2 de diciembre de 2024

Pedro López Yera: Alcalá Venceslada y el Archivo Histórico

Esta entrada que podrá leer el lector de este blog no está escrita por mí. Es de Pedro Antonio López Yera que ha tenido la gentileza de escribirla y recrear esta ficción que relaciona a Alcalá Venceslada con el Archivo Histórico de Jaén y en general con este tipo de archivos. Agradezco a su autor sus palabras y su trabajo y, por supuesto, la generosidad de cederme su texto para publicarlo.

¿Qué decir de Juan Eduardo Latorre y su dibujo? Quienes frecuentan este blog, de sobra saben quién es y mi admiración y asombro ante sus obras de arte. Muchas gracias también a él. 


Alcalá Venceslada y el Archivo Histórico

Pedro López Yera


Encuentro, casi distraídamente, en uno de esos cajones repletos de papeles con aroma de recuerdo, de nostalgia de lo vivido, mi “diploma”, por llamarlo de algún modo, del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Lo desdoblo y una ligera neblina de polvillo en suspensión casi me hace estornudar y me produce un cosquilleo que no sé si achacar al tiempo transcurrido desde su expedición o a mi propio regreso, virtual, a aquellos momentos en que, corriendo el año del Señor de 1915, accedí a tal categoría. Quizá el recuerdo se me nubla y se me entremezcla con pinceladas de mi paso por Santiago, Cádiz o Huelva, aunque me regodeo cuando la neurona propia del caso me hace llegar a Jaén, un destino que me haría ¿puedo decir feliz? Claro que sí.

Ocho o nueve años habían pasado desde aquel nombramiento y tras recalar en ciudades, universidades y delegaciones varias me sitúo en 1923, por poner un año en que mis preocupaciones estaban centradas en la organización y buen funcionamiento tanto de la Biblioteca Provincial como del Archivo Provincial de Hacienda. Viene ahora a mi memoria ese perfume a papel impreso, a documento preñado de historia, a libro encuadernado, a cuadernillo atesorado o a poema garabateado llegado el caso, que mi pluma siempre estuvo a punto para dejarse embaucar por la poesía, el ensayo, la educación o la divulgación investigativa.

Y ese perfume que siempre me persiguió, me hizo preocuparme por las condiciones en que habrían de conservarse los responsables de dejarlo llegar hasta nuestras pituitarias: los legajos, libros y documentos a archivar.

Por algún que otro cajón debo tener la miríada de cartas, instancias y solicitudes con que traté de impulsar de todas las formas posibles a mi alcance un “hogar” adecuado para tales “papeles”. Y los llamo así sin rasgo alguno de demérito. Al contrario, el papel siempre ha sido el depositario de la historia desde que felizmente se descubrió allá por la noche de los tiempos.

Los archivos, así en general, no tenían demasiada consideración. Sus instalaciones eran pequeñas y con humedades, temperatura inadecuada y acceso poco responsable. Quizá mi insistencia puso en contra, curiosamente, a los gobernadores civiles, alcaldes, altos funcionarios y demás pléyade de prebostes varios frente a mis sensatas propuestas. El caso es que no tuve demasiado éxito.

Recuerdo también que hasta publiqué mis peticiones, amplia y eficientemente explicitadas, en revistas y publicaciones oficiales. En una de ellas, creo que en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, publiqué un artículo titulado “Archivos. Creación de Archivos regionales, provinciales, judiciales y notariales” que recogía mi comunicación en un reciente Congreso y que, sí, a ver si lo encuentro, decía: “De antiguo viene observándose el empeño de los hijos de cada región, de cada provincia, aficionados a los estudios históricos, arqueológicos y literarios, en buscar datos que puedan hacer resaltar, ya la importancia de los hechos acaecidos en ella, ora el valor artístico de sus monumentos, o bien el claro dibujo de las figuras de sus varones ilustres”.

