Supongo, como me diría Elena, que
no debo sentir lástima por Kafka, pero la siento. Su vida, leída así, del
tirón, vista en su conjunto me mueve a misericordia y no por ser una vida corta
y breve, por su tuberculosis…, no solo porque fuera una vida quebrada y en
absoluto felicitaría, sino una vida fracasada, tortuosa, infeliz. Nunca gozó
del éxito y el reconocimiento de sus obras en vida, y la vida que ofreció en
holocausto por su obra no parece que fuera amable. Ya lo siento, Franz. El
autor lo advierte desde el título: El mundo formidable de Franz Kafka.
El condicionamiento de su vida
por su infancia y en relación con su padre, se me antoja una interpretación la
mar de freudiana que, como dice Steiner, a quien leo a la vez, son cuentecillos
para niños pequeños… Es obvio que todo nos condiciona, que todo nos limita y
reconduce, que no podemos hacer absolutamente lo que deseamos…, pero de ahí al
sociologismo falaz media más de un tiro de piedra… No me lo creo. Kafka fue
incapaz de conducir con inteligencia su existencia por unos derroteros
felicitarios: por sus limitaciones personales, por su toma de decisiones libres,
por su torpeza… No en todo y a la vez se es brillante e inteligente en todo
cuanto uno acomete.
Las últimas páginas del libro que
se dedican, una vez ya dado por muerto a Kafka, al comentario de sus obras más
notables me parece que sobran: son lo que Alfonso Sancho Sáenz llamaba “hinchar
el perro”: darle más páginas a un libro ya cumplido, páginas que no suponen
ningún aporte crítico de peso a lo ya escrito con mucho más detalle y calidad
en otros libros… Sobran sin duda.
No perdimos de todo el viaje,
pero fue demasiado largo para tan poca ganancia. Ya digo, no siempre se raya a
gran altura y en todo.
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