8 de enero de 2013

El silencio: donde nadie sobra (IV)


Este niño asesinado TAMPOCO SOBRABA.

         En mis comunicaciones escritas, que quedan, que ofrecen la oportunidad de volverse a leer, me dan esa sensación de que sobraba todo lo dicho, que carecía de importancia alguna, que estaba de sobra.

         Queda claro que lo sustancial hemos de repetirlo. Parece que sobra lo dicho, pero puede no ser así. De hecho esta es mi cuarta entrada a lo que considerabas carente de importancia alguna, que estaba de sobra. Tú no sobras. Lo que tú escribas o digas no está de más.

         Es cierto que en el mundo abunda la necedad y la maldad y estas sobran y están de más, pero no la palabra certera, la presencia amable de quien es. El hombre que con sinceridad busca, indaga sobre lo verdadero, el bien... La sencillez no es simplicidad. El simple es el tonto cuya producción natural es la tontería. La humildad de la que tú me escribes (me recojo en la humildad aprendida de quien guarda silencio, de quien escucha y en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo) es virtud de sabio que comprende la distancia que existe entre el Creador y la criatura, sabe de su posición en el espacio, de sus limitaciones. Te cuento: Tomás de Aquino dejó inconclusa la Summa. Era capaz de dictar textos distintos a copistas distintos a la vez –no lo recuerdo con seguridad, creo que era a cuatro: recuerdo que leí su biografía estando en servidor en Galicia-. Llegó un momento, sin embargo, en que comprendió que mucho de lo que decía no se aproximaba a lo que él intuía que es Dios. Su humildad le llevó a cesar la producción de su obra. Lo dejó. Optó por el silencio, no sin antes habernos dejado una obra maravillosa, ingente, que tantos y tantos desprecian de un plumazo. Desprecian cuanto ignoran, escribe Machado.

         Esa misma distancia, desde otra óptica, más cargado de otras realidades, entre ellas la ignorancia teológica, escribió Juan Ramón en sus Eternidades
                               ¡Inteligencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!


         ¡Ay, el pobre Juan Ramón panteísta! Juan Ramón quiere como Adán y Eva, como todos los soberbios y los ambiciosos…, quiere, sí quiere SER DIOS. Él quiere nombrar y crear. El Ser, de existir, es necesariamente motor inmóvil. ¡Amigo mío! pasamos en párrafo aparte a la Palabra mayor.

         En el Prólogo de San Juan nos encontramos con que


1       En el principio existía el Verbo,

         y el Verbo estaba junto a Dios,

         y el Verbo era Dios.


         Dios nombra y crea, mas Dios encarnado, Jesús, segunda persona de la Santísima Trinidad, es Dios que “nos ha hablado por el Hijo”, según san Pablo (Hb 1,2). Su Palabra ha tomado aquella forma por la que puede darse a conocer a los sentidos de los hombres: “así el Verbo de Dios, por naturaleza invisible, se hizo visible, y siendo por naturaleza incorpóreo, se hace tangible”, afirma San Agustín. El logos –no exactamente el logos de la filosofía neoplatónica de Filón-, nos quiere decir san Juan, esa fuerza absoluta, se encarna y habla, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios que comunica de sí, sobre sí. Mateo y Lucas hablan de la historicidad de Jesús, san Juan habla de lo sobrenatural y lo celeste de Dios. Dios habla a los hombres en un sentido metafórico, pues el Verbo solo se predica como realidad personal en Dios, que no esencial. Dios ya no se valdrá de los profetas, como en el Antiguo Testamento, no: es Dios mismo quien habla.

         Querido Jesús, Cristo también muchas veces calla. Guarda silencio ante la maldad humana, ante la iniquidad… No le asusta el pecado y habla con los pecadores. Habla, cortante, con Satanás que lo tienta. Dibuja en silencio en el suelo mientras el griterío de quienes acusan a la mujer sorprendida en adulterio habla, brillante por el odio, de muerte y ley, mientras ellos tienen el alma sucia. Temo que Cristo calla, como tú, porque en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo.

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