Dedico
esta entrada a tantos de ciencias puras que,
ante
un melón, solo ven una cucurbitácea y no un retrato de sí.
Al
profesor Joaquín Valdivia, que enseñaba y enseña filosofía.
Mi sincera admiración
por el autor de este libro de quien tantos leí. Me sirvió muy especialmente
para aclararme muchas de mis precarias ideas su obra Las virtudes fundamentales,
que recomiendo vivísimamente. Este autor y sus obras, en mi caso, son un estar
amable por casa, como alguna otra vez dije de otros autores y otras obras.
La filosofía se halla
irremediablemente frente al hombre práctico; lo dijo Platón y es una realidad
constatable. El hombre que filosofa es aquel que por todo –¡todo es todo!– se pregunta y quiere saber sin techo ni
fondo por el sentido de todo cuanto se halla en la realidad: quiere conocer la
realidad misma. Alfred
North Whitehead en un simposio público organizado en la Universidad Harvard
para celebrar su septuagésimo quinto aniversario dijo que filosofar es
sencillamente preguntase qué hay
sobre «todo esto»: what is it about all? No solo de pan
vive el hombre. Recuerdo los libros de mi admirado y leído Viktor E. Frankl,
que comentaba cómo los prisioneros de los campos de concentración, cuando se
morían de hambre, se preguntaban por el sentido de todo aquello: el sentido…
Quien filosofa, insisto, es incapaz de satisfacer su ansia de saber, como
afirma Reichenbach, porque todo cuanto aquello con que se tropieza es objeto de
su pensamiento en busca de su razón última y su significado… ¡Y es que hay
gente pa tó!, que dijo Rafael el Gallo y el citado Reichenbach remachó que «El filósofo parece ser
incapaz de dominar su ansia de saber» y ahí,
con nuestras cortas luces, nos situamos enanos en los hombros de gigantes.
Cierto es que corren malos tiempos para la lírica, que cantaban “Golpes bajos” y, por lo tanto y por lo mismo, para la Filosofía. ¿No sería, acaso, razonable que estando aupados por la Ciencia nos hallásemos, como humanidad, mejor que nunca? Algo no va bien, que decía Dilthey ya en 1900. En mis últimos años de docencia recuerdo que la asignatura de Filosofía ya solo la defendíamos, con todo el ardor posible, solo unos pocos, pues éramos conscientes de estar hablando a las piedras y a las cucurbitáceas, de mayor o menor tamaño.
¿Necesita la filosofía
una defensa? Creo que todo bien la necesita de continuo porque el mal no cesa
para socavarlo, derrotarlo e intentar borrarlo de la faz de la tierra. El homo
aeconomicus, el homo utile, el relativismo, la mentira, la codicia,
el egoísmo, la soberbia… El mal, lógicamente, tiende a laminar todo bien: no
debate con él, lo denosta, lo desacredita… y termina queriendo devastarlo y
hacerlo desaparecer.
El índice de la obra es
excelente y en él podrá hallar el lector muy desgranados los temas y aspectos
relacionados con el contenido de la obra: la relación de la filosofía y la
claridad del lenguaje y el léxico que la comunican (Pieper arranca de la
conocida idea de Wittgenstein escrita en su Tractatus:
«Lo que en
principio
se puede decir, debe poderse decir claramente, y sobre
lo que no
se puede hablar, vale más callar»,
servidor, ya sabe el lector de este blog, en sus cortas luces, habría repetido
con Ortega que “la claridad es la cortesía del filósofo”; la idea del Tractatus
es comentada con detalle por Pieper); de especial interés para mí es el
“debate” que Pieper establece con Heidegger y Jaspers sobre la realidad
posible, necesaria o imposible del creyente que filosofa: me quedo con los
razonamientos de Platón y Pieper: “¿Forma parte del
auténtico quehacer del que filosofa el incluir en su consideración
informaciones sobre el mundo y la existencia, que no proceden de la experiencia
y de argumentos de razón, sino de un sector que conviene designar con nombres,
digamos, como «revelación», «sagrada tradición», «fe», «teología»? ¿Se pueden
incluir legítimamente en el filosofar tales aserciones no demostrables empírica
y racionalmente? Ahora bien, a esta pregunta respondo yo que esto no sólo es
posible y legítimo, sino incluso necesario. Desde luego, antes de comenzar hay
que poner esta tesis al abrigo de algunos posibles equívocos. Ante todo, hay
que aclarar lo que no quiere decir. […] la tesis que tratamos de discutir aquí,
dice más en concreto lo siguiente: un cristiano creyente, si al mismo tiempo
quiere ser una persona que filosofa con seriedad existencial, no puede dejar
fuera de consideración la verdad de la revelación aceptada por él con fe como
divinamente garantizada”…
No entro en más detalles que
luego, por conducto interno, correos o wasap, los fieles de esta
parroquia me echan el perro: “Menos mal que has hecho un resumencillo general,
pues si solo haces un resumen tendría que haberlo terminado mañana. Un saludín
majete”.
Sin duda este libro, pienso, no
es como diría Blas de Otero “para la inmensa mayoría”, sino como dijo Juan
Ramón, “para la inmensa minoría”. “Entre el clavel y la rosa, su majestad
es-coja”, que le dijo Quevedo a la reina…
👏👏👏👏👏 lo que no pueden ser, no puede ser y además es imposible que no se quien lo dijo.
ResponderEliminarY muy buena defensa del amor al saber por parte de Don Antonio J. Alcalá. Filosofía, la que estudia las cosas por sus últimas consecuencias. "Ya está usted con sus filosofías" pues sí querido amigo aunque no sea tan feliz como usted.
ResponderEliminar