1 de octubre de 2024

514 - Miralles, François, EL LIBRO DE LA TOALLA



No es costumbre, es norma: no leo libros que no vengan aconsejados por alguien con conocimientos en la materia y sea de mi confianza. Tampoco bailo con cualquier mujer ni bebo cerveza con el primero que me encuentro: no tengo ni edad para eso, ni tiempo que perder en ninguno de los tres casos. ¡Y a veces cedo y me equivoco!

Tomé nota del título de este libro, pero no recuerdo dónde leí la crítica. Me resultó de confianza e interesante por el momento que atravesaba: me iba unos días a la playa, no quería llevarme libros extensos ni densos, quería estar mirando las olas, sentado al sol, caminar bien temprano por la playa, no dedicarle tiempo al ordenador y este libro, su título, y su contenido me resultaron sugerentes e idóneos.

El libro lo componen 99 articulitos: no más de cuatro ligeras páginas cada uno, bien escritas, con muchos blancos, con algunos dibujos esquemáticos en azul (color supuestamente del agua de las piscinas y del mar, entiendo). Lo que he llamado artículos son independientes unos de otros, aunque les una un sentido último: el autor quiere sugerir ideas, más que exponer argumentos, de la importancia que tiene la inversión de tiempo en no hacer nada, para crecer como persona, para descansar. No se trata de perder el tiempo, sino de invertirlo en la propia persona en sí por medio de actividades que se aproximan al naneo para quienes tenemos, yo la tengo, una mentalidad que le supone al tiempo un interés necesario en rendir… 


Mirar al mar, pensar, estar relajado, mirar por la ventana cómo las personas pasan, ver llover, mirar las llamas de una chimenea… son actividades que no necesariamente comportan perder el tiempo, sino invertirlo. Pasear sin destino por una ciudad o por el campo, una playa, un bosque, sin buscar nada el particular, salvo sentirse, pueden ser buenas actividades para ensayar, literalmente, sobre el ser propio. “Perder el tiempo” es ocuparnos en algo o de algo que no nos ayuda a crecer como persona: toda implicación en el mal y lo malo es una pérdida de tiempo. “Ganar tiempo” es Invertirlo en cualquier actividad que genere un tempo, un espacio, interior y exterior, que nos ayude a hallar momentos que nos eleven y favorezcan el crecimiento interior que conduzcan a lo mejor o a alcanzar una vida lograda; acometer una actividad, un quehacer, un obrar (¡ojo no confundir “obrar” y “hacer”!) que merezca la pena, que sea necesario, es ganar tiempo.

Reconozco que no sé descansar. Tomé conciencia de esto hace más de cuarenta años ¡y en ello sigo! Tiendo a cambiar de actividad. Muto lo ordinario y cotidiano por algo extraordinario, ajeno, lejano, inusual… que pronto, sin embargo, me apropio y hago objeto de mi afán, de mi interés y que me termina por cansar física, psíquica y espiritualmente. No, no es fácil descansar. No se trata de quedarnos mano sobre mano, porque pronto comienza esa conversación “con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo, espera hablar a Dios un día” y por no esperar empiezo un rato de oración mental o vocal o proyecto y doy pie a soliloquios ¡a un no parar “por dentro”! El libro me venía y me vino como anillo…

El nombre del autor es un pseudónimo. Ignoro por qué lo usa, pues tampoco he leído ninguna otra obra suya, algunas de gran éxito según el propio autor. Su verdadero nombre es Francecs Miralles, “experto de alcance mundial en todo lo referente al desarrollo personal y la espiritualidad”, según reza en su página web (https://www.francescmiralles.com/).

No deja de asombrarme el experto que, entre las innumerables anécdotas, citas, comentarios de vidas y hechos de otros, dichos… no hay ni una cita bíblica, ni una enseñanza cristiana ni un ejemplo digno de un cristiano entre millones de ellos en más de dos mil años. Decididamente echa mano del mundo oriental, y miles de años de ascética, de enseñanzas derivadas o dichas por un tal Jesús y sus discípulos a lo largo de los siglos, modelos de vidas logradas, los santos… son ignoradas, marginadas, ninguneadas, desdeñadas, ¿será que no lo conoce?, y no hay ni una referencia. Muchas de las ideas genialoides de personajes famosos, conocidos, etc., que nos tropezamos cada seis páginas en El libro de la toalla, las podemos hallar en el Biblia con unos poquitos siglos más de antigüedad. Citas de sabios orientales, chinos, japoneses, hindúes… que serán muy conocidos en su casa a la hora de comer… y que forman parte del acervo humano de toda ascética que busque alcanzar una vida lograda. Miralles sabrá por qué. Servidor se lo teme. Tampoco ni un mal refrán del tan nutrido refranero castellano… ¡ni uno!

El libro, sentado en las playas de Conil, me ha servido para meditar, para recordar. Nada nuevo bajo el sol, pero ya sabemos que el hombre es animal tozudo que tropieza y olvida… (por cierto, Miralles tampoco se detiene a clarificar realidades de abstracta comprensión que cada lector puede entender sepa Dios cómo). No me senté en la toalla mismamente, que dijo mi paisano (“Señoría, el navajazo no fue mismamente en la reyerta (?), sino un poco más arriba”), pues eso, que soy más de silleta de playa, más arriba, donde leo con más comodidad. En cuatro ratos me he despachado el libro. Leía y meditaba aquello que me afectaba, soltaba el libro: bañito, paseo de kilómetros y kilómetros… que andar y pensar son actividades complementarias… Meditar. Comparar lo que sé y lo leído con mi vida (comparar es necesario… por mucho que diga uno de los sabios citados por Miralles). Y así me zampé El libro de la toalla.

Muchas de las ideas expuestas por Miralles se pueden refutar con sólidos argumentos con siglos de sólida cimentación y crecimiento, por vía intelectual y experimental, pero un libro de este perfil, creo, no está para discutir con él ni con su autor, sino para disfrutarlo sentado frente al mar y dejarse llevar por las olas y los renglones suaves que mueren sumidos en las arenas de las páginas.

Me repito: Doy las gracias al autor porque me ha hecho meditar serenamente en las playas de Conil de la Frontera sobre extremos reiterativos de mi existencia. Cierto que nada nuevo, pero es absolutamente necesario que nos repitan mil veces, incluso desde distintas perspectivas, una misma realidad que debemos mejorar… ¡hasta que caemos en la cuenta o aprendemos el camino! o no. Esto defendía el Principito al menos…, tipo listo este.


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