19 de abril de 2019

346-CHARLIE-SALIDA-CAMINOS DE LA MANCHA (I de III)



Y todo el campo un momento 
se queda, mudo y sombrío, 
meditando.

Personifica el poeta al campo. Permanece este mudo, sombrío, meditabundo. Sin duda es él quien así está, quien así se halla en ese momento. Trasloca su sentir y lo atribuye a la naturaleza que le rodea.

Otro tanto le sucede al autor de este blog en estos días. Lejos se halla de su hogar, y cerca de donde quiso Dios que naciera la simpar Dulcinea, señora de nuestro hidalgo caballero, y antepasado, don Quijote de la Mancha. Se trasmuta el escritor en caminante; quizá lo uno lleva a lo otro. Horas y horas de caminos por esta tierra adusta y seca de la Mancha, entre hurañas cepas. Medita el caminante. Apenas nada se oye. El viento suave, a trechos, le trae el rumor de un tractor con su cultivador. El agricultor voltea la tierra y aguarda esperanzado en que llueva en los próximos días. Son varios los tractores que se ven en la distancia lejana: todos aran. El sonido, sin embargo, más constante es el de las suelas de las botas sobre las piedras del camino, que trazan en la planta del pie del caminante un mapa exacto de sus ampollas. El sol apenas calienta. Tampoco el viento pone demasiado empeño en su empuje. Un pequeño escarabajo negro cruza el carril con prisa y sin, al parecer, destino fijo: el caminante ya vio varios como ese.

El caminante medita con el poeta. Don Antonio fue mediocre profesor, poeta clásico, pensador breve y filósofo nulo. Cuando se metió en estas lides erró los tiros.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Un conejo, al despiste de las perras, salta del borde del carril y corre hacia un majano. No lleva demasiada bulla. Su rabillo blanco incita al cazador, hoy caminante, que le desea larga vida. Seis zuritos vuelan de derecha a izquierda, pero la dirección le da igual al caminante. Es la perra vieja quien los descubrió y ahuyenta de un pozo cercano, y de dentro salen como si fueran tórtolas de la chistera del mago. Se ve que bebían agua, sin que el caminante sepa cómo. La perrilla joven acude al aleteo urgente de los palomos y su precipitada salida por si pudiera atrapar alguno. Parada y sorprendida los mira entre las vides cómo se alejan inalcanzables. Brilla su lomo negro y su lengua cuelga rosada del hocico.

El poeta hace poesía que articula entre metáforas. El caminante, este caminante, no abre hoy ningún camino: estaba hecho y, además, no vuelve la vista atrás porque no le interesa. Medita hacia adelante y es consciente de que el carril que lo conduce será el mismo por el que volverá a su casa. El mar, las estelas están lejanas, amén de que permanecerán espumosas y abiertas para el poeta que hoy es recordado: su vida, el camino, el carril, la vereda, la senda, el surco que don Antonio abrió con sus poemas quedó consolidado y hoy somos muchos quienes los disfrutamos entre sus versos. Acertó el poeta, falló el filósofo.

Yo voy soñando caminos
de la tarde […]
¿Adónde el camino irá?

Es curioso el silencio de primavera entre las vides y lo que el caminante observa. Una urraca solitaria cruza sin anunciar su presencia. Más adelante otro tanto ocurrirá con un cuervo… “¿Cómo solo?”, se pregunta el caminante: cuervo silencioso de vuelo bajo y solitario. Extraña circunstancia. Los pies claman por un derecho que no alcanzan: se quejan. El caminante no ceja. Tiene tanta sed como los perros. Lleva agua en su mochila, pero aún no es el momento de darles de beber ni de comerse él una naranja. El viento suave sopla y trae el runrún de otro tractor, esta vez muy cercano. El caminante es correspondido por el tractorista con un gesto que es un hola y un adiós.

¿Adónde el camino irá? Sus vueltas y revueltas blancas se pierden no muy lejos entre las vides retorcidas y ariscas. Unos jaramagos ralos que nacen junto al carril son agitados por el viento. Es casi el único signo de vida vegetal. Las vides aún no retoñaron y sus dueños han dejado el campo desertizado; como desierto está el olivar que bien conoce el caminante. Ninguna hierba es bienvenida ni alcanza más derecho que ser fumigada. Otra curiosidad: siendo media mañana con sol, algunos grillos cantan ocultos al filo del carril y, cuando el caminante pasa, se callan. ¿Qué dirá un grillo a estas horas en este desierto? ¿Tendrá camino el grillo? El caminante piensa que quizá también él, como el poeta, sueña caminos, traza proyectos y planes para su vuelta a casa. Cierto que el futuro no se sujeta y el pasado se escapa entre la mala memoria y el tiempo.


Las perras buscan la menor sombra que hallan para cobijarse de un sol que les resulta inclemente. No lo percibe así el caminante. Junto a una casita manchega de zócalo pintado de azul, con un pino y un escueto olmo, se detienen las perras y el caminante. Las perras con ansia beben el agua que su dueño les ofrece. Él pela la naranja. Una totovía, la primera que ve, se eleva cantora para, tras un corto vuelo, echarse de nuevo. Se posa sobre una vid reseca. La parada invita a leer a Manrique, pero hoy no trajo el caminante su libro. Quizá mañana.

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