En segundo
lugar no me deja de admirar que un autor con cuatro obras editadas y unos
cuantos cuentos publicados y sueltos en algunas revistas americanas, haya
podido vivir y sobrevivir sobradamente toda su vida de sus escritos. Cierto que
con escribir una obra maestra se cumple de sobra. Salinger no escribe en
diarios, no pronuncia conferencias. Salinger se esconde, se retira de la vida
pública porque rechaza la fama que conlleva haber escrito un libro como El guardián. Sus convicciones
filosóficas orientales nacidas cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial, en
los campos franceses, le orientaron a la convicción de que la escritura es un
medio de meditación y salvación. Esta convicción filosófica, entiendo que para
él, también religiosa, es una combinación del misticismo cristiano con las
ideas zen.
Escribe Slawenski: “The New
Yorker publicó Para Esmé, con amor
y sordidez el 8 de abril de 1950.
Después de los ajetreados años 1948 y 1949, entre abril de 1949 y julio de 1951
Salinger sólo publicó este relato”. Me quedo confuso, admirado… Salinger y así
se repite una y otra vez dedica enormes cantidades de tiempo e ingente esfuerzo
para escribir unos cuentos que, por lo que ahora me parece descubrir en esta
biografía, esconden delicada y exquisita máquina de relojería que no percibí -¿del
todo?- en mis lecturas y comentarios (no leo la obra en inglés).
Una y otra vez el
biógrafo repite una idea que Salinger adopta como propia y piedra angular de su
existencia: su trabajo es dictado por Dios y a Dios se lo debe y a nadie más. Escribir como
forma de meditación exigía aislamiento y concentración totales. Una vez que
Salinger abrazó este método, empezó a considerar que el clamor de la publicidad
y la fama lo apartaban de su trabajo y de sus plegarias (p. 248). A partir de esta convicción Salinger se
pasará toda su vida huyendo de quienes lo acucian, lo persiguen por el interés
de saber de él, del autor, de quienes se le acercan, según él, para
distorsionar su trabajo. Todo ello terminará encerrándolo en su bunker –no es hiperbólico,
sino ad pédem litterae- en la ya de por sí aislada finca de Cornish. Ignoro y
solo podría opinar -me temo que como la gran mayoría- sobre la realidad de lo
que contó su hija en El guardián de los sueños. Lo que cuenta sobre su padre, opino, es exagerado, si bien ya de suyo
lo que su padre hizo me lo parece. Me pregunto: ¿La creación de la obra está
por encima de la vida del creador y de su circunstancia, en términos
orteguianos? Entiendo que esta situación se ha repetido innumerables veces. La
creación literaria –la creación artística- se ha teñido de tintes seudorreligiosos,
enfermizos y ha llevado a los autores al aislamiento. Recuerdo ahora lo que
alguna vez se contó sobre Juan Ramón, nuestro Nobel. Poco antes de la muerte de
su mujer, estando en el hospital, en una entrevista que concedió a un
periodista sueco (se presumía la concesión del Nobel al moguereño), este le
preguntó qué opinión le merecía la poesía española del momento –estaban en 1956
en Puerto Rico-. Juan Ramón le contestó por escrito –se negó a recibirlo
personalmente- que ignoraba qué era de la poesía española, que no sabía ni
entendía sino de su propia poesía… ¡con el agravante contrario!: los demás no
entendemos, sino con mucho esfuerzo, de su poesía de esos años. Juan Ramón se
había encerrado sobre sí, siguiendo una dinámica de años… Su deseo de
aislamiento llevó a Zenobia a recubrir de corcho las paredes del despacho de
don Juan para evitar los ruidos molestos.
Salinger se aleja de la
comunicación que supone toda creación. Llega un momento en que desprecia la
opinión de sus editores, no aprecia a sus lectores, encerrado sobre sí, no le
importa perder su matrimonio y el amor
de su esposa, el trato y la educación de sus hijos… solo le interesa ese
extraño entramado de una familia, fruto de su creación, los Glass, que resulta
extraña por rara y por lejana a los lectores. ¿Merece la pena? ¿Le mereció la
pena a Salinger? ¿¡Y qué me importa a mí si le mereció o no la pena!?
A mí si me mereció la pena leer esta biografía y releer algo de lo que le leí hace mucho tiempo. Como dices, y así se comprueba la obra de Salinger está compuesta por "unos cuentos que, por lo que ahora me parece descubrir en esta biografía, esconden delicada y exquisita máquina de relojería".
ResponderEliminarMe ha vuelto a fascinar este tipo. Hay relatos que no han sido superados -en mi particular "orden estético"- por ningún otro escritor -que haya leído-.
Como dices en el primer post, efectivamente, me la compré y la tengo ya algo subrayada. Para quien escriba, Salinger ofrece un ejemplo de pasión por el trabajo que raramente se puede intuir hoy en muchos autores noveles. Hipotecar una vida a una obra, para mí es meritorio. Ahora, que sea equivocado es otro asunto pero meritorio desde luego que es, Charlie.
Un abrazo.
Ignoro si la siguiente entrada te satisface como respuesta. Creo que Salinger se encerró sin desearlo del todo, sin elegirlo, por pura obsesión... No olvides que la inteligencia, en su astucia, busca explicaciones y las dio y se las dio para vivir embotellado, no tanto por creativo ensimismamiento como por egolatría; todo esto, creo, además, queda al margen de su creación, que es lo que se debe juzgar, mas, en este caso nos ocupábamos de SU BIOGRAFÍA, de lo contado por Slawensky. Y añado: la vida, la mía, la de mis próximos, está por encima de la creación literaria, sea la que fuere, pues si esta es única no lo es menos la persona que padece mi obstinada y enfermiza dedicación al trabajo (muy calvinista, ¡la jaula de hierro de Weber! ¡Uff!). El fin NUNCA justifica… Pero, esto es una opinión.
ResponderEliminarFue A. Machado quien escribió aquello de "la página escrita nunca recuerda todo lo que se ha intentado, sino lo poco que se ha conseguido". Pienso que el que escribe lo hace porque no atiende, porque puede o quiere, otros menesteres o a otras personas. Y me da vértigo pensar en cuántos buenos escritores se "han perdido" en tantas buenas personas, que por darse a los demás y atenderlos, no atendieron a su talento. Y al contrario, cuánta mala persona que no se ocupa de su prójimo está ahí, nada más que pensando en una coma, un sinónimo o un giro. Mientras que oye a su hijo en el jardín jugando contra el muro a la pelota.
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