21 de abril de 2012

Dos artículos de Antonio Muñoz Molina (I).


       De unas fechas a esta parte, con frecuencia, me llegan al buzón del correo electrónico un par de artículos escritos por Antonio Muñoz Molina: Hora de despertar y La libertad más frágil. En el primero, el autor hace una llamada, como la hecha por Manrique con la sana intención de que los españoles tomemos conciencia de la situación en que estamos: Avive el seso y despierte. En el segundo artículo lo que hace MM es una defensa de la libertad. Este par de artículos tienen el fondo de sensatez que dan la experiencia y los años. Los escritos como tales están a la altura del excelente escritor que siempre fue Muñoz Molina, a quien empecé a leer en el Cultural de ABC de los años ochenta, quizá. Perdón si no doy con las fechas exactas, pero es que me han cerrado, como a don Quijote, la puerta donde podría comprobarlo y no han sido ni los encantadores, ni mi sobrina ni mi ama de llaves: han sido los albañiles…
         No obstante –y me dirijo a los remitentes- no tengo entre las personas que puedan dar lecciones en estas materias a MM. Me temo que mis remitentes lo hacen con la mejor intención, pero desconocen la trayectoria del escritor.
         Por muchas razones, bien podría decir que tendría, para tenerle a Muñoz Molina, verdadero y vivo afecto y admiración. Pronto supe, hace muchos años, entonces un muchacho, que era paisano, conocido de amigos y amigo de conocidos que llegaba tan lejos, en principio, como el Lazarillo, con sus solas fuerzas y a base de mucho escribir y pulir lo escrito: desde muy abajo a base de estudio y valor y de su valerse personal ascendió... Mas no es así; no le tengo en alta estima. Lo siento. Desde que lo escuché por primera vez, Muñoz Molina no tenía en absoluto el habla de Úbeda y, me temo, para entonces no era el muchacho sencillo y tímido, que me dicen que fue en los Salesianos. Su habla era como de otros pueblos… de Graná, en concreto, y esto carece de importancia, pero su actitud era la típica que se les achaca a quienes son de allí. Esa actitud la padecía en mi infancia y desde entonces le tengo harto despego: me produce desprecio su jactancia, su confundido sentido de superioridad, su vanidad… (su malafollá). Desde la primera vez, y todas las siguientes, siempre que lo oí… MM, para mí, era un granaíno con muchas vocales…, con todo el mérito que se le desee atribuir, mas no con tanto como él creía atesorar. Si antes se me antojó que iba a caballo, con toda la carga que a esto le da Sabina, pronto cabalgó a sillón, el que ocupó en la Docta Casa, siendo, creo, el académico más joven que había alcanzado condición tal. Lo escribió Unamuno: el gran negocio del mundo es comprar a la gente por lo que vale y venderla por lo que cree valer.

