3 de abril de 2012

Ley del más débil, André Lapied



         Termino de leer la Ley del más débil. Genealogía de lo políticamente correcto. Esperaba más del libro y, como no estoy seguro de hacer la crítica de la obra de forma excelente, envío al lector a otra donde, la de esta obra, se completa con el de otras y tendrá una visión mejor y más amplia del asunto (http://www.revistadelibros.com/articulos/animal-grotesco-pero-feroz).
         El libro de Lapied, salvo en planteamientos de más hondo recorrido, es un cúmulo de asertos asentados en el sentido común de cualquiera que sea capaz de salir del bosque para ver los árboles. Partiendo de raíces nietzscheanas el autor aborda el tan manido planteamiento de lo políticamente correcto que todo lo inunda. El autor quiere saber qué hay detrás de estos planteamientos y creo que no termina de cerrar el cercado como lo han hecho otros autores. El origen lo podemos encontrar en la Escuela de Frankfurt y más concretamente en el pensamiento de Horkheimer. Será en a mediados del siglo pasado cuando la idea de la corrección política se vaya extendiendo como una mancha de aceite sin que, en muchos casos, se calase en la filiación y en sentido último que tiene este montaje de unos pocos que termina por afectarnos a todos y a casi todo.
         Digamos que lo políticamente correcto parte de que todo lo débil es bueno y justo, por el hecho de ser débil y por tanto es necesario y conveniente, y mandamiento de lo políticamente correcto, proteger especialmente lo débil. Todo cuanto pueda caer bajo este epígrafe es positivo, pues el magma que calienta lo políticamente correcto así lo manda: los animales en general, las mujeres, los niños, los pueblos pequeños, las etnias perdidas… Si es débil es bueno. En esta línea roqueña de defensa se agrupa, insisto, a los desvalidos, pequeños, indefensos, desamparados, huérfanos… al pueblo judío, los homosexuales… Si a comienzos de los 70, para Fritz Schumacher Lo pequeño es hermoso, para lo políticamente correcto, lo pequeño debe ser defendido porque es naturalmente bueno y justo.
         Ni que decir tiene que todo cuanto se oponga a lo débil y pequeño es malo. Así lo masculino, el poderoso, los países ricos, las personas acaudaladas, el empresario… son malos. Ellos ejercen la fuerza contra el débil y se aprovechan de él. ¿Cómo puede ser bueno quien tiene un trabajo, gana dinero, etc.? Seguro que alcanzó esa cota aprovechándose de los inferiores y no permitiendo que éstos progresaran, mejoraran, etc. y, por tanto, todos y principalmente este poderosos deben proteger a quien igual fue indolente, perezoso, vago, sinvergüenza, maleante… ¡pobrecito!
         Una segunda línea de defensa que viste lo políticamente correcto se instala en el altozano de lo gregario. Lo individual es malo. Lo colectivo bueno. La manada es buena, el cercado bueno, el grupo bueno… Lo individual, particular, específico, concreto… ¡eso es malo! Nada de pensar por usted mismo: ya nos ocupamos nosotros de ello. Nosotros, otros dioses platónicos, nos encargamos de poner nombre a todo. Por favor, sea manso, dócil, obediente… ¿a usted quien le ha mandado pensar por usted mismo? ¡¡Qué barbaridad!! Además insisto: conviene que usted aprenda a nombrar la realidad de nuevo, a ponerle nombre a cuanto le rodea. Además, no se preocupe, usted no es responsable de nada: es la sociedad, es la circunstancia, es la calle, el colegio, los grandes, los poderosos, el Estado, el Sistema…
         Ya situados todos juntos, visto que todo es igual… pues desaparecen los valores: todo vale lo mismo. Donde todo vale, donde todo vale igual… es porque todo, con perdón es inútil, infecundo, infructuoso… ¡Nada vale nada! Todo es intercambiable, está sujeto a la opinión (por supuesto mi opinión es tan válida como la que más hablemos de lo que hablemos). Todos sabemos de todo.
         Concluyo: Cuando he escrito, con más detalle, con ironía y sorna lo pone en solfa el profesor francés, André Lapied. Añado: parece que me ha sido de más grata lectura y aprovechamiento la obra de lo que había creído al comenzar la crítica, ¡qué cosas Amanda!

        

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