Leer a Benavente a estas
alturas del siglo XXI se me antoja una quijotada, ¡por no calificarla con otro
adjetivo más ordinario! Creo con sinceridad que de Benavente no son muchas las
obras que hoy se quedan de pie: Los intereses creados y La malquerida,
quizá. El resto, con todo respeto, es debilidad de quienes tengan gusto por el
autor o como imposición de penitencia por sus malas cabezas y sus trabajos de
investigación.
Dicho esto añadiré de
Benavente que se me antoja una de los autores teatrales más inteligentes que
han subido obras al escenario español en todo el siglo XX. Autor prolífico y
director, ¡y no lo olvidemos!, pues con frecuencia se hace: Premio Nobel de
Literatura. Es, sin duda, Benavente un espléndido conocedor de su época y de los
españoles; capaz de criticar con arte los vicios y halagar como espejo que
hermosea las virtudes de sus contemporáneos. Se alegará, y yo mismo no tengo
inconveniente en hacerlo, que Valle o Buero son mejores autores teatrales que él,
pero no es menos cierto que es seguro también que Benavente llenó más teatros
que los otros dos autores juntos. Ellos serán unos clásicos, pero tendremos que
ponerlos en contraste con este sagaz conocedor del alma de sus contemporáneos.
No recuerdo sinceramente
cómo ni por qué me hice con esta obra de Benavente. No me cabe duda que debí de
comprarla en alguna librería de viejo porque me crucé con ella y me llamó la
atención. Las páginas del libro parecen hojas de tabaco y amenazan con
deshacerse. Por supuesto, como todas las publicaciones de la vieja Austral, a
poco que se abre el libro… las páginas se caen desprendidas una tras otra… en
un otoño que todo el año dura.
El libro lo componen una
serie de cartas, insisto en que ignoro con qué motivo y con ocasión de qué las
escribió, pues más parece un entretenimiento, un divertimento del autor quien,
con su fina ironía y el conocimiento del que arriba he escrito, muestra los
entresijos del alma de la mujer de su época… Hombre de vasta cultura se percibe
que el nivel de las cartas, la finura estilística, estética de su redacción
hace increíble que una mujer encarcelada escriba una carta a su amado con ese
sutil conocimiento de la realidad…
Perdonen la perogrullada:
todas las cartas que componen el libro están escritas por mujeres a las que el
escritor sitúa en las más diversas posiciones sociales, económicas, parentales…
Y así hallamos cartas de esposas despechadas, de esposas rendidas, de esposas
que se despiden del marido ornado de brutal cornamenta; cartas de hijas a
madres y de madres a hijas; cartas entre hermanas… Los problemas son de lo más
variados, desde los más baladíes hasta los más profundos; problemas de una
burguesía aburrida y frívola; situaciones enconadas de aristócratas señoras… Da
igual, creo, pues lo valioso del libro es dejarse llevar por la sutileza del autor,
hombre de quien se cuentan anécdotas sin fin de su fácil repentización, casi
siempre relacionadas con su condición no declarada de homosexual… Sutileza,
estilo, conocimiento del mundo interior, en este caso, de la mujer de su época…
Y me pregunto: ¿de toda época? Sin duda hallamos un fondo pétreo,
intrahistórico –si se me permite el palabro unamuniano- de la mujer, pero no de
todas las mujeres de todas las épocas. En esta obra se podría estudiar la
evolución habida desde el momento en que se escribe la obra y ese fenomenal,
por terrible, grito de parte de las féminas de la sociedad española muy de hoy:
“Sola y borracha quiero llegar a casa”… ¡hermoso, qué duda cabe, por su finura
y alcance del hondón del alma de toda señorita del siglo XXI español!
Quede este libro aquí
anotado como curiosidad leía al pasar por el camino…
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