                                                                                                                   …/…

8 de abril de 2012

ANTONIO MACHADO Y BAEZA A TRAVÉS DE LA CRÍTICA, Antonio Chicharro (Ed.). II


Y Baeza entre la niebla.
         Hechos los prolegómenos del libro. Me centro ahora un poquito en lo que el lector puede hallar en él…
         El título, sin duda sitúa perfectamente al lector, pues los artículos seleccionados por Antonio Chicharro son aquellos que hace referencia cuasi directa y exclusiva al paso del poeta sevillano por el pueblo del coordinador de la obra, Baeza, porque los Chicharro son baezanos y lo llevan a gala (Dámaso hizo la tesis sobre Alonso de Bonilla, poeta baezano, y adelantado conceptista en nuestro Barroco, poeta que vivió en la etapa de la Contrarreforma).
         Los baezanos yo bien lo sabía por don Alfonso Sancho hacían gala del paso del poeta por su pueblo, pero ponían sordina al rechazo del poeta al pueblo. El pueblo de Baeza, cuando Machado llega a él, el 1 de noviembre de 1912, era lo que el poeta dirá, un “poblachón moruno”. Baeza se le antoja al poeta el final del mundo, pensó quizá que era lo último que hubiera deseado –él no eligió Baeza, sino que fue lo primero que le ofrecieron como cambio a la Soria donde acababa de morir su mujer y él quería dejar atrás, lejos, lo antes posible-. Leí después la carta que le escribió Machado a Unamuno, famosa, en 1913 diciéndole del pueblo… Nada de todo esto aporta nada nuevo para mí. El poeta abandona el pueblo en octubre de 1919, siete años por tanto pasa Machado en Baeza. Llegó en mala hora, pobre poeta triste, cansado, pensativo y viejo… con una depresión enorme. Se marcha Machado curada el alma, con una buena gavilla de poemas, feliz, tras varios intentos por marcharse, camino de Soria, cerca ya del Madrid que ansiaba.
         Escribió Dámaso Alonso que Machado se agostó en Baeza. Es posible. Machado tras su paso por el pueblo giennense se volverá un poeta seco, recortado, sentencioso. Su poesía carecerá ya del tono íntimo, de la exaltación de lo insignificante hermoseado por la mirada amable del poeta. El mundo se volverá adusto para el sevillano tras su paso por Baeza.
         Es curioso que siempre supe que Machado llevaba garrota, pero pensé que era un motivo, digamos, más estético, algo de la moda, que necesario en el poeta. Había leído, por supuesto, lo escrito por Alcalá Laínez sobre Machado, que en el libro de Chicharro se reproduce también, ¡y no caí en que no era estética, sino necesidad de cojo! Machado era algo cojo… Lo ignoraba.
         Tampoco sabía que, la hija del director de instituto de Baeza, hizo sus pinitos, digamos, en torno al profesor-poeta-recién enviudado. Lo ignoraba. No parece, sin embargo, por lo que ahí se dice que Machado, con una depresión que le duró años, estuviera mucho por la labor de atender a esta señorita.
         Se repiten innumerables veces en los artículos seleccionados sus paseos, su modo de vestir, la tertulia de Almazán y quiénes asistían, las pobres clases que impartía, sus compasivas calificaciones –nunca suspendía a nadie-, sus paseos a Úbeda andando desde Baeza, su contemplación de los olivos y los montes sentado en la muralla de Baeza, su excursión a Cazorla, la llegada de Domínguez Berruete con Federico a Baeza…
         Decía don Alfonso que era extraño, y ciertamente no he leído comentario aclaratorio al respecto, que en la poesía del sevillano no están presentes ciudades tan hermosas como lo son en las que vivió. Recuerdo que don Alfonso decía Soria, Baeza y Segovia… Con mis años, quizá con impertinencia, añado yo ¡y París! ¿¡Y París, don Alfonso!? La ciudad de la luz no merece un mal poema del poeta sevillano. ¿Qué sabemos del paso de Machado por París? Perdón por alejarme: Sabemos que salió de prisa y corriendo con su hermano Manuel y que trabajó, como tantos otros, en la editorial Garnier, por cuatro perras… ¿pero qué hacía allí? ¿Cómo vivió allí?... Sobre esto solo he leído generalidades. Por segunda vez, becado, casado, se marcha Antonio a París; va con Leonor… ¿pero y qué hacen allí? Ella enferma, cierto… Antonio asiste a las clases de Bédier, de Bergson… ¿Y qué más hacía? No pasearon sus jardines… ¿Qué hay de la ciudad tildada de la luz? Nada. No conozco ningún poema de Machado sobre París.
         Baeza, Soria… los campos, los olivares, los olmos, los encinares, violetas, margaritas, un hombre siempre lejano cruza, un labriego, un pastor, un cazador de luenga capa… Las ciudades, sus monumentos quedan en esquemas. La Institución Libre de Enseñanza, es cierto…, enseñó el Guadarrama a sus alumnos, pero también el Prado, la arquitectura… Da la impresión de que Machado no se siente atraído por la belleza de los edificios y, sin embargo, ante una pequeña margarita, un chopo, un álamo, un jilguerillo se extasía el poeta sevillano… ¡Ah, Sevilla! Sí, Sevilla sí le resulta atractiva el poeta en su recuerdo, mas después, Sevilla, sin sevillanos… (¡y las quejas al poeta!).
         Mis felicitaciones para Antonio Chicharro. Es cierto que se repiten ideas en distintos de los artículos elegidos: inevitable. Que en la selección hay autores de gran altura intelectual, autoridades en la materia… y otros que no lo son tanto o no lo son en absoluto, pero… que ahí están: inevitable. He pasado unos ratos amables recorriendo poemas de Machado al hilo de Baeza, en la presencia de amigos ya fallecidos -¡pobre mi Juan Ruiz!- y de amigos vivos y felices -¡Pepe Martínez, Diego Orzáez, Fernando Rodrigo!-…
         Cierro el libro y se queda Baeza de nuevo extasiada, ensimismada, dormitando entre sus nieblas, sus panis, sus escudos, sus brillos opacados por una realidad que no miente, que no engaña… Nido real de gavilanes
Guimar.

