José Ovejero |
A veces temo que
cuando se anda con un problema, con algo entre las teclas, entre los libros y
las lecturas, entre los sesos, con una realidad que se estudia con empeño, algo
de todo ello tiende a invadir otros ámbitos, a expandirse y a afectarlo todo y ese
todo se ve con cierta distorsión por el cristal casi inconscientemente
impuesto.
¿Qué sentido tiene la
creación literaria? ¿Es cierto que la creación literaria tiene algún sentido?
¿Tiene, acaso, sentido la existencia o las explicaciones sobre ella no pasan de
ser consuelos opiáceos que pretenden adormecer nuestras tristes y tediosas vidas?
¿Tiene sentido la crueldad? ¿Tiene sentido la bondad? ¿El padre Kolbe al donar
su vida por la de otro fue un santo, un mártir o un imbécil, un cretino, un
embaucado? ¿Acaso no cumplía con su obligación Rudolf Franz Ferdinand Höß, SS-Obersturmbannführer, al mando del campo
de concentración? ¿Por qué es mejor Kolbe que Höß? Podríamos decir que ambos cumplen a la perfección con sus
convicciones y sus obligaciones: el fraile se marcha a su cielo, dando su vida
por otro, como su Maestro, y el nazi cumple matando a judíos como medio para
alcanzar la solución final, tal y
como había dicho su líder, guía y Führer, Adolf Hitler… ¿Por qué uno es mejor
que otro? ¿Por qué una vida es más digna que la de otro?
Ovejero cita a Robbe-Grillet
de quien cita: «¿Tiene la realidad un sentido? El artista contemporáneo no
puede responder a esta pregunta: lo ignora.» El arte, la literatura en
concreto, no puede cargar de sentido la existencia humana (no al menos como lo
interpreto y aprendí en Frankl). El arte, la literatura, la lectura, el
deporte, el trabajo… son realidades en las que se autoconstituye el hombre.
Para Ovejero que la literatura entretenga, divierta (que es verter en otro
espacio), descanse… es negativo. Esa es una literatura opiácea.
Escribe
Ovejero, perdón por lo largo de la cita: La literatura debe ser entretenida, afirman con frecuencia los propios
escritores, y el público asiente. Qué obligación más rara; no debe ser
profunda, sino entretenida. El mayor pecado de la literatura, dicen también, es
aburrir. Sin embargo, a mí me gustan algunos libros que a ratos me aburren y a
ratos me inquietan y sobre todo que a ratos me exigen trabajo. Porque he ahí el
quid: lo que entretiene no exige esfuerzo; es inocuo, anodino, puede ser gracioso
e ingenioso, ocurrente e incluso inteligente, quizá, en el mejor de los casos,
provocar una emoción estética, pero no debe costar trabajo. La literatura como
laxante, que no haya que apretar. La literatura como soma, para que no se nos
vaya a ocurrir ocupar la mente con algo desagradable o inquietante; no
inquietante como un serial killer de mentirijillas, sino inquietante
como algo que no nos deja seguir siendo como éramos antes de leer el libro, que
nos saca de la cómoda horma en la que hemos ajustado nuestras vidas. (p.
36)
A
Ovejero le interesa la literatura como realidad laboriosa, no le incomoda que
sea una aburrida excavadora, instrumento que cava y profundiza, y así por
tanto: literatura profunda.
Para él la literatura cruel es palanca que muda al lector, una literatura
también con una finalidad didáctica. Gusta él de una literatura que concibe
como elitista: la de aquellos que la escriben para promover un cambio y de
quienes la leen con esfuerzo y desasosiego, con esfuerzo; siguiendo su
comparación, leen estreñidos.
