2 de enero de 2013

El silencio: espacio creador y necesario (III)



         El silencio autoimpuesto puede formar parte del necesario ensimismamiento que no huye de la nada ni hacia ella. Son tiempos de recogido silencio. Contracción del muelle que se impulsará después. Es el Silencio creador que da título al libro de Federico Delclaux, ¡hace mucho tiempo que leí esa obra! Todos necesitamos no solo oírnos, sino hablarnos, decirnos la verdad (me llamó la atención el título de una obra que me tienta: Por que mentimos en especial a nosotros mismos, de Dan Ariely, ARIEL, 2012). En la ascética precristiana de la que ya hablamos, Jesús, de la que nos contó el autor que tú me enseñaste, Pierre Hadot, el silencio interior, el examen de conciencia, son pilares capitales del avance personal de todo aquel que desea alcanzar la felicidad, el Bien (el status comprehensoris, el final satisfactorio de no todo status viatoris). Cierto que puede existir un silencio transeúnte, mas no inmanente (sigo al Aquinate en la Summa en esta diferenciación): Yo me hablo a mí mismo e incluso puedo engatusarme a mí mismo. De hecho me envío mensajes de continuo: Martin Seligman –en su obra: No puedo ser más alto, pero puedo ser mejor- lo llama canal de rimas… Baroja, según confesó, siempre se repetía Baroja, nunca serás nada; atribución amable, enaltecedora y animante muy propia de dicho individuo.
         Me remito a lo me decías y reproduje en mi primera entrada de esta serie: Me refiero a la sensación de no tener nada verdaderamente importante que comunicar. Es cierto que hablamos, a veces, por oírnos, por sentirnos vivos, nada verdaderamente importante que comunicar. Parloteo, charloteo, cotorreo…, ecolalia. No nos preguntan, pero contestamos: la soberbia de quien cree saber de todo y de todo opina. Si es posible, por españoles, en mi entorno: ¡a gritos!, elevando la voz, ¡que me se oiga!, ¡¡que se sepa que estamos aquí…!!
         Es mi caso, tengo la sensación de que todo está dicho, desde hace tiempo, y que por supuesto, no soy yo quién para decir nada. No me siento con la capacidad suficiente para aportar nada, me recojo en la humildad aprendida de quien guarda silencio, de quien escucha y en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo. En mis comunicaciones escritas, que quedan, que ofrecen la oportunidad de volverse a leer, me dan esa sensación de que sobraba todo lo dicho, que carecía de importancia alguna, que estaba de sobra.
         En una traducción deficiente para el español europeo, se dice en El Principito, capítulo I, que Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas y es cansador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones. Cansador… ¿mejor agotador? En el fondo produce hartazgo, desilusiona, fatiga… dar siempre y siempre explicaciones, las mismas explicaciones. Cierto: todo está dicho, todo está escrito. Nihil novum sub sole se dice en el Eclesiastés, 1, 9. Sin embargo, hay que repetir y repetir… Hoy, cuando corren malos tiempos (¿los hubo buenos?), hay incluso que demostrar lo evidente. El listo se hace el tonto. El vidente, el ciego. ¿Dónde el amor a la verdad? ¡¡Es cansador!! Una y otra vez. Te comprendo. Lo que aquí escribo estoy harto de repetirlo en clases y escritos: sí, no solo sobra lo dicho, está de sobra… ¡y también lo escrito! A veces uno desea, insisto en lo ya afirmado arriba, muestra evidente de lo repetitivo y cansador, uno desea, te repito, de-sa-pa-re-cer.

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