5 de abril de 2012

ANTONIO MACHADO Y BAEZA A TRAVÉS DE LA CRÍTICA, Antonio Chicharro (Ed.). I


Leonor.
         Machado, Antonio, fue para mí, durante años el poeta por antonomasia. Mi maestro, don Alfonso Sancho, se lo sabía de pe a pa. Lo recitaba de memoria y lo contaba de lujo. Fue el primer poeta que leí en mi vida. Fueron los primeros poemas que medité con cierto asombro, desde la estrechez oscura que da la ignorancia. ¿Quién era este hombre? Don Alfonso contaba su vida sin necesidad de papeles: rara vez llevaba él papeles en sus explicaciones que las solía hacer a pulso, de memoria, con su deje de voz característico: entonces lo profesores podían fumar en el aula y él lo hacía, fumaba Ducados. Entre versos, siempre llegábamos al decepcionante amor de Guiomar: para mí Leonor, la esposa-niña del poeta, era la verdadera, el amor impar de Machado. Guiomar vino a ensuciar es amor excelso del poeta, con su niña, cogida de la mano, en una Soria fría, de álamos, de cerros cenicientos, de pequeñas flores, raídos encinares, violetas y siempre el Duero trazando su curva de ballesta… y en los últimos años el poeta empujando el carrito con su esposa enferma.
         Machado, Antonio, no escondía gran cosa para el bachiller que fui. Lo había leído con fruición. Mi maestro me lo enseñó. Luego leí biografías, releí sus poemas, los comenté muchas veces muchísimos de ellos… “Si está en el libro no lo aprendas de memoria”, o algo así me dijo don Alfonso, y no sé si no trozos, sólo trozos de poemas de memoria. Leí muchas monografías, artículos sueltos… y ya un tanto harto de Machado, un día Pedro Antonio Urbina, el poeta, el novelista, me dio otra perspectiva que nunca vi antes, que no pensé antes. Me volví sobre Machado, Manuel, sobre quien trabajo Miguel d’Ors; me volví sobre Juan Ramón, el poeta neurótico de Moguer, con su Zenobia y su Nobel…
        El otro día, por casualidad, me regaló el magnífico impresor de Doble A, Andrés Moreno, excelente persona también, un libro que tenía en una estantería. No conocía el libro: Antonio Machado y Baeza a través de la crítica, coordinado por Antonio Chicharro. Los Chicharro, digamos, en el distrito universitario que fue de Granada eran muy conocidos. No lo fueron menos después en el distrito de Jaén. Dámaso le dio clase a medio mundo en el Instituto Femenino, su hermano en Baeza, otro de sus hermanos en la Facultad de Filología… Estudiosos, concienzudos, lectores atentos de lo clásico y lo recién editado, eruditos… Me resultó atractivo y acepté con agrado un libro así (¡la verdad es que cualquier libro, casi, lo acepto con ese agrado!).
         El libro, como el propio coordinador advierte, emula a una colección a la que le tengo cariño, que desaparecería, supongo, pero de la que tengo muchos libros en casa. La colección era de la editorial Taurus y la colección se titulaba El escritor y la crítica. En esta misma colección hay una obra coordinada por Ricardo Gullón sobre Antonio Machado, Aurora de Albornoz coordina la de Juan Ramón, Gonzalo Sobejano la de Baroja… Quevedo, García Márquez… Eran estos libros muy singulares, pues ponían al alcance del lector, universitario en mi caso entonces, una serie de artículos que iluminaban ciertos aspectos de los autores y sus obras que no se hallaban en los manuales al uso… Luego se editaron los manuales de la Historia y crítica de la literatura española, coordinados por Francisco Rico, de editorial Crítica, que hacían algo parecido… ¡y ya me voy perdiendo! Que el libro que coordinaba Antonio Chicharro seguía la estela de todo esto, y era una 3ª edición nuevamente corregida y aumentada de 2009.
        El libro, como hecho por Andrés, está pulcramente editado. Una portada de mi conocido David Padilla con un retrato de un Machado aún joven. Excelente papel, separación entre líneas… Hermoso libro, sin duda.

