Olvidé quién me habló por primera vez de El guardián entre el centeno. Olvidé por
qué causa leí esta obra. Ignoro dónde leí sobre Holden Caulfield por vez primera…
Sí sé que lo tengo como libro que recomiendo con frecuencia a alumnos de
bachillerato o universitarios desde hace muchísimos años (ahora precisamente lo
tengo prestado). También recuerdo cuándo y por qué lo leí la última vez. Me
consta que es una novela que deja una extraña sensación en sus lectores. ¿Al final en qué quedamos?, nos preguntamos
no sin cierta justificada suspensión.
De su autor, de Salinger, sí había leído bastante
antes de esta obra que hoy comento. También había hablado en varias
oportunidades, había dado clases sobre sus textos: todo lo editado lo he leído
e incluso en algunos casos lo he trabajado algo. En la difunta Revista de libros
-¡hoy resucitada!- leí una crítica sobre la
biografía que Kenneth Slawenski había escrito sobre un Salinger recién muerto,
editada por Galaxia Gutemberg, en excelente edición, como siempre.
Antes de que me diera tiempo de leer este libro se lo llevó
de casa BernardoLuis Munuera, ese entusiasmo lector continuado y férvido, imbatible…
Fue leerla y, como deseaba subrayarla y garrapatearla, leída me la devolvió y
se compró él su ejemplar… ¡supongo que habrá hecho lo que dijo, como es su
costumbre! Rápido calificó la obra de imprescindible,
¿acaso alguna obra no lo es para él? ¿Acaso no lo es, en cualquier caso,
cualquier obra? (Recuerdo a Pieper y sus tesis sobre el amor… ¡qué bueno que tú existas!).
Ahora me toca a mí hacer algún comentario, me temo que
estos sí son prescindibles… ¿o no? Traigo a este presente la memoria de quien
se fue demasiado pronto y me dio algunas clases de Filosofía que aún recuerdo: ¿qué puedo decir yo sobre un filósofo en
una tesis que no haya dicho o escrito ya él mejor que yo? Esa era su tesis
sobre las tesis. Y no estaba mal visto.
En primer lugar, escribiré que, a mi entender, Slawenski
abusa de la traslación y el biografismo al establecer relaciones entre la obra
de Salinger y su vida ordinaria y su biografía en general. Las piezas que Slawensky
corta encajan a la perfección en el puzzle trazado y dibujado por él de
antemano. Lo que sienten o dicen los personajes, sus vivencias como creaciones
se corresponden de forma unívoca a la vida de un Salinger que –lo escribo ya-
queda tras una nebulosa de datos que nos aporta su biógrafo. No hay realidad de
su vida, insisto, que no tenga una correspondencia, un correlato inmediato,
directo, inequívoco en alguna de sus obras, en la boca de uno de sus
personajes, en alguna acción por baladí que sea. Me parece una interpretación
mecanicista de la que huyo o leo no sin escepticismo.
Aún en esta primera apreciación, añado: el biógrafo
nos lleva de la mano por la vida y la obra de Salinger como expliqué en el
párrafo anterior y se le supone al lector un conocimiento exhaustivo, vivo,
fresco, inmediato de la obra del autor… ¡cosa que en mi caso no se da! Al
biógrafo no le basta con que su lector tenga trabajada y leída la obra completa
de Salinger, sino palpitante y fresca, insisto. De El guardián sí tengo más recientes recuerdos, pero no así de los Nueve cuentos y menos aún de Levantad carpinteros… y de Franny y Zooey que son una mezcolanza en
mi recuerdo, avivada tras la lectura de esta obra que hoy comento. Imposible la
presunción que hace el biógrafo salvo que se haga como comentó mi amigo
Bernardo Luis Munuera: leyó la biografía e hizo propósito de releerla y, a la
vez, según me dijo, releer la obra completa de Salinger (algo de todo ello
escribió en su blog).
Abusa también el biógrafo, considero, cuando con tanta
frecuencia comenta que: en ese momento
con tal motivo…, con esa lectura…,
tras conocer a… quien fuere,
cualquiera… algo cambió para siempre en
la vida de Salinger. El hombre es puro cambio pues la vida es movimiento,
pero no resulta tan fácil repartir en una vida setecientos momentos de cambio radical en una persona… Todo momento
vital es crucial, toma de decisión, elección… Se me antoja hiperbólico.
Hasta aquí por hoy. Continuará...
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