Es obvio que no es, como algunos
defienden, que dé igual cómo se nombre, cómo se llame una realidad. La polisemia
y la sinonimia son hermosas, mas herramientas de doble filo. Cuando
determinadas realidades carecen de palabras que las nombren en una lengua, esta
mengua. Cuando carecemos de las palabras necesarias para pensar, nuestra
humanidad mengua y no da igual, no.
Hace unos días leía un texto cargado de
sentido común, de tino, de un conocido novelista español en el que le ocurría
que al nombrar la comprensión lectora la llamaba algo así como sentido común… ¡pues no es así! La
comprensión lectora es una destreza de la lengua por la que quien la tiene,
como su nombre indica, comprende aquello que lee, mejor o peor.
La consecución de todo bien es ardua,
afirma Tomás de Aquino. Se ha contrapuesto en alguna oportunidad la capacidad
de hablar con la de capacidad de leer. Se ha razonado por qué tiene que ser
ardua la capacidad de leer y no así la de hablar. El asunto está en qué
entendemos por leer y hablar. Leer, posiblemente, leemos muchos y no todos
bien. Hablar, hablamos la mayoría, pero tampoco lo hagamos mejor. Hablar bien,
como leer bien comporta un entrenamiento, un aprendizaje, una práctica que
conducen a mejorar en las capacitaciones de las que tratamos: leer y hablar
bien.
El libro que he terminado de leer me
parece un buen libro. Es un libro que aconsejo a quienes tienen por su profesión
la obligación de enseñar a comprender a otros el mundo mediante la lectura. A
quienes gustan y gozan con la lectura y quieren abundar en ese proceso hermoso,
enriquecedor, milagroso… ¿Cómo seríamos tantos de nosotros si no hubiéramos
aprendido a leer? ¿Cómo concebiríamos la realidad de no haber podido aprender a
leer? ¡Cuánto placer y felicidad derrochados de no haber aprendido a leer!
Uno de las dificultades con que se
enfrentan los profesores, maestros, a diario en sus aulas es con el problema de
la incomprensión de lo que sus alumnos leen. Su capacidad es deficiente y por
tanto no aprenden, no comprenden porque leen mal. No gustan del estudio porque
el medio que necesitan, la lectura, es una herramienta herrumbrosa y precaria
en su capacidad. Un problema de matemáticas, de física, etc. es un problema de
comprensión porque quien desea resolverlo lo primero que necesita es comprender
aquello que dice el enunciado (hay enunciados mal redactados que llevan a la
incomprensión).
Este libro se me antoja impecable. Bien
redactado, con claridad, huyendo de tecnicismos que lo harían correoso, denso…
En él quien tenga gusto por el tema volverá a recordar que leer no es una
operación simple ni siempre idéntica. Todos los textos viven en unos contextos
y el lector vive en una circunstancia única. No hace mucho en este mismo blog
escribía yo sobre la dificultad que tienen algunos textos en determinados
momentos para ser leídos. Quizá no se encuentra, como escribía Marías, el
lector a la altura del momento que requiere el texto, con el temple adecuado
para acceder a él. Cuando llega el momento, sin embargo, resulta fácil y amable…
Esta obra nos invita a recordar los
resortes que se requieren para leer bien, para comprender bien. Todo cuanto hay
en la trastienda de toda lectura.
Me he encontrado en este texto con
explicaciones cargadas de sentido común y de sencillez al explicar lo complejo,
propio siempre de quien tiene claro de qué habla. A veces lo confuso nace de la
confusión de quien lo escribe. No se da en esta obra donde todo parece diáfano.
Algo más de cuatro folios de notas he
sacado de la lectura de esta obra y no es este el lugar donde hacerlas explícitas…,
pero sí que deseo insistir en que es obra para quienes quieran recordar lo que
sabían, repensar lo que enseñan, aprender sobre lo que pretenden enseñar.
Desde aquí mi agradecimiento a los
autores y a la feliz idea de editar un texto como este. Muchas gracias.
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