21 de febrero de 2020

Kafka, Franz: LA METAMORFOSIS



Una vez más hallo a Gregorio Samsa al amanecer convertido en un bicho. Leo este año por motivos académicos y escolares, tampoco me desagrada, La metamorfosis de Kafka (también conocida ahora como La transformación). La lectura en esta ocasión la he hecho asimilando a Gregorio, al escarabajo pelotero, a esa persona de nuestra familia que cae en desgracia, los padres o el marido atrapados por la inhóspita vejez que los aparta, y que los va alejando de quienes fueron para ser otros, convertidos en seres distintos que padecen unas enfermedades incurables y a los que bien les podemos decir que tanto ellos como nosotros, los de ayer, ya no somos los mismos.

Al principio, sorprendidos, una mayoría acude en socorro del desgraciado, en ayuda de su desventura. En el caso de Gregorio solo su hermana Grete es capaz de soportar la visión de la transformación. La madre quiere atender a su hijo al que ama, mas es incapaz de soportar al ser en que Gregorio se ha transformado en apariencia. El padre mantiene las distancias. La muchacha del servicio de la casa pide marcharse.

Al comienzo Gregorio es el escarabajo, parece no haber dudas o, al menos, nadie las plantea. Esos viejos que viven a nuestro lado parecen ser aquellos padres jóvenes que nos llevaron a la playa, nos compraron juguetes, nos lavaron y limpiaron… El amigo con enfermedad terminal que ahí está… No son exactamente los mismos, pero… Todos (?) acudimos en ayuda de nuestros mayores impedidos, enfermos; en socorro del amigo caído en desgracia; nos compadecemos, lo visitamos, etc. El tiempo pasa y, como es lógico, esa vejez va a peor, nunca a mejor… La enfermedad, que en principio creíamos temporal, después pasa a ser definitiva. Los días, las semanas, los meses transcurren. La vida sigue y, sin embargo, el reloj del desventurado parece atorado, no marcha: su vida se aparca junto al camino. Lo sucedido a Gregorio, su transformación en escarabajo se convierte en irreversible.

Ya, hacia el final de la narración, la hermana termina por estallar. Ha aguantado y no debemos olvidar que aguantar tiene límites y envilece en el proceso a quien lo hace. Grete soporta hasta no poder más:

    Queridos padres –dijo la hermana y, como introducción, dio un golpe sobre la mesa- esto no puede seguir así. Si vosotros no os dais cuenta, yo sí me la doy. No quiero, ante esta bestia, pronunciar el nombre de mi hermano, y por eso solamente digo: tenemos que intentar quitárnoslo de encima. Hemos hecho todo lo humanamente posible por cuidarlo y aceptarlo; creo que nadie puede hacernos el menor reproche.

Lo que en un primer momento, cuando se produce el cambio de Gregorio a bestia –la transformación de ese familiar nuestro, antes espléndido y pletórico de salud, y ahora viejo, enfermo, impedido-, todo fue fácil: muchas son las flores de los frutales que se abren a la esperanza del fruto que viene, mas no a todas las flores a fruto llegan. La intención era buena, el comienzo llevadero, el servicio era alegre afán, pero el hastío, la rutina, la fatiga, la carencia de un final previsible y positivo hace inviable el quehacer sin fecha de caducidad. ¿Qué falla? Para mí está claro: el sentido. Me explico.
 ¿Qué nos mueve a servir a los demás? Kafka lo sabe, muchos lo intuyen. Dios ha muerto ha dicho Nietzsche. La esencia del hombre es su existencia, por tanto el hombre es un ser que está ahí (Dasaein) y ahí está solo, sin más fin ni más sentido que la muerte, exclusivamente PARA morirse, abandonado a sus libertad. ¿A qué viene ese afán por socorrer al impedido? La historia nos enseña que tan humano es ayudarle como matarlo. “Nadie puede hacernos el menor reproche”, afirma Grete. ¿Qué ética, de qué moral, desde qué derecho o verdad se podría argumentar y defender al débil, al enfermo, al viejo? La que fuere es relativa, particular, subjetiva…¡¡Relativa!! ¿Qué no es hoy relativo? Todo lo es y se pliega ante la voluntad de poder que Nietzsche abandera. No hay más libertad que la que uno se toma al margen de cualquier verdad estatuida por los esclavos: no hay ni ley ni religión.
Leo cómo en estos días en Holanda se puede adquirir una pastilla creada para cruzar el portalón de la vida a la muerte, siempre que uno esté “harto de vivir” y tenga 70 años. Lo llaman la “pastilla letal”, que me recuerda a la “solución final”: ¿muerte digna? Con este proceso, supongo, se ahorra la paga del tensado y quebrantado estado del bienestar. ¡Una boca menos qué importa! Ya apenas hacía sombra. Hay que deshacerse de Gregorio, del viejo, del enfermo, del impedido, del anormal, del judío… ¿Les suena? Lo escribo aquí y lo repetiré en algún otro texto… El nazismo nace de la densa ruina moral del momento. El mal solo arraiga y brota cuando no existe una respuesta personal, particular y se está a la espera, indolente, a que el grupo actúe, pero este, la sociedad toda, despide un olor nauseabundo, hediondo, putrefacto: está atrapada por el mal en los recovecos de la inmoralidad. Se necesita ahora un alguien, ¡ni siquiera muchos!, que troque en bien y hermosura cuanto haga y nombre… No esperemos a todos, ni siquiera a muchos…, pero hay que saber que el bien… la felicidad es puerta que abre hacia fuera, hacia los demás… En ningún momento escribí que fuera fácil, ni exitoso, ni brillante, ni siquiera lucido…, pero sí es necesario.


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