3 de abril de 2012

Ley del más débil, André Lapied



         Termino de leer la Ley del más débil. Genealogía de lo políticamente correcto. Esperaba más del libro y, como no estoy seguro de hacer la crítica de la obra de forma excelente, envío al lector a otra donde, la de esta obra, se completa con el de otras y tendrá una visión mejor y más amplia del asunto (http://www.revistadelibros.com/articulos/animal-grotesco-pero-feroz).
         El libro de Lapied, salvo en planteamientos de más hondo recorrido, es un cúmulo de asertos asentados en el sentido común de cualquiera que sea capaz de salir del bosque para ver los árboles. Partiendo de raíces nietzscheanas el autor aborda el tan manido planteamiento de lo políticamente correcto que todo lo inunda. El autor quiere saber qué hay detrás de estos planteamientos y creo que no termina de cerrar el cercado como lo han hecho otros autores. El origen lo podemos encontrar en la Escuela de Frankfurt y más concretamente en el pensamiento de Horkheimer. Será en a mediados del siglo pasado cuando la idea de la corrección política se vaya extendiendo como una mancha de aceite sin que, en muchos casos, se calase en la filiación y en sentido último que tiene este montaje de unos pocos que termina por afectarnos a todos y a casi todo.
         Digamos que lo políticamente correcto parte de que todo lo débil es bueno y justo, por el hecho de ser débil y por tanto es necesario y conveniente, y mandamiento de lo políticamente correcto, proteger especialmente lo débil. Todo cuanto pueda caer bajo este epígrafe es positivo, pues el magma que calienta lo políticamente correcto así lo manda: los animales en general, las mujeres, los niños, los pueblos pequeños, las etnias perdidas… Si es débil es bueno. En esta línea roqueña de defensa se agrupa, insisto, a los desvalidos, pequeños, indefensos, desamparados, huérfanos… al pueblo judío, los homosexuales… Si a comienzos de los 70, para Fritz Schumacher Lo pequeño es hermoso, para lo políticamente correcto, lo pequeño debe ser defendido porque es naturalmente bueno y justo.
         Ni que decir tiene que todo cuanto se oponga a lo débil y pequeño es malo. Así lo masculino, el poderoso, los países ricos, las personas acaudaladas, el empresario… son malos. Ellos ejercen la fuerza contra el débil y se aprovechan de él. ¿Cómo puede ser bueno quien tiene un trabajo, gana dinero, etc.? Seguro que alcanzó esa cota aprovechándose de los inferiores y no permitiendo que éstos progresaran, mejoraran, etc. y, por tanto, todos y principalmente este poderosos deben proteger a quien igual fue indolente, perezoso, vago, sinvergüenza, maleante… ¡pobrecito!
         Una segunda línea de defensa que viste lo políticamente correcto se instala en el altozano de lo gregario. Lo individual es malo. Lo colectivo bueno. La manada es buena, el cercado bueno, el grupo bueno… Lo individual, particular, específico, concreto… ¡eso es malo! Nada de pensar por usted mismo: ya nos ocupamos nosotros de ello. Nosotros, otros dioses platónicos, nos encargamos de poner nombre a todo. Por favor, sea manso, dócil, obediente… ¿a usted quien le ha mandado pensar por usted mismo? ¡¡Qué barbaridad!! Además insisto: conviene que usted aprenda a nombrar la realidad de nuevo, a ponerle nombre a cuanto le rodea. Además, no se preocupe, usted no es responsable de nada: es la sociedad, es la circunstancia, es la calle, el colegio, los grandes, los poderosos, el Estado, el Sistema…
         Ya situados todos juntos, visto que todo es igual… pues desaparecen los valores: todo vale lo mismo. Donde todo vale, donde todo vale igual… es porque todo, con perdón es inútil, infecundo, infructuoso… ¡Nada vale nada! Todo es intercambiable, está sujeto a la opinión (por supuesto mi opinión es tan válida como la que más hablemos de lo que hablemos). Todos sabemos de todo.
         Concluyo: Cuando he escrito, con más detalle, con ironía y sorna lo pone en solfa el profesor francés, André Lapied. Añado: parece que me ha sido de más grata lectura y aprovechamiento la obra de lo que había creído al comenzar la crítica, ¡qué cosas Amanda!

