El conocido a secas como el
11-S fue el atentado perpetrado en directo, ante el mundo entero, en las
Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Creo que todos los que teníamos para
entonces uso de razón lo pudimos ver y lo recordamos estupefactos y aturdidos,
como si de una broma se tratase, como si estuviéramos viendo una película
anunciadora de fantasías futuras: un juego virtual de cámaras. No, no fue así.
Era la realidad viva, horrorosa y en directo.
Ignoro los miles de millones
que los países invierten en armamento para defenderse de posibles enemigos:
dudo de que alguien lo sepa. Se hacen unas espectaculares inversiones en
información, espionaje, contraespionaje… de todo tipo; se controla hasta quebrar
la ley en muchas democracias supuestamente liberales, y redondeando, llamadas occidentales.
Todo ello, como se demostró entonces, no había servido para nada. Un nuevo
sistema de misiles convertía un avión en una bomba donde los terroristas no
tenían ningún inconveniente en morir. El terrorista, permítame que afirme
grosso modo, se inmola –realiza un ataque suicida- sin importarle su vida. El
terrorista no busca posibles vías de escape: quien atenta sabe que ofrecerá su
vida por motivos pseudoreligiosos y pseudopolíticos…, por odio, por venganza,
por… ¡vaya usted a saber!
Abiertas las puertas de la
información por medio de Internet y más abiertas aún en la Internet calificada
de profunda… más que nunca es imposible poner puertas al campo, a ningún
campo. Los buenos y los malos de esta película mundial, quienes dirimen sus
negocios, sus problemas, en la red profunda, se agreden sin piedad, sin más tregua
ni más cuarteles que todas las poblaciones del mundo. La paz se nos antojaba
una quimera. Insisto: tras el 11-S se multiplicaron los medios, los
filtros, mas es imposible controlar “a todo el mundo” y, sin embargo, pues
cualquiera puede averiguar cómo construir una bomba, un cuchillo de cocina
sirve para atentar en una calle, un coche puede arrollar y matar a decenas de
personas, un avión… para sembrar más terror y más odio.
* *
*
El Covid-19, la
pandemia mundial en un mundo globalizado, se ha mostrado como un medio más de
horror, de dominio, de opresión, de poder… No estoy diciendo, porque lo ignoro,
que este virus tenga su origen en un laboratorio e intencionadamente se le ha
dado suelta para arrinconar y encerrar al mundo en sus casas, para arruinar a
una parte del mundo y enriquecer a otra. El sufrimiento quizá no sea parejo al
de una guerra mundial, aunque la “guerra” esta vez sí es MUN-DIAL, pues las
anteriores, la Primera y la Segunda, aunque recibieron tal calificativo, en
realidad no lo fueron. El Covid-19 va afectar a TODO EL MUNDO, en mayor o menor
medida. Cuando esto escribo aún no se ha producido la infección en África,
países pobres donde es posible que la pandemia se extienda como quien pega
fuego. En la India tengo la sensación de que aún la pandemia va al trotee y aún
no cabalga… Países pobres donde su población no tiene más casa que la calle
para refugiarse, donde los respiradores son quimeras y unos simples guantes o
una mascarilla un deseo… y la vulnerabilidad su realidad cotidiana.
Todos comprendemos ante el
Covid-19 que estamos indefensos. No somos dioses. Nuestra limitación nos deja
en ridículo ante un virus, un ser microscópico que mata a nuestros seres
queridos, que nos encierra, nos horroriza, nos amenaza… Nuestra Ciencia,
nuestra Tecnología, nuestros conocimientos se ven en ridícula evidencia: los
muertos por doquier son miles y miles. Hay que volver, por el camino de la
humildad, a la conciencia: se ha terminado el exilio de esta. No hay más
seguridad que ninguna seguridad. Desde la prepotencia y la soberbia del seréis
como dioses, la construcción de torres de Babel… no nos aíslan ni protegen de nuestra
propia indigencia, de nuestras limitaciones… Es evidente.
* *
*
Si lo que aprendimos,
aprendieron, con el 11-S es lo mismo que vamos a aprender con el Covid-19, mal
negocio: vamos a hacer unos panes como unas tortas. Es posible que el
terrorismo no tenga un alcance mundial y que tales o cuales países se puedan
sentir a salvo de sus horrendos zarpazos, pero este mundo cada vez más
globalizado y precario no deja nichos de enclaustramiento particulares donde
llevar una vida como la conocida en Occidente y no me gustaría, en absoluto, ser
etnocéntrico. Considero que en un mundo peor todas las vidas entran en
precario, en pérdida creo que lo llaman los aviadores, y remontar el
vuelo será casi imposible.
Es cierto que ha habido
pandemias naturales que han acabado con millones de seres vivos de todas las
especies. No es menos cierto que los países “evolucionados y progresistas” hemos
visto los daños irreparables e irreversibles que hemos hecho para alcanzar esa
calidad de progreso en nuestras vidas. Era y es absurda la creencia de un
crecimiento irrestricto en un planeta limitado.
Oigo hablar de aislamiento,
de muros más o menos físicos, de control mediante el móvil de la población que
padeció Covid-19: ¿nos ponemos un sayo y tocamos la campanilla allí por donde
vayamos anunciando nuestra enfermedad como antaño los leprosos?… ¿Hasta dónde
van a controlar los poderosos del mundo a quienes el único poder que tenemos es
no tener ninguno?
La visión ética o moral de
la realidad hay que darla. Cada uno la dará desde su visión particular del
mundo, desde su concepto antropológico…, pero hay que darla y hay que (insisto
en las perífrasis de obligación) comprometerlo todo, creo que la vida misma,
por un mundo donde podamos acordar, encontrarnos… en la verdad que nos pueda
acercar y no aislar. Hablar de aislarnos es hablar de levantar más muros, más
incomprensión… Hablar de retracción es hablar de exclusión, es volver al
desamparo de los menos favorecidos del planeta, de mi calle.
Aquí el problema no es que
no sepamos enunciar el problema, que ignoremos cuál es el problema. No deseo
ser iluso. Pienso en el discurso que el otro día oí a un diputado de Bildu… y
me resulta complejo buscar ese punto de encuentro: creo que no entiendo ni
siquiera lo que dice. No me cabe en la cabeza lo que afirma, me resulta casi
imposible que lo esté diciendo y diciendo de verdad… Me quedo anonadado… ¿En
qué coincidiría yo, por no ir más lejos, con ese “hombre de paz” que es Otegi?
La mirada solo humana, lejos
de la altura y de su dimensión sobrenatural, que solo da la realidad del Ser,
de Dios, no nos dará las tres dimensiones necesarias, no nos llevará a ningún
lado distinto de donde hemos partido: del odio, del rencor, del egoísmo, la
codicia, la mentira, el anhelo de poder… Si nos burlamos unos de otros, si nos
mentimos, si no somos capaces de perdonar, de acoger, de dejar de odiar… el
sendero seguirá siendo vereda tortuosa, abrupta, impracticable casi, y no para
todos. ¿Es posible la esperanza? ¿Es la Unión Europea un medio capaz generar
soluciones innovadoras que busquen la verdadera unidad, el bien común, un
camino expedito de luz para todo el mundo? ¿Recordará Europa sus raíces y sus orígenes?
¿Dejaremos oír el mal en forma de guerras, de odios, de masacres…?
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