Termino el libro que comento con
una amarguísima sensación. ¿Será todo el libro, en su simplicidad tan acertado,
tan vacilante e impreciso como el capítulo que he leído sobre el tema de
España? El dichoso capítulo es el dedicado al año 37: LA GUERRA DENTRO DE LA
GUERRA y el penúltimo de una obra de seiscientas páginas bien despachadas y no
me gustaría haber estado en las norias con los pastores…, con todo el respeto a
las norias y a los pastores…
Cuando a veces leo lo que algún
periodista escribe -ojo con su corporativismo- sobre un tema del que entiendo
algo -que no son demasiados- me doy cuenta cabal de que algunos, ¡algunos!, lo
hacen desde una ignorancia supina: con pocas ideas sobre el asunto, muy
confusas y profundamente arraigadas. Algo así he tenido la sensación de que me
podía estar ocurriendo. Creo que es la primera vez en mi vida que he leído de
lo hecho por Stanlin en Ucrania. Había leído algún artículo sueltas. Conocí un
ucraniano, ya muerto, que padeció la persecución del padrecito Jósif, pero no
sería capaz de decir nada sobre aquello más allá de lo que le he leído a Blom
en este libro en el capítulo dedicado a 1932: GOLODOMOR. El problema es que,
como este pasaje, por ejemplo, este capítulo, sea tan acertado como el que
escribe sobre España y nuestra guerra civil, más vale que lo vaya olvidando. Y
si todo el libro, y el anterior, tienen el peso que el capítulo dedicado a la
guerra de España, apaga y vámonos.
El libro sigue la técnica que
empleó en la obra precedente a la que ahora comento y que traté en este mismo
blog: Años de vértigo. El autor,
entiendo que, de alguna forma, selecciona algún hecho que le parece
significativo del año que trata. En esta obra desde el 18 al 38, y lo trata con
cierto esquematismo, sin abundar demasiado en ello, cogiendo, a veces, lo más
pintoresco, lo que él considera que puede dar idea al lector de por dónde van
las tendencias culturales, políticas, económicas, etc. del año en cuestión.
Comprenderá el lector que, si en Años de
vértigo trató desde el 1900 hasta 1914, en esta obra, La fractura, lo hace desde que terminó la Primera Guerra mundial
hasta dejar en puertas la Segunda, que se inició el 1 de septiembre de 1939.
Quizá, como dejo entrever arriba,
lo atractivo del libro es que va tratando temas diversos de los que el lector
-este lector al menos- de otro modo no se hubiera ocupado: el jazz, las flappers, los años de entreguerras en la
Alemania prenazi, las vidas de personas para mí insignificantes, nombres
perdidos en las historias menores de las frivolidades de aquí o de allá…
Es cierto que la lectura del
libro deja en el lector una sensación de comprensión general, un tanto desvaída
y lejana, de lo sucedido en todos esos años y que, poco a poco, labora para
producir las consecuencias de la revolución del 17, el producto Stalin,
Mussolini, Hitler… No es libro que ande por los detalles: para eso el lector
hallará monografías que le expliquen en unos millones de páginas qué es el
fascismo o quién fue realmente Stalin y qué pretendió… Creo que esta obra es lo
que es, salvo… Añado, porque me afecta, que la Iglesia católica es zarandeada como
realidad nociva: nada nuevo, poco ruido y menos verdad.
Lo de nuestra guerra civil
española es capítulo imperdonable por su sectarismo manifiesto: solo hay que
saber, sumar y restar, con las mismas cifras que el propio autor da… y uno se
sorprende cómo el autor con dos más tres le salen doce docenas… Pésimo. La
bibliografía que cita, en general, es abundante: no me detengo a mirar cuál es
la consultada para el caso, pero el capítulo de panfleto sectario no pasa.
Insisto en la tautología… esta
obra es lo que es. Tras leerle más de mil páginas al autor… este par de libros,
esta obra, La fractura, es solo un
esguince histórico entretenido, pero no más. Y quien quiera más que busque en
obras de más y mejor enjundia porque como decía la Domi en El príncipe destronado… “por dos pesetas no dan más”.
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