Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando.
se queda, mudo y sombrío,
meditando.
Personifica el poeta al campo. Permanece este mudo, sombrío,
meditabundo. Sin duda es él quien así está, quien así se halla en ese momento.
Trasloca su sentir y lo atribuye a la naturaleza que le rodea.
Otro tanto le sucede al autor de este blog en estos días. Lejos se halla
de su hogar, y cerca de donde quiso Dios que naciera la simpar Dulcinea, señora
de nuestro hidalgo caballero, y antepasado, don Quijote de la Mancha. Se
trasmuta el escritor en caminante; quizá lo uno lleva a lo otro. Horas y horas
de caminos por esta tierra adusta y seca de la Mancha, entre hurañas cepas.
Medita el caminante. Apenas nada se oye. El viento suave, a trechos, le trae el
rumor de un tractor con su cultivador. El agricultor voltea la tierra y aguarda
esperanzado en que llueva en los próximos días. Son varios los tractores que se
ven en la distancia lejana: todos aran. El sonido, sin embargo, más constante
es el de las suelas de las botas sobre las piedras del camino, que trazan en la
planta del pie del caminante un mapa exacto de sus ampollas. El sol apenas
calienta. Tampoco el viento pone demasiado empeño en su empuje. Un pequeño
escarabajo negro cruza el carril con prisa y sin, al parecer, destino fijo: el
caminante ya vio varios como ese.
El caminante medita con el poeta. Don Antonio fue mediocre profesor,
poeta clásico, pensador breve y filósofo nulo. Cuando se metió en estas lides erró
los tiros.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Un conejo, al despiste de las perras, salta del borde del carril y corre
hacia un majano. No lleva demasiada bulla. Su rabillo blanco incita al cazador,
hoy caminante, que le desea larga vida. Seis zuritos vuelan de derecha a
izquierda, pero la dirección le da igual al caminante. Es la perra vieja quien
los descubrió y ahuyenta de un pozo cercano, y de dentro salen como si fueran
tórtolas de la chistera del mago. Se ve que bebían agua, sin que el caminante
sepa cómo. La perrilla joven acude al aleteo urgente de los palomos y su
precipitada salida por si pudiera atrapar alguno. Parada y sorprendida los mira
entre las vides cómo se alejan inalcanzables. Brilla su lomo negro y su lengua
cuelga rosada del hocico.
El poeta hace poesía que articula entre metáforas. El caminante, este
caminante, no abre hoy ningún camino: estaba hecho y, además, no vuelve la
vista atrás porque no le interesa. Medita hacia adelante y es consciente de que
el carril que lo conduce será el mismo por el que volverá a su casa. El mar,
las estelas están lejanas, amén de que permanecerán espumosas y abiertas para
el poeta que hoy es recordado: su vida, el camino, el carril, la vereda, la
senda, el surco que don Antonio abrió con sus poemas quedó consolidado y hoy
somos muchos quienes los disfrutamos entre sus versos. Acertó el poeta, falló
el filósofo.
Yo voy soñando caminos
de la tarde […]
¿Adónde el camino irá?
Es curioso el silencio de
primavera entre las vides y lo que el caminante observa. Una urraca solitaria
cruza sin anunciar su presencia. Más adelante otro tanto ocurrirá con un
cuervo… “¿Cómo solo?”, se pregunta el caminante: cuervo silencioso de vuelo
bajo y solitario. Extraña circunstancia. Los pies claman por un derecho que no
alcanzan: se quejan. El caminante no ceja. Tiene tanta sed como los perros.
Lleva agua en su mochila, pero aún no es el momento de darles de beber ni de comerse
él una naranja. El viento suave sopla y trae el runrún de otro tractor, esta
vez muy cercano. El caminante es correspondido por el tractorista con un gesto
que es un hola y un adiós.
¿Adónde
el camino irá? Sus vueltas y revueltas blancas se pierden
no muy lejos entre las vides retorcidas y ariscas. Unos jaramagos ralos que
nacen junto al carril son agitados por el viento. Es casi el único signo de
vida vegetal. Las vides aún no retoñaron y sus dueños han dejado el campo desertizado;
como desierto está el olivar que bien conoce el caminante. Ninguna hierba es
bienvenida ni alcanza más derecho que ser fumigada. Otra curiosidad: siendo media
mañana con sol, algunos grillos cantan ocultos al filo del carril y, cuando el
caminante pasa, se callan. ¿Qué dirá un grillo a estas horas en este desierto?
¿Tendrá camino el grillo? El caminante piensa que quizá también él, como el
poeta, sueña caminos, traza proyectos y planes para su vuelta a casa. Cierto
que el futuro no se sujeta y el pasado se escapa entre la mala memoria y el
tiempo.
Las perras buscan la menor
sombra que hallan para cobijarse de un sol que les resulta inclemente. No lo percibe
así el caminante. Junto a una casita manchega de zócalo pintado de azul, con un
pino y un escueto olmo, se detienen las perras y el caminante. Las perras con
ansia beben el agua que su dueño les ofrece. Él pela la naranja. Una totovía,
la primera que ve, se eleva cantora para, tras un corto vuelo, echarse de
nuevo. Se posa sobre una vid reseca. La parada invita a leer a Manrique, pero
hoy no trajo el caminante su libro. Quizá mañana.
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