Nada que objetar. Para gustos, colores, pero por qué aseveración tan rotunda y
excluyente: Los libros
crueles son aquellos que niegan la sumisión a la banal dictadura del
entretenimiento, aquellos que nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de
postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente
aposentados en nuestra existencia (p. 72). El cambio es inherente a la
indigencia humana, el movimiento una necesidad (de aquí que dijeran de Dios que
es motor inmóvil). Es por ello que, como el mismo Ovejero cita de Clément
Rosset, el hombre tenga «la necesidad
de certidumbre [que] es perentoria y aparentemente inerradicable en la mayoría
de la gente.» (p. 63). El hombre busca necesariamente la homeostasis frente al perpetuum mobile. Toda lectura es
acción, movimiento, se califique de cruel o no, si bien es cierto que no toda
lectura es necesariamente performativa. No sé hasta qué punto el Evangelio
soportaría el calificativo de cruel y
el propio Benedicto XVI lo califica de preformativo: no informa, no sirve para
entretener, sino que cambia la vida (v. Spe
salvi). Toda lectura ascética lo busca y hablo de una ascesis en sentido
general, incluso pagana de la tanto sabe Hadot.
De la finalidad didáctica del
teatro ya comentó Aristóteles; la literatura como medio de cambio se dio al
servicio de la revolución y la rebelión comunistas y se puso de manifiesto en
el llamado realismo
socialista: El materialismo dialéctico allá por el año
30 en la Rusia comunista defendió que la literatura debe ser un arma de clase y
todas esas férvidas peroratas ya periclitadas por la tozudez de la realidad
(hay un libro de Guillermo de Torre, Problemática de la literatura,
Buenos Aires, Losada, 1951 donde se nos habla de todo lo ocurrido allá en la
Rusia comunista de los años 30, el congreso de Jarkov, etc.).
¿Cuál es la ética que oculta la
crueldad por la que cobra sentido toda obra literaria que admitiera tal
adjetivo?
Para
Ovejero la inmensa mayoría de
los escritores ha abandonado la idea de que el arte pueda transformar siquiera
mínimamente la realidad (p. 37), ¿es este un planteamiento marxista? La
creación literaria y sus productos, condicionados por el dinero y el
gregarismo, se mueven entre ideas acomodaticias, actitudes
pequeño-burguesas, no quieren incomodar a la mayoría y por ello, huyen de las
minorías selectas que gustan de la literatura esforzada (A la inmensa minoría,
Juan Ramón) camino de la literatura laxante (A la inmensa mayoría,
Blas de Otero); es curioso lo que las cosas de la moral cambian, como afirma
Ovejero, pues él, que defiende esa estreñida literatura de la elite, sin
embargo y a juzgar por lo que leo, triunfa entre los lectores acomodaticios –yo
que lo leo seré uno de ellos, por no ir más lejos- y entre las editoriales
pacatas que lisonjean y nos atraen a la mayoría, como debe de serlo en este
caso ANAGRAMA.
Me
sigo preguntando, desde el incruento ensayo de Ovejero sobre la crueldad. ¿De
qué realidad nos desea mover este escritor con su trabajo y sus obras? ¿De qué
nos quieren redimir los crueles? ¿No me ha dicho por boca de Robbe-Grillet que
el arte no obra el sentido, por qué entonces la literatura cruel nos redimirá?
En el fondo de qué hay que liberar al hombre ¿de su humanidad o de su
animalidad, de su bondad o de su maldad? Para
Ovejero la literatura cruel, que me habla de las perversiones del hombre, de su
depravación, de su corrupción, de cómo denigrar al prójimo, cómo
degenerarlo ¿es un modo de liberarme? ¿Es más libre Rudolf Höß que Maximiliano María Kolbe porque el primero
deja brotar su perversidad y depravación frente a los judíos a quienes odia y
no lo oculta, ni se tapa, ni se corrige, ni lo necesita, ni lo piensa, ni cree
que haya que hacerlo… porque solo debe dárseles una solución, la solución final? Por lo que leí -por
quedarme en ayer por la mañana- en La
fragilidad del bien de la flamante Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales, Martha Nussbaum, ella no estaría de acuerdo.
Martha Nussbaum |
al leerte recordé lo de los cristales: ¿es mejor el cristal transparente de la ventana por el que vemos el ir y venir de los demas? o ¿el revestido de plata del espejo donde solo nos vemos a nosotros mismos? ¿cual nos resulta mas cruel y menos agradable de mirar? ¿cual usamos mas?
ResponderEliminarA raíz de esta entrada he escrito 3 miniaturas (4, 5 y 6). No se si vienen a cuento...
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