16 de abril de 2020

408 - Phillips, Allen: ALEJANDRO SAWA. MITO Y REALIDAD.



A estas alturas ignoro si el nombre de Alejandro Sawa dirá algo o no a mis lectores. Entiendo que a muchos de ellos, gente con vasta cultura literaria, les resultará inequívoco, para otros… escribo esta entrada.

Durante muchos años para mí Alejandro Sawa fue solo la persona en quien se inspiró Valle-Inclán para crear el personaje inmortal de Max Estrella en sus Luces de bohemia. Genial Valle, genial Max: personaje espléndido, inconfundible, inolvidable… Personaje de frases rotundas y lapidarias, muchas de ellas, a base de leerlo, las he memorizado…; mas no mucho más fue durante años la persona del bohemio, que siempre me intrigó.

Leí el sentido poema de Manuel Machado al inmortalizado en Max por Valle… y poco más sabía. Muchas veces se plantea uno si pararse en el camino para leer todo un libro sobre asuntos, aspectos, literatos… marginales a la corriente viva y fuerte, cuando el tiempo es breve. Sea como fuere compré este libro que ahora comento. No me arrepiento ni de la compra ni de la lectura.

Fue Sawa (1862-1909) sevillano de nacimiento y recriado en Málaga, de origen griego (su abuelo lo era). Siempre se sintió muy orgulloso de dicha condición y heredero de tan excelsa civilización. Estudió en la ciudad universitaria de Granada y pronto se marchó a Madrid, capital de la cultura y poblachón inmundo, del que muy pronto se desencantó y en muchas de sus crónicas así lo refleja. Empedernido perezoso fue Sawa el escritor del que siempre se esperaba el paso definitivo, el libro que diera en obra maestra con su genialidad, mas el paso quedóse como el del caballo del retratista: levantado y sin darse. Tuvo tres hermanos y una hermana; dos hermanos también escritores y periodistas…, y Manuel que no pasó de oficiante de bohemio.

En realidad Alejandro Sawa fue más conocido casi por su vida bohemia, por su aspecto, que por su obra literaria: sus pelos largos, su pipa y su perro y por su, al parecer, imponente y agradable presencia. Tenía fama de excelente recitador y perorador, así como fabuloso catador de todo tipo de alcoholes, especialmente si las convidadas eran de valvulinas o guacharreo, pues siempre anduvo más que ligero, limpio de bolsillo y cartera. Era el prototipo del que Azorín hablará después: el hombre carente en absoluto de voluntad. Según Rubén, con quien tuvo mucha amistad, Sawa siempre “hablaba en libro” (esto mismo repitió después Octavio Paz de Luis Cernuda).

Para situar al lector y a Sawa en alguna corriente literaria o generación (término didáctico del que nos valemos para explicarnos y entendernos), tendríamos que situar a Sawa en la generación de la “gente nueva”: “levemente anterior a la del 98 e infinitamente menor en talento artístico y trascendencia estética” (p.53), sus componentes son hoy autores de segunda o tercera fila: Pompeyo Giner, Bonafoux, Nakens, Mariano de Cavia, Zahonero, Paso, Dicenta, Amorós (Silverio Lanza), López Bago y el propio Sawa.

No olvide el lector que estamos a finales del siglo XIX cuando el foco de la cultura del mundo se hallaba en París y, por tanto, no podía menos Alejandro Sawa que irse a la ciudad llamada después de la luz… Antes de su marcha dejó escritas y publicadas cinco novelas, él decía que las había escrito y publicado en dos años, aunque la realidad es que sus títulos y fechas de publicación son los siguientes: La mujer de todo el mundo (1885); Crimen legal, (1886); Declaración de un vencido  (1887); Noche, (1888); Criadero de curas, 1888; La sima de Iguzquiza (1888); de todas ellas se da cumplida cuenta en el estudio de Allen Phillips, que comento. Todas ellas son novelas naturalistas donde se repiten obsesivamente temas: el odio al clero y a la Iglesia, las descripciones casi vomitivas, la importancia del sexo y la lujuria en la vida de las personas, la herencia como sociologismo falaz y la vida como destierro sin más ilusión que la amargura…

En 1889 o 1890 se marchó a París, como decía arriba, y advierto: parece ser que las fechas en la vida de Sawa no son muy firmes en todos los casos. Allí se codeó y tuvo amistad con Gautier, con “el divino” Verlaine, con Víctor Hugo… con todos los parnasianos y simbolistas del barrio Latino, muchos de ellos también españoles o sudamericanos. Especial amistad tuvo con Gómez Carrillo, el guatemalteco, marido de Consuelo Suncín, su segunda esposa, y, con posterioridad, la esposa de Saint-Exupéry, la que fuera “la rosa” en su Principito. De su etapa francesa -se calcula que duró hasta 1896- volvió con unos aparatosos aires parisinos incluso en la pronunciación de las erres como ges, y con la aureola de haber conocido a las lumbreras de la literatura mundial. Mientras Madrid y España seguían siendo un traqueteante carro que seguía muy desde lejos las realidades de moda que habían superado con mucho el realismo (aunque también Sawa tuvo palabras de admiración para Campoamor en la poesía y para Pereda; y siempre mantuvo admiración por los románticos de quienes se sentía partícipe de un fondo común muy español).

Allen Phillips hace también un comentario bastante extenso de la obra periodística de Sawa y de sus cuentos. Insiste el autor en que muchos de los artículos del sevillano aún andaban desperdigados cuando se edita su libro (1976). Supongo que estos, por el título, pues el libro no lo he leído ni hojeado, no se hallarán recopilados en la obra de Amelina Correa Ramón, Alejandro Sawa: Luces de bohemia, pero es suposición mía. Por último, comenta el autor los cuentos breves de Sawa, de valor irregular. El problema de sus publicaciones periódicas como de los cuentos se halla en que son escritos a impulsos de las necesidades económicas del bohemio. Incluso, como Valle-Inclán (v. Julio Casares, Crítica profana, 1916) no tenía inconveniente de plagiarse a sí mismo o incluso vender un mismo artículo, cambiándole el título, a distintos periódico de los muchos en que colaboró y escribió.
Extenso con muchísimas notas al pie o en texto, se pueden hallar muchas noticias del momento y del autor que ya, para mí, desde el momento de esta lectura es conocido y sentido, pues fue hombre no sé si acosado por la vida o plegado ante ella. Ciertamente, con su esposa francesa, Juana Poirier, y su hija Elena, murió como lo relatan en El árbol de la ciencia Baroja –con quien se llevaba mal- y en Luces, Valle-Inclán de quien era amigo… Murió, escribo, con el final trágico de un rey: loco, ciego, pobre y furioso, quien a lo peor solo fue un narcisista ególatra e histrión.

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