de locos!!).
No deja de ser curiosísimo, ¡y creo que
ya está bien de falsear la realidad!, que los buenos siempre son de un bando,
como el padre de Lorenzo: profesor de literatura -¡vaya por Dios!- y traductor
no del francés, lengua al uso entonces ente gente culta, sino del inglés
(traduce a Keats y sus complejos versos, recuerde el alma dormida cómo alcanza
a comprender y cuándo Juan Ramón Jiménez al poeta inglés… ¡en fin!): Ricardo,
satisfecho porque acababa de encontrar la forma de traducir un endiablado verso
de Keats, dejó en el aire sus dedos sobre el teclado de la Underwood como si le
hubieran sorprendido haciendo algo prohibido.
La
mamá de Lorenzo es una mujer caritativa, que trabaja denodadamente (cosiendo
ropa interior para sacar a su hijo y su marido emparedado y hasta ella, que no
tiene donde caerse muerta, da trabajo y pan a otra señora… ¡buenísima la mamá
de Lorenzo!). Donde trabajaba: Resultó ser un taller de confección de prendas íntimas femeninas
cuya hechura se realizaba por encargo de lúbricas mujeres que, sin duda, formaban
parte de lo más disoluto de nuestra sociedad. Elena cosía a destajo para este
taller y, debo confesarlo, sentí cierta ira al ver que aquellas manos, nacidas
para acariciar a sus hijos, a sus allegados, se estaban desperdiciando en tan
fútiles labores.
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