Corren magníficos tiempos para
lecturas como las que yo hago en este caso. Nacido servidor en 1961, Franco
viviendo, y transcurridos 22 años del final del fracaso de los fracasos de la
España del XX, por inducción, convicción o conducción, nunca hasta 2019 había
leído una biografía sobre José Antonio Primo de Rivera y hasta el año 2015 no
leí una biografía de Franco… Con la lectura de esta obra y el pretendido manejo
de la momia del Caudillo, Dictador, etc. estoy tan a la moda que me está dando
vértigo.
Leer, hablar, escribir sobre la
Guerra –¡que no hay otra!–, sus antecedentes, sus sucesos, y sus consecuencias
con su Abel y su Caín es levantar trincheras, armarse de lo peor hasta donde se
pueda, abandonar la racionalidad, perder el juicio y empuñar… Ya lo he escrito
aquí muchas veces y más aún lo he dicho en mis clases. Alguna vez, incluso,
dejé escrito que habrá que esperar otros cien años para que todo esto pase a
mejor dictamen, a más equilibrado análisis.
Moradiellos, quien ha poco ha
escrito una biografía sobre Franco,
dice “que me parece esperpéntico estar
discutiendo por el destino de los muertos de 43 años atrás. No se vence al
franquismo retrospectivamente así. Es más, da una sensación francamente penosa”.
Creo que, como dice Moradierllos,
francamente vencer al franquismo -o a tantas otras realidades a las que la
ignorancia da cobijo- es rendir la ignorancia en el proceso de búsqueda de la
verdad, en tiempos donde lo evidente debe ser demostrado y a la verdad hay que
sacarle, como mínimo, lustre.
El
libro que hoy termino, dividido en cuatro partes, hace un recorrido desde los
años previos a la Segunda República, la Dictadura de Primo, hasta la muerte del
general en su cama, mal que a muchos les alegrase, y a otros les pesase. Cada
una de esas cuatro partes queda a su vez subdividida en epígrafes que dan norte
al lector de su contenido y ayudan a buscar, en un momento dado, algún detalle.
La obra lo es general que no monografía y, por tanto, algunos extremos servidor
los conoce de otros libros e incluso de alguna otra obra del mismo autor, a
quien desde aquí, humildemente, le agradezco el esfuerzo hecho.
El
resultado final de la guerra fue el que fue. Inamovible. Son innumerables las
personas que se han preguntado qué hubiera ocurrido si… Fue el que fue. Tras el
final de la República, con su gobierno en el exilio y el comienzo de la Segunda
Guerra Mundial, Franco inicia la dubitativa andadura de un régimen que se
fundamenta inteligentemente en diversos apoyos -virando o cambiando-, con talento,
en distintos grupos que, tras la guerra, reclaman su parte del poder:
falangistas, militares, monárquicos, nazis, fascistas, requetés… Cada facción
querrá apoderarse de lo que creyó que le correspondía, mas “Paquita o Paca la
culona”, como le decían algunos de sus generales y el bandarra de don Nicolás, su
papá, quien también lo llamaba “marica”, etc. supo negociar un régimen que le
permitió morir en la cama, sin que nadie le cambiara el colchón. Franco sabía,
y lo sabemos quienes nos hemos ocupado de averiguarlo, que muchos de los rasgos
de su personalidad se asentaron y forjaron en África, en luchas atroces en
las que sus hombres sabían del valor del jefe que en el frente abre brecha y de
lo terrible que podía llegar a ser su disciplina (mandó ejecutar a uno de sus
hombres por una falta grave de conducta). La dura forja a que lo sometió la
guerra en África convirtió al “Franquito” de la Academia militar, ese
fifiriche, pequeñajo de voz atiplada, en el general más joven de Europa. Sus
hombres, y más tarde para su desdoro, sus enemigos, siempre dijeron que tenía
baraka, es decir, suerte: lo suyo se debía a la suerte. A eso añadieron los
enemigos que era torpe y poco inteligente, que era un mal militar, que… La
realidad es que hablaba poco, pero con habilidad: solía dejar que su
interlocutor llevara la iniciativa y a ella aplicaba la perspicacia -reconocida
por todos-, que le conducía a descubrir el talante y el talento del
interlocutor, de quienes le rodeaban. Solía decir a esos interlocutores lo que
querían oír. No era infrecuente que lograse desesperar, incluso a sus propios
ministros, desviando las conversaciones a temas inanes cuando no consideraba
pertinente ocuparse de lo que se le comentaba, proponía, etc.
El
final de la guerra dio lugar a un régimen que nadie, que algo sepa de historia,
se atreve a calificar de fascista,
porque no lo fue, como Payne demuestra. Lo de dar gran lanzada a moro muerto,
es cobarde valentía de quien actúa a realidad pasada, y así los necios que lo
han querido juzgar ya muerto. No se debe olvidar que durmió siempre con el
brazo incorrupto de santa Teresa, y que bien podría con ese mismo brazo de la
santa de Ávila, hacerles un corte de mangas que para qué las prisas, desde la
tumba del Valle de los Caídos, de donde lo quieren desahuciar de la que ha sido
su última morada desde hace 43 años.
(Este
Pedro Sánchez de mis pecados, por si no teníamos poco, ha logrado que el
Dictador gane una batalla más no ya montado a caballo, sino tumbado, momificado
y encerrado en el cajetón… ¡Qué tipo más necio!).
Invito
a quienes solo tengan pocas ideas, confusas y muy arraigadas sobre el régimen y
quien fue su conductor a leer este libro que se deja llevar con facilidad, está
bien redactado, muy documentado sin abrumar las notas al pie…, interesantes
como siempre, de este señor que me parece un historiador “ecuánime y
circunspecto”, lástima, y lógicamente, que no sea español.
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