25 de abril de 2018

304-CHARLIE-SALIDA. Mi niña trabaja en otro país… ¡Qué lástima!



Querido charlie:

Me duelen los huesos de oír a padres de familias, ellas y ellos, gente bien, que se quejan de que sus hijos se marcharon a otras naciones para empezar sus vidas laborales: “Mi hijo se ha tenido que marchar a Alemania”, “Mi hijo trabaja en París”, “Mi hija sigue en Suiza”… “Pues mi sobrino está loco por venirse de Polonia”… Se quejan ellos, y los políticos, que recogen toda la basura que pueden para transformarla en votos, también hablan de la injusticia que supone que nuestros jóvenes tengan que marcharse: ¡qué lastimica, por Dios! Invertimos en ellos, pagamos entre todos, con nuestros impuestos, un capital por su formación, miles de euros… ¡y ahora cogen agarran y se largan! Quienes se largaron en los 60 se llevaron por toda compañía formativa el hambre que, al decir de entonces, daba unas cornás mortales.

Durante años esos papás bien han llevado a sus hijos a la guarde, incluso antes de la edad, para que fueran oyendo hablar en inglés, en alemán y en chino…, ¡para que los aprendieran! Les buscaron profesores particulares, academias, hicieron los exámenes de las universidades de Berlín, Oxford y Lovaina… Como los idiomas no les pareció suficiente formación llevaron al niño a que tocara el piano, el violín o el pínfano. ¡Menudo pastizal en las académicas para reforzar la Física y el Arameo! No les importó a los papás recortar los viajes y las vacaciones, alargar la vida del coche y eternizar el cambio de los electrodomésticos… Como no iban a ser menos los pequeños que los grandes, que nacieron por el mismo sitio, también a estos les dieron las mismas oportunidades: un calvario económico… ¡para que ahora se vayan al extranjero! No hay sustantivo que nomine esta situación: ¡la mar y los barcos! ¡Y las becas que no daban de sí cuanto se necesitaba! Y las becas que encima decían que teníamos medios de sobra… ¡Cuesta de un febrero eterno donde la piedra de la cuenta corriente siempre estaba en lo hondo!

“¡Y no fue brillante la niña!”, “¡Pues anda que el niño!”. Matrículas a porrillo en el bachillerato y la carrera, trece años de piano… ¡que se dice pronto!: ¡el jodido niño aporreando el chisme…! (“¡Que menudo porculo nos dio”, que decía al vecino). Y ahora se va a Francia a trabajar. “Lo han hecho jefe de mercados hispanoamericanos, incluido el sur de Estados Unidos. Que hay que ver: un pastizal es lo que gana, casi 200.000 napos al año, pero eso sí… ¡está en Francia!”. “Un pisazo se ha comprado en Estrasburgo donde trabaja como asesor de inversiones en oriente. El piso le ha costado un potosí a la novia y a él”.

Me duelen los huesos de oír a esos padres de familias bien, ellas y ellos, que se quejan de que sus hijos se marcharon a otras naciones para empezar sus vidas laborales. ¿Se puede saber para qué coño necesitaban el inglés –que menuda castaña les dieron-, si querían que trabajaran en el pueblo y en el pueblo no se habla esa lengua, ni alemán, ni el puto chino mandarín…? ¿Para qué tanto piano, tanto curso, tantos másteres y no sé cuántos grados de…, si lo que deseaba es que la niña se casara con alguien decente de aquí, conocido, del pueblo o de la provincia como mucho? Si hubieran hecho de sus hijos unos cazurros no hubieran cruzado la frontera hoy: quizá serían unos parados más; es posible que hubieran tenido suerte y hubieran encontrado trabajo en España, un trabajillo para ir tirando… o, incluso, un buen trabajo, ¡que los hay!, pero…; si no hubieran estudiado nada, podrían viajar bastante: a la fresa en Huelva, a la manzana en Lérida, a la uva a Francia y a la aceituna a Jaén… (que por cierto: su catedral es preciosa).

Y yo que soy pseudolynchia canariensis, me pregunto si esos honrados padres, esos padres bien, de quienes vengo hablando se han planteado cómo vienen los hijos de otras familias en las pateras que cruzan el Mediterráneo: ¿acaso piensan estos padres que esos emigrantes, como sus hijos, tienen padres, y ningún otro derecho salvo ahogarse, que tienen hermanos, hijos, amigos…? ¿Acaso no hemos pensado a qué vienen esas personas, como nosotros, a nuestras calles…? ¿Acaso no los vemos vendiendo cuatro relojes, unos bolsos, unas zapatillas falsas… y una muñeca? ¡Qué lástima de nuestro hijo que vive en Colonia y  gana más de cien mil euros al año! ¡¡De verdad que me da lástima!!

Tucho Castelo.



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