        

1 de abril de 2012

Pereira deja de sostener...

Sostiene Pereira.
         Muere la gente desconocida y lo ignoramos. Mueren los conocidos, los amigos, los familiares…, seres queridos y no nos da tiempo a despedirnos de ellos-. “Que tenemos que hablar de muchas cosas” y se queda todo cortocircuitado, y la vida amputada, y la realidad toda truncada, como a medias, con la palabra en la boca.
         Ha muerto Antonio Tabucchi, ha empezado su despedida Aurora Conde… No sabía demasiado de él. Lo conocí por medio de las críticas a sus libros que salieron en el ABC, ya no recuerdo, si literario o cultural… En la biblioteca de mi casa están encuadernados, amarillentos: no es hora de bajar a mirarlos (siempre que  bajo a mirar uno de esos muchos tomos que encuaderné en rojo, me pierdo: son tantas las críticas y los críticos a quienes leí, de quienes aprendí qué hacer o no hacer y cómo…, que me quedo prendido en otras páginas y a veces no recuerdo, siquiera, qué buscaba).
         Leí los libros portugueses de este profesor italiano enamorado de Lisboa y de Pessoa, de Portugal. Leí sus novelas, algunos de sus cuentos, algunos de sus artículos. A lo peor me equivoco, pero me pareció una persona entrañable, amable.
          Siento vivamente su pérdida. No quería escribir nada sobre ello. Me despido cada vez más de más personas que me son próximas y esto deja un poso de otoño oscuro y lluvioso, denso de nubes y prieto de viento… ¡Qué desolada queda el alma ante la muerte!
         He leído este comentario de Aurora Conde, a quien no conozco, ni recuerdo haber leído nada. Me parece una buena despedida y a ella, en mi asombro, me sumo con afecto y le agradezco que sea ella quien despida al conocido, al amigo… No duden en visitar esta columna… Me parece excelente. Gracias, doña Aurora. 
Antonio Tabucchi.