24 de junio de 2018

316-CHARLIE-SALIDA- LECCIÓN MAGISTRAL DE MACRON



Querido charlie:

Supongo que tú, como todos los lectores, habrás visto, leído u oído el suceso entre un chaval y el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, quien no tuvo empacho, ni vergüenza, ni pereza, ni cobardía en reprender a un mocoso pelilargo de mirada franca. Por si no lo hubieras visto, te paso el enlace y te resumo el suceso, pura nimiedad, ese detalle que, junto a otros pequeños detalles de finura y delicadeza, hace grande a una persona, a una institución, a una nación. A los ojos de un imbécil este suceso es una nadería intrascendente, una memez, es lógico que así lo vea el estúpido.

Acto oficial y solemne del presidente de Francia en París. Se celebra un acto cívico: el 78 aniversario del mensaje que el general de Gaulle dirigió desde la BBC a los franceses para que continuaran en el combate contra el régimen alemán. Este mensaje se considera el símbolo del nacimiento de la Resistencia durante la ocupación de Alemania. El acto al que asiste el presidente de la República no es una charlotada, ni una bufonada, ni a una chirigota… El chaval, al paso del presidente, le grita: «¿Qué pasa, Manu?». El presidente de toda una república francesa, se para, se vuelve, lo localiza entre la multitud, insisto: no teme “dar el espectáculo”, ni pasar por extravagante, detiene su marcha… Se acerca al chavalín y le espeta del tirón, sin ambages, sin miramientos: «A mí me llamas señor presidente o señor», «Estás en una ceremonia oficial, así que te comportas como debe ser. Puedes hacer el imbécil pero hoy hay que cantar la Marsellesa y el Canto de los Partisanos [himno de la Resistencia francesa durante la ocupación alemana]. Me llamas señor presidente de la República o señor, ¿vale?».

Ay, charlie de mi vida. Si miras la imagen que acompaña a esta entrada verás las caras de vergüenza, las miradas de pesar de los otros niños que rodean al corregido; este mira con franqueza a la cara del presidente: se ha equivocado y responde con humildad: «Sí, señor presidente», otro gran detalle… nimio, pequeñito: saberse dejar corregir. Solo quien se deja corregir aprende. El resto de lo sucedido, charlie, míralo tú: es más de lo mismo, quien corrige y es corregido. Sí, señor presidente; sí, señor pequeñajo…

Y me traigo el agua a mi molino. Nadie quiere entristecer a los demás, ni quedar en evidencia, ni dar el espectáculo, ni joder el pasodoble…, pero en el fondo quien no corrige a quien debe ser corregido, teniendo la obligación de hacerlo, como es el caso del maestro y el profesor en las aulas, es sencillamente porque no quiere a sus alumnos: es pura pereza y la pereza es falta de amor a los otros y, sobre todo, a sí mismo. Pereza, cobardía, desidia, incuria… acedia la llamaban los clásicos.

Charlie, como soy viejo, lo he vivido, lo he visto: no hace falta que me cuenten el proceso, me lo sé, de lo sucedido en la escuela desde los sesenta y setenta en España hasta hoy mismo. Estos procesos son lentos y vienen por sus pasos contados -la casualidad no existe-, tienen una inercia inalterable y revertirlos cuesta generaciones, si es que se puede restablecer el proceso al punto de partida. Digamos que pasamos un proceso por el que el alumno llamaba a la maestra doña Concepción, parar ir pasando a doña Concha, a Concha, a Conchita, a Mariconchi, a Maricon, a Chon, a Chonchi y a Chocho y a Chochi, estas dos últimas indistintamente…

Aún recuerdo cuando los profesores jóvenes -lo fui con 20 años- defendían, ¡no yo, vive Dios!, que estos detalles no tenían importancia. ¡¡Qué cretinos!! El profesor pasó a ser un colega, un amiguete, un mandria, un conocido, un compañero, un paria y un donnadie. Hoy cualquier chavalín puede decirle a su profesora como el niño francés: «¿Qué pasa, Chocho?», y en realidad no pasa nada… “Es normal”, “es lo que hay”, “es lo que han aprendido”, “lo que se les ha permitido”… El proceso degenerativo en las aulas, por supuesto, ha venido secundado por una marejada de falta de educación, de detalles de urbanidad -no olvides nunca, charlie, que tras cada detalle de urbanidad hay un valor; cualquier día me pongo y lo demuestro-. Esa falta de delicadeza, que de eso trata la falta de educación, ha tenido palmeros, incitadores, provocadores, seguidores, partidarios interesados… que buscan un caldo de cultivo donde los peces poderosos dominan a los peces pequeños, peor adiestrados, menos educados, más vulnerables.

He visto profesores en bañador y chanclas en la prueba de Selectividad; he visto opositores a instituto, frente al tribunal, en chanclas y pantalón corto; he visto, por supuesto, alumnos con esos atuendos en clase: en los institutos y en la universidad… Hoy, lo normal, el traje más común entre los alumnos a lo largo de todo el santo curso es el chándal: un tanto por ciento altísimo de los alumnos normalmente va en chándal y no porque tengan educación física, sino porque, supongo, están más cómodos. Zapatos ya no lleva ni el profesor. Quizá el curso que viene yo me lleve al aula una cama, en la que también, quizá, esté más cómodo… Y a las mamás, cuando vengan a verme a las tutorías, les diga algo así como: «¿Eh, chomino, cómo te va?». Y no pasará nada. Seguirá imparable el proceso por el que los profesores no corregirán en el aula -un lugar muy serio para situaciones muy dignas y formales que requiere decoro, compostura…-. Y ese profesor “bondadoso”, “condescendiente” que no corrige a sus alumnos, que no forma a sus alumnos, es un prevaricador por cobarde, y con mil excusas. Solo el profesor que tiene miedo a sus alumnos quiere tender imposibles puentes de compis con ellos. El profesor que sabe de sus obligaciones, y las asume, exige, ¡como mínimo!, los detalles debidos de educación, el respeto debido a la figura del cuerpo que representa, a la institución donde se halla…

¡Ya lo sé, charlie, ya lo sé! Ni los profesores visten ni se portan con el decoro debido, ni con la educación mínima exigible… ¡Ni los diputados ni…! Ea, entonces: ¡dejemos que corra el agua, no hagamos nada!… No imitemos al presidente francés…, pero permíteme, por lo menos, que yo esté de parte del gabacho, aunque sea por esta vez. (¡Y la cama me la compro y me la llevo a clase el año que viene!).





Tucho Castelo.


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