Querido charlie:
Me
duelen los huesos de oír a padres de familias, ellas y ellos, gente bien, que se
quejan de que sus hijos se marcharon a otras naciones para empezar sus vidas
laborales: “Mi hijo se ha tenido que marchar a Alemania”, “Mi hijo trabaja en París”,
“Mi hija sigue en Suiza”… “Pues mi sobrino está loco por venirse de Polonia”…
Se quejan ellos, y los políticos, que recogen toda la basura que pueden para
transformarla en votos, también hablan de la injusticia que supone que nuestros
jóvenes tengan que marcharse: ¡qué lastimica, por Dios! Invertimos en ellos,
pagamos entre todos, con nuestros impuestos, un capital por su formación, miles
de euros… ¡y ahora cogen agarran y se largan! Quienes se largaron en los 60 se
llevaron por toda compañía formativa el hambre que, al decir de entonces, daba
unas cornás mortales.
Durante
años esos papás bien han llevado a sus hijos a la guarde, incluso antes de la edad, para que fueran oyendo hablar en
inglés, en alemán y en chino…, ¡para que los aprendieran! Les buscaron
profesores particulares, academias, hicieron los exámenes de las universidades
de Berlín, Oxford y Lovaina… Como los idiomas no les pareció suficiente
formación llevaron al niño a que tocara el piano, el violín o el pínfano.
¡Menudo pastizal en las académicas para reforzar la Física y el Arameo! No les
importó a los papás recortar los viajes y las vacaciones, alargar la vida del
coche y eternizar el cambio de los electrodomésticos… Como no iban a ser menos los
pequeños que los grandes, que nacieron por el mismo sitio, también a estos les
dieron las mismas oportunidades: un calvario económico… ¡para que ahora se
vayan al extranjero! No hay sustantivo que nomine esta situación: ¡la mar y los
barcos! ¡Y las becas que no daban de sí cuanto se necesitaba! Y las becas que
encima decían que teníamos medios de sobra… ¡Cuesta de un febrero eterno donde
la piedra de la cuenta corriente siempre estaba en lo hondo!
“¡Y
no fue brillante la niña!”, “¡Pues anda que el niño!”. Matrículas a porrillo en
el bachillerato y la carrera, trece años de piano… ¡que se dice pronto!: ¡el
jodido niño aporreando el chisme…! (“¡Que menudo porculo nos dio”, que decía al
vecino). Y ahora se va a Francia a trabajar. “Lo han hecho jefe de mercados
hispanoamericanos, incluido el sur de Estados Unidos. Que hay que ver: un
pastizal es lo que gana, casi 200.000 napos al año, pero eso sí… ¡está en
Francia!”. “Un pisazo se ha comprado en Estrasburgo donde trabaja como asesor
de inversiones en oriente. El piso le ha costado un potosí a la novia y a él”.
Me
duelen los huesos de oír a esos padres de familias bien, ellas y ellos, que se
quejan de que sus hijos se marcharon a otras naciones para empezar sus vidas
laborales. ¿Se puede saber para qué coño necesitaban el inglés –que menuda
castaña les dieron-, si querían que trabajaran en el pueblo y en el pueblo no
se habla esa lengua, ni alemán, ni el puto chino mandarín…? ¿Para qué tanto
piano, tanto curso, tantos másteres y no sé cuántos grados de…, si lo que
deseaba es que la niña se casara con alguien decente de aquí, conocido, del
pueblo o de la provincia como mucho? Si hubieran hecho de sus hijos unos
cazurros no hubieran cruzado la frontera hoy: quizá serían unos parados más; es
posible que hubieran tenido suerte y hubieran encontrado trabajo en España, un
trabajillo para ir tirando… o, incluso, un buen trabajo, ¡que los hay!, pero…;
si no hubieran estudiado nada, podrían viajar bastante: a la fresa en Huelva, a
la manzana en Lérida, a la uva a Francia y a la aceituna a Jaén… (que por
cierto: su catedral es preciosa).
Y
yo que soy pseudolynchia canariensis, me pregunto si esos honrados padres, esos
padres bien, de quienes vengo hablando se han planteado cómo vienen los hijos
de otras familias en las pateras que cruzan el Mediterráneo: ¿acaso piensan
estos padres que esos emigrantes, como sus hijos, tienen padres, y ningún otro
derecho salvo ahogarse, que tienen hermanos, hijos, amigos…? ¿Acaso no hemos
pensado a qué vienen esas personas, como nosotros, a nuestras calles…? ¿Acaso
no los vemos vendiendo cuatro relojes, unos bolsos, unas zapatillas falsas… y
una muñeca? ¡Qué lástima de nuestro hijo que vive en Colonia y gana más de cien mil euros al año! ¡¡De
verdad que me da lástima!!
Tucho Castelo.
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