Una vez más hallo a Gregorio
Samsa al amanecer convertido en un bicho. Leo este año por motivos académicos y
escolares, tampoco me desagrada, La
metamorfosis de Kafka (también conocida ahora como La transformación). La lectura en esta ocasión la he hecho
asimilando a Gregorio, al escarabajo pelotero, a esa persona de nuestra familia
que cae en desgracia, los padres o el marido atrapados por la inhóspita vejez
que los aparta, y que los va alejando de quienes fueron para ser otros, convertidos
en seres distintos que padecen unas enfermedades incurables y a los que bien les
podemos decir que tanto ellos como nosotros, los de ayer, ya no somos los
mismos.
Al principio, sorprendidos, una
mayoría acude en socorro del desgraciado, en ayuda de su desventura. En el caso
de Gregorio solo su hermana Grete es capaz de soportar la visión de la
transformación. La madre quiere atender a su hijo al que ama, mas es incapaz de
soportar al ser en que Gregorio se ha transformado en apariencia. El padre
mantiene las distancias. La muchacha del servicio de la casa pide marcharse.
Al comienzo Gregorio es el
escarabajo, parece no haber dudas o, al menos, nadie las plantea. Esos viejos
que viven a nuestro lado parecen ser aquellos padres jóvenes que nos llevaron a
la playa, nos compraron juguetes, nos lavaron y limpiaron… El amigo con
enfermedad terminal que ahí está… No son exactamente los mismos, pero… Todos
(?) acudimos en ayuda de nuestros mayores impedidos, enfermos; en socorro del
amigo caído en desgracia; nos compadecemos, lo visitamos, etc. El tiempo pasa
y, como es lógico, esa vejez va a peor, nunca a mejor… La enfermedad, que en
principio creíamos temporal, después pasa a ser definitiva. Los días, las
semanas, los meses transcurren. La vida sigue y, sin embargo, el reloj del
desventurado parece atorado, no marcha: su vida se aparca junto al camino. Lo
sucedido a Gregorio, su transformación en escarabajo se convierte en
irreversible.
Ya, hacia el final de la
narración, la hermana termina por estallar. Ha aguantado y no debemos olvidar
que aguantar tiene límites y envilece en el proceso a quien lo hace. Grete
soporta hasta no poder más:
— Queridos padres –dijo la hermana y,
como introducción, dio un golpe sobre la mesa- esto no puede seguir así. Si
vosotros no os dais cuenta, yo sí me la doy. No quiero, ante esta bestia,
pronunciar el nombre de mi hermano, y por eso solamente digo: tenemos que
intentar quitárnoslo de encima. Hemos hecho todo lo humanamente posible por
cuidarlo y aceptarlo; creo que nadie puede hacernos el menor reproche.
Lo
que en un primer momento, cuando se produce el cambio de Gregorio a bestia –la
transformación de ese familiar nuestro, antes espléndido y pletórico de salud,
y ahora viejo, enfermo, impedido-, todo fue fácil: muchas son las flores de los
frutales que se abren a la esperanza del fruto que viene, mas no a todas las
flores a fruto llegan. La intención era buena, el comienzo llevadero, el
servicio era alegre afán, pero el hastío, la rutina, la fatiga, la carencia de
un final previsible y positivo hace inviable el quehacer sin fecha de
caducidad. ¿Qué falla? Para mí está claro: el sentido. Me explico.
Leo cómo en estos días en Holanda
se puede adquirir una pastilla creada para cruzar el portalón de la vida a la
muerte, siempre que uno esté “harto de vivir” y tenga 70 años. Lo llaman la
“pastilla letal”, que me recuerda a la “solución final”: ¿muerte digna? Con
este proceso, supongo, se ahorra la paga del tensado y quebrantado estado del
bienestar. ¡Una boca menos qué importa! Ya apenas hacía sombra. Hay que
deshacerse de Gregorio, del viejo, del enfermo, del impedido, del anormal, del
judío… ¿Les suena? Lo escribo aquí y lo repetiré en algún otro texto… El
nazismo nace de la densa ruina moral del momento. El mal solo arraiga y brota
cuando no existe una respuesta personal, particular y se está a la espera,
indolente, a que el grupo actúe, pero este, la sociedad toda, despide un olor
nauseabundo, hediondo, putrefacto: está atrapada por el mal en los recovecos de
la inmoralidad. Se necesita ahora un alguien, ¡ni siquiera muchos!, que troque en
bien y hermosura cuanto haga y nombre… No esperemos a todos, ni siquiera a
muchos…, pero hay que saber que el bien… la felicidad es puerta que abre hacia
fuera, hacia los demás… En ningún momento escribí que fuera fácil, ni exitoso,
ni brillante, ni siquiera lucido…, pero sí es necesario.
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