Ciertamente, ahora que lo releo, aposentado ya en el celeste universo desde el que corroborar, o no, lo acaecido, suscribo firmemente lo que entonces propuse. ¿Qué mejor escenario para conservar las ricas fuentes de la historia reciente que un archivo provincial o regional? Allí, atesorados con el mimo que se les supone a las personas encargadas de su custodia, conservación y difusión, los investigadores interesados en esos pequeños, o grandes, momentos que, a la larga, conforman el camino por el que circula nuestra historia, podrían dar rienda suelta a su afán de ordenar y poner en valor todo el material que pudiera recogerse.

Ya decía antes que mis gestiones no alcanzaron el éxito que hubiera deseado. Y en buena parte se debió a los informes negativos que presentó al respecto el Inspector don Miguel Gómez del Campillo, que no veía con buenos ojos la idea a pesar del famoso decreto de 8 de marzo de 1931 que creaba y disponía las bases para los Archivos Históricos Provinciales. Siempre me han parecido de peculiar enjundia los nombres de los organismos encargados de esta labor en aquel entonces: Ministerios de Gracia y Justicia y de Instrucción Pública y Bellas Artes. Unir en un mismo “ramo” la Gracia y la Justicia y, todavía mejor, la Instrucción y las Bellas Artes es algo que se ha perdido con el paso de los años y, en parte, gracias a los vaivenes políticos.

La idea del archivo, no obstante, germinó y eso me congratula incluso hoy a pesar del tiempo transcurrido. Desgraciadamente el calendario debió llegar a 1952 para que el Instituto de Estudios Giennenses decidiera reunir los primeros protocolos notariales del distrito de Jaén y Andújar que sería un primer e importante paso para lo que habría que llegar después. Poco después se unirían los protocolos centenarios de los distritos de Alcalá la Real, Huelma y La Carolina y los libros de las Contadurías de Hipotecas de Andújar, La Carolina y Jaén.

Otro gran hito fue la transferencia por parte del Ministerio de Hacienda de sus fondos. Recuerdo con especial emoción saber que se incorporaba al archivo el Catastro del Marqués de la Ensenada, el de la Colonización de Sierra Morena y otros como el de la Administración provincial de Rentas.

Mi recuerdo, permitídmelo ahora, se quiere centrar en aquel pequeño grupo de personas que, sin conocimientos específicos del tema, se dedicaron a la labor de reorganizarlo todo en el primigenio local cedido por el Ayuntamiento, en la calle Julio Ángel, y con don Melchor Lamana como director de lo que ya se llamó Archivo Histórico Provincial, mis primeras gestiones llegaron a buen puerto aun sin mi colaboración expresa.

Ya en 1973 los “legajos” llegaron a la llamada “Casa de la Cultura” que también albergaba la Biblioteca Pública del Estado, quedando ya normalizado el archivo con un decreto de 1977.

Se fueron incorporando nuevos fondos traídos de Cazorla, Martos, Linares y otras localidades de la provincia lo que hizo que el espacio quedara pronto muy insuficiente. Estábamos a punto de descubrir una sede que daría al Archivo la prestancia que merecía: el Real Convento de Santa Catalina Mártir, de la orden de Santo Domingo, en el casco antiguo de la ciudad y rehabilitado por don Luis Berges. Estábamos ya en julio de 1989 y unos meses después, en noviembre, fue la apertura oficial.

Algo más de treinta años desde mi partida hasta este palco celeste, mi propuesta de un lugar adecuado para el archivo tuvo, por fin, tras un largo recorrido, el final mejor que pude nunca soñar. Quizá al hilo de aquel título de uno de mis libros, “La buena simiente” solo tuvimos que esperar a que la idea floreciera satisfactoriamente y germinara como la buena semilla que siempre fue. Doy hoy gracias a todos los que colaboraron a ello en este mirador desde el que me permiten divisar la historia. Tengo aquí a mi vera a Gómez del Campillo y está asintiendo con la cabeza. Lástima que él no lo viera tan claro en aquellas lejanas décadas del siglo pasado.


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