Es un hermoso debate,
considero, charlar sobre la influencia de la vida propia, de la experiencia
personal, el temperamento, el carácter, la personalidad… de un artista en su
obra artística, sea esta de la índole que sea. Más sencillo aún: todos estos
factores, reales, tangibles casi, ¿condicionan la vida de cualquier persona por
vulgar que parezca? ¿Se percibe en el quehacer cotidiano la personalidad
celosa, mezquina, alegre, altruista… o no? ¿Es perceptible todo ello en la obra escrita,
en concreto, de un autor, en sus novelas, en sus poemas…? ¿Y qué decir del entorno
de su vida, eso que Ortega llamó la circunstancia? ¿Afecta en la obra
una vida muelle o una vida esforzada y tensa?
Me pregunto esto a estas
alturas, ¡precisamente a estas alturas!, porque siempre di por hecho que así
era, ¡y lo sigo dando! En mi adolescencia devoradora de libros, procuraba no
leer obras de autores cuya vida, personalidad, trayectoria artística,
generación, corriente… ignorara. Hacer algo así era como contemplar dos pisadas
en la arena de una playa que no tenían ni procedencia ni destino, solo dos pisadas
aisladas. Resulta difícil la interpretación de algo así.
No estoy de acuerdo,
sin embargo, con lo afirmado por Albiac en su columna: “La vida de un escritor
es idéntica a la de cualquier otro animal de su especie. Lo diferencia su obra”.
Esta afirmación carece de la sutileza debida y se me antoja un error grosero.
Cierto que el hombre es animal, pero también racional y, además, dependiente.
La vida a los animales les sucede: se topan con ella; el hombre, sin embargo,
la elige en gran medida, opta, ejerce libremente y sus instintos muy alejados
de los que poseen los animales están mucho más mermados que en estos… Lo
siento, don Gabriel, esta vez no la lleva.
Inevitable en mi caso
la intertextualidad, la interpretación comparativa, asociativa, vinculativa de
lo que leo en Traven con las experiencias de lecturas muy lejanas en mi tiempo.
Sin pretenderlo, esta obra, hasta por el olor del papel, me trae a la
memoria El poder y la gloria de G. Green, María de Jorge Isaac,
las obras de Rómulo Gallegos, a Azuela, al Pedro Páramo de Rulfo… Es curioso,
pero no me recuerdan a Vargas Llosa, García Márquez, ni a los argentinos… ¡curioso!
Me manda un amigo una
sinfonía creada por él. No entiendo de música. La escucho y me resulta amable.
Su tesis, ya me la explicó hace años: la música se escucha más allá del anhelo
comprensivo, destripador del escuchador. Me da la impresión de que esta tesis
sitúa al sujeto como juez ignorante de aquello que supuestamente atiende,
juzga, considera… (¿nos situamos ante la ruptura del canon y la propedéutica del
individualismo, el subjetivismo y las naderías de muchos ismos del primer tercio
del siglo XX…?). ¿Qué puede importar al otro lo que yo pueda ¡opinar! sobre una
realidad de la poco menos que nada sé? Entiendo que estamos en el momento de la
ebullición extrema opinadora, mas… ¿y qué, para qué…? “Porque YO… YO… y YO…”.
Se ve que “para mí” y "mi verdad".
Me temo que la
traducción del libro es mala, sobre todo en la fidelidad a los tiempos
verbales. El traductor, ¡pienso que es él!, pasa del presente al pasado, del
pasado al presente… sin más motivos que unos renglones o un párrafo más adelante
donde se sigue narrando una misma escena.
El tema de la obra es
de una sencillez horripilante. La muerte por accidente, ahogado en un río, de
un chaval en un día de fiesta en una paupérrima aldea de la selva… Su búsqueda,
su velatorio, su entierro. Todo sucede en menos de 24 horas…
Los olores, los
colores, las impresiones, los gestos de las personas, todo cuanto rodea al mundillo
creado por el autor, se tinta de una indolencia característica en la que el tiempo
y todo se sucede a un ritmo de libre desidia, sin nada que la fuerce y pretenda
obligar: así van las cosas de la vida porque así son las realidades de la vida,
no más, “¿Para qué oponerse o intentar desviar su curso?”, parece que se dicen
los personajes.
Diría que lo sensual
manda, pero esto no quita que nos topemos con los análisis psicológicos a
través de las descripciones físicas, sus actos y el mundo en el viven los
personajes. Todo esto pone de manifiesto de forma tácita un mundo ajeno,
lejano, ancestral, donde también tiene cabida, diría yo, el realismo mágico: el
método con que el niño es hallado en el río pone de manifiesto una realidad
increíble para la mentalidad de Gales el yanqui, que es el narrador testigo,
pero que es asumida de forma natural por los indios. Mientras Gales busca una
explicación racional, coherente… los indios piensan como la madre de García
Márquez: que la vela que ella enciende mantiene en el cielo el avión en que su
hijo viaja, y que de apagarse la vela el aparato caería irremisiblemente: ¡es
lo que hay con seguridad plena!
Crítica sin paliativos,
como de pasada al comunismo y al capitalismo. No tan de pasada por comparación
se critica la actitud de los curas en aquellas tierras entonces. Llega un
momento en que dice que las prácticas católicas aún están en el siglo XVI. Los
indios asumen la religión católica, pero no abandonan sus creencias animistas ancestrales.
La novela no es una
joya del siglo XX como Albiac comenta, pero ha cumplido sobradamente la misión
por la que la elegí.
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