5 de noviembre de 2012

José Ovejero, LA ÉTICA DE LA CRUELDAD (III)


Prisioneros del campo de Auschwitz.

      Mucho me temo que el profesor Ovejero y yo no tengamos la misma concepción de la literatura. La diferencia en muchos ámbitos es evidente. Casi seguro que él tiene toda la razón, al menos a juzgar por la aceptación de su creación literaria y la mía. Él con su obra Las vidas ajenas, que no he leído aún, ganó el Primavera de Espasa. Yo, pobre, llegué con mi Amanda solo hasta las cuatro de la tarde o algo así de la final, hora en que la echaron de aquella mesa del Ritz (aquel año ganó Ignacio Padilla con Amphitryon, creo que fue, olvidé qué año corría). Ellos son unos marginados, yo, un integrado, ¿un integrista, un fundamentalista? Curioso sin duda que esta literatura aburrida, pero profunda, laboriosa y estreñida, agitadora y elitista, alcance el éxito del autor que la prodiga y el favor de las editoriales restrictivas y pacatas que viven de llevar el consuelo a esos lectores no menos adocenados, aborregados. Sin duda se trata de un nuevo despertar.
     Es posible que uno no sea sino un tío casta, un bienpensante, un pequeño-burgués, un paria levítico y hasta algo políticamente correcto, pero la literatura no la entiendo así. No. La literatura, opino –y recuerdo que las opiniones no son respetables- no es un medio de zarandeo y agitación. La finalidad de la literatura no es ética, sino que la literatura, en cuanto obra humana, es ética o es inhumana, como lo es la crueldad, por ejemplo. Todas las formas de crueldad: desde la violencia a la pornografía que cita de algunas obras que son de su gusto… como La historia del ojo, de Bataille –ya perdonarán, pero no anduve sobrado de tiempo y no la leí- se me antojan infrahumanas. No creo que eleven la dignidad de quien las lea y aseguro que ese tipo obras no abrazarán en absolutola idea de que el arte pueda transformar siquiera mínimamente la realidad” (p. 37), mediante el cambio del lector, ¿cambio en qué sentido? Todo cambio por serlo no es progreso si carece de sentido, ni mejora.
   Hace unos días, por no irme más lejos, el escritor argelino Yasmina Khadra que presentaba en Sevilla su nueva novela, La ecuación de la vida, afirmó con toda sencillez que no creía que la función y sentido de la literatura fuera la transformación de nada. Lo afirma un escritor que tiene muchos motivos para desear transmutar una realidad tan adversa como la de su país (¡tanto como lo pueda ser la de España, por no ir más arriba!). África afirmaba el escritor argelino no interesa a nadie, pero él tiene la convicción de que su escritura no tiene la finalidad de dar a conocerla, de interesar al lector sobre ella…
    Ignoro hasta qué punto el profesor Ovejero ha provocado lo que en la contraportada dice que se propone –si es que lo escribió él-: “hay una crueldad que no satisface el morbo del espectador ni corteja sus valores, sino que lo confronta con sus hipocresías, sus miserias, sus mezquindades. Es ética en el sentido de que pretende una transformación del lector, aunque a veces tenga que agredirle para ello: no le ofrece certidumbres sino todo lo contrario”. “El fin último de la crueldad en la literatura es algo más humilde. No completar la construcción de la realidad, pero sí mantener el proceso en marcha y, al menos, disipar la niebla que esconde la realidad a nuestros ojos” (p. 103), perdone, ¿a los ojos de quién? ¿Quiénes somos nosotros? Me temo que yo no soy de los nuestros. La liberación del hombre por medio de la escritura y llegar al fondo de la realidad humana es también una meta de la escritura automática del surrealismo. ¿Por qué vamos a considerar más genuinamente humana la crueldad, la sexualidad desbocada, la animalidad, que la bondad, la búsqueda del bien, la racionalidad? ¿Es que caso Höß es más humano que Kolbe por ser depravado, amoral, inmoral? ¿Es acaso más auténtica la realidad que vive el nazi que asesina que la vida del judío que es sesgada en la cámara de gas, que padece la violencia del otro, que lo humilla y aniquila? ¿Dónde está la raya entre la enfermedad y el mal? ¿Quién viola, ahoga y descuartiza a sus hijos, los mete en una maleta y reparte sus restos por las cunetas de las carreteras, mientras fuma y escucha a Bach, es una persona enferma, una persona mala o simplemente es una persona normal que tiene una mala tarde? “Se trata de rebelarse, como Luzbel, pero no para derrotar a Dios ni a la muerte, que sería absurdo, sino para rechazar someterse a sus designios; qué importa convertirte en un marginado, en un proscrito, en un criminal.” (p. 165). El marginado, el marcado con una estrella, el humillado y ofendido, el proscrito es Kolbe y todo ese tinglado de los lager y sus soluciones finales, de liberadores que nos desean liberar de nuestra  humanidad tiene un carácter ciertamente demoníaco.
     Es obvio que el profesor se cuela de frenada al afirmar que “Todos estamos a favor de la justicia, pero sólo unos pocos actúan para conseguida” (p. 72): no, tampoco seamos ingenuos. Los asesinos, los violadores, los terroristas, los defraudadores, los pederastas… no están a favor de la justicia. Buscarán su bien y su verdad y su liberación, que serán sus valores, pero ignoran en absoluto que sea el bien, la verdad, la libertad… y como usted mismo dice, la inteligencia es lo suficientemente astuta como para justificar el mal que hacemos, nuestras vilezas.
El mismo Auschwitz al otro lado de las alambradas.

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