6 de mayo de 2018

Caldwell, Erskin: EL CAMINO DEL TABACO



El libro que había leído de Caldwell hace años era una novela o una pseudobiografía, Bajo el campanario, donde contaba las andanzas, si no recuerdo mal, de su familia tras su padre en el cinturón bíblico americano por donde este iba predicando cada semana una religión distinta y no recuerdo ya si un distinto Dios …

Esta obra que comento ahora me recuerda de inmediato a Uvas de la ira de Steinbeck y a algunas de las novelas de Faulkner, El villorrio o La ciudad… Algo así. Campos del sur de los Estados Unidos en los años de la gran depresión y una familia con menos dinero que quien se está bañando. La familia que centra la narración son los Lester: el padre Jeeter, la madre, Ada, y aún viven en la casa, junto al camino del tabaco: un hijo medio anormal, Dude; una hija, Ellie May con un extraño labio partido que le es inconveniente capital para casarse; y la abuela, madre de Jeeter, un espantajo hambriento, que vigila desde las esquinas de la casa o tras los matorrales el quehacer de los demás y a la que nadie aprecia ni reconoce… ¡y catorce hijos más que tuvieron Ada y Jeeter, pero que marcharon de la casa a la ciudad para buscarse la vida en sepa Dios qué trabajos, porque sus padres lo ignoran y ellos nunca escriben!

Los Lester desde lejos parecen tontos, pero a medida que el autor nos los acerca tenemos la absoluta seguridad de que nos unos redomados necios, unos seres… parecidos a personas, pero que tienen el comportamiento propio de cualquier animal que carezca de la más mínima inteligencia, la más mínima voluntad y con la más mínima meta en la vida. Holgazanean, son perezosos hasta para levantar un pie o abrir un ojo, nada parece importarles: la casa está medio derruida, pero no la arreglan; han dejado que el coche se despiece por desidia sin inmutarse lo más mínimo; tienen hambre atrasada de años…, pero no hacen nada para evitarlo y solo el padre de la casa tiene las buenas intenciones de un redomado perezoso: dice que hará tal o cual asunto, tal gestión, pero yendo de camino, se le olvida o se queda dormido en cualquier sitio y ya la procrastina para mejor oportunidad que es nunca. Toda la familia es miserable por necia y holgazana: ni hacen nada ni lo pretenden… En ninguno de ellos se puede hallar el más mínimo ápice de virtud: nada, cero, vidas sin sentido. Vidas más bestiales que animales con cierta racionalidad que evita que el instinto, al menos, empuje en cualquier dirección. Añado, tras haber cerrado por tres veces la crítica del libro: ¿qué pretendería Caldwell al escribir esta novela? ¿Avisaba? ¿Tenía una finalidad moral, ética? ¿Simplemente paseaba su espejo junto al camino del tabaco y resultó esto?

El lector va viendo, temiendo, cómo todo transita natural e irremediablemente al caos y la destrucción: poco a poco, pasito a paso, necedad tras necedad, imprudencia tras imprudencia… Lo leo con verdadera desazón: si en vez de un libro, hubiera visto la película no hubiera soportado más de cinco minutos; me desespera la necedad humana evidente. Los temas de los que hablan los personajes son como ellos: burdos, elementales, groseros, y el autor, a mi juicio, les da un magnífico tratamiento desde el punto de vista estilístico, pues repite ideas de forma neurótica, como lo harían unas personas en las condiciones de los Lester: obsesiones, deseos, imágenes, recuerdos, pulsiones…

Dude, el chaval, por iniciativa de Bessie, una predicadora bastante mayor que él, y bastante fresca, se casa con ella. Lo primero que hacen es que, no teniendo un dólar para comer, se gastan ochocientos que Bessie heredó de su marido en un coche nuevo que destrozan entre el primer día del estreno y el segundo… ¡irritante! Y lo hacen con la indiferencia de quien tuviera otros cien mil dólares para comprar un coche cada dos días.

Las oraciones de la hermana Bessie, lo que dice y piensa, la imagen y la idea que los Lester nos transmiten de Dios solo puede ser pensada por seres que no piensan… La ignorancia más supina sobre la realidad más evidente es aplicada a Dios con una seguridad y unas convicciones que más dan para salir corriendo de ellos y del dios que predican que arrimarse a escuchar… No producen ni risa ni tirria, sino tedio ante tantísima necedad.

La miseria moral y material sobrenada en la novela desde que Lov el yerno de Jeeter viene por el camino del tabaco con un saco de nabos. No por desesperante, dura e irritante deja de ser una excelente novela que me alegro de haber leído.

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