25 de abril de 2019

347-CHARLIE-SALIDA-CAMINOS DE LA MANCHA (II de III)



El caminante recuerda que en Cartas de amor de un septuagenario voluptuoso, Delibes, por narrador interpuesto, le decía a Rocío, la sevillana corresponsal, algo así como: usted no halla la paz en el campo porque se lleva a él la prisa de la ciudad y el campo requiere su tiempo; no debe usted atosigarlo ni atosigarse… Dese un tiempo de calma y comprobará el valor terapéutico que tiene estar en el campo. Algo así era la idea que ahora no me es posible contrastar en la novela.
Es cierto. El caminante lo sabe. Trajo al campo la prisa acumulada durante meses. La ansiedad a puñados, los quehaceres a borbotones y no le fue posible frenar en seco. Necesitó acompasarse al medio. Sabe de la soledad y se sabe acompañado. Aquí el tiempo nunca es perdido, todo lo más, invertido, mejor o peor. Y en eso está el caminante: en serenarse y mirar más por dentro que hacia fuera. Necesita reponer las fuerzas que desde dentro impulsan y eso comporta meditar y examinar, ordenar, limpiar, tirar, arreglar. Se vale el caminante de libros como aconsejara una de las santas de las que es sincero admirador: la santa de Ávila (no hubiera estado de más aquí y ahora Camino de perfección, pero el caminante sabe que no debe traer muchos libros, pues parte de ese afán es pura ansiedad y aspiración torcida).
No lejos de aquí, uno de nuestros genios españoles, ¡son tantos!, desde la Torre de Juan Abad escribía, en situación semejante a la que ahora vive el caminante:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos, 
vivo en conversación con los difuntos, 
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos, 
o enmiendan, o fecundan mis asuntos; 
y en músicos callados contrapuntos 
al sueño de la vida hablan despiertos.

Costumbre cristiana es la meditación sobre los novísimos. En época pagana y para los paganos, los novísimos solo tienen interés relativo y en su primer paso: la muerte. Todos moriremos y, para ellos…, tras ella, solo habrá una inmensa… nada, creen. Para los creyentes la muerte es el tránsito de la vida de este mundo, ese sueño, a la otra vida verdadera.

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Mientras la muerte llega, necesariamente lo hará, el caminante sabe del status viatoris. El camino tiene sus normas y sus reglas: como casi todo. Por el camino hay quienes van a pie o a caballo…; por el agua, el camino se hace en barco o a nado, por río o mar… Despreciar la circunstancia, Ortega dixit, sería locura, pues alrededor del navío, si del agua se trata, está la naturaleza ciega. Y se equivoca quien olvida la potencia que la mar tiene, quien piensa que la mar es solo ornamento del navío.

El caminante, dada la situación, busca dirigirse a Dios. Entre sus notas mira y halla que “La oración verdadera tiene sus condiciones. Ha de ser ofrecida con una mente y un corazón puros, con ardiente celo, con aplicada atención, con temor y reverencia, con la más profunda humildad. Pero, ¿qué persona concienzuda dejará de admitir que está lejos de cumplir estas pautas; que ofrece su oración más por necesidad, por compulsión, que por inclinación, placer y amor por ella?”. El caminante, que hoy no pudo sacar un pie a la calle porque el viento se llevaba a las perras volando, no se arredra ante la dificultad. El caminante, encerrado, tampoco quiere caer, Dios lo libra, en la onfaloscopía, es decir, en la contemplación de su propio ombligo. El caminante también mira a los demás, a quienes quiere: a sus parientes, a sus amigos, a sus prójimos y anhela ser mejor en ellos por Él…

Los tordos silban su canción desde los aleros en que se cobijan. Cerca de ellos los gorriones enredan y pían. Parece como si hoy nadie aquí hubiera abandonado el hogar. Si hiciera frío, que no lo hace, más tiempo parece de invierno que de primavera. Quiera Dios que caiga la lluvia sobre estos campos resecos… del alma del caminante, también.

2 comentarios:

  1. Le agradezco el comentario, pero lo que escribo solo personas como usted lo pueden hacer "genial" al actualizarlo, al cruzar el puente que tiendo. Muchas gracias por su amable y no sé si hiperbólico comentario. Reciba mi afecto.

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