Soy extranjero en
su patria y he venido a reclamarle a la Justicia de su país lo que en justicia
me corresponde, como así lo reconocen los tribunales de mi nación: todo ello
sujeto al Derecho de mi país y al Derecho Internacional. Me he asesorado con
abogados tanto de allá como de España y me dicen que estoy en mi derecho con
respecto a lo que reclamo.
Es cierto que
como cualquiera he cometido muchos errores en muchos ámbitos de la vida, como
persona humana que soy: quien esté libre de pecado, señor presidente, que tire
la primera piedra; e incluso he tenido, más allá del común, algún tropiezo
legal por razones que puedo demostrar que no fueron reales. Las relaciones
entre quien era mi esposa y madre de mis dos hijos no funcionaron bien.
Entiendo que esto no es novedad, por desgracia, y yo le puedo asegurar que
intenté reestructurar mi familia. Quien fue mi esposa, por razones de la
intimidad del matrimonio, como modo de castigo y ofensa, me impidió ver a mi
hijo, alegando maltrato: bien sabe usted, señor presidente, que de esta arma se
abusa en los países occidentales, pues si la mujer es lo débil y positivo, la
parte que debe protegerse siempre, el hombre es lo brutal, lo diabólico y lo
culpable… sin beneficio de duda, pero esto son otras historias. La única manera
de recuperar la posibilidad de ver a mi hijo, en aquel entonces, fue aceptar
que la acusación de mi exesposa era verdadera. Ignoro lo que se cuece en otras
casas, pero mi experiencia personal me dice que, en toda convivencia, alguna
vez, por razones mil, puede haber una palabra más alta que otra, un gesto de
más o inculpaciones que nunca debieron hacerse, pues esas palabras, esos gestos
y esas acusaciones solo buscan hacer daño al otro y nada solucionan. No puedo
decir que no haya yo caído en esas debilidades, pero aseguro que nunca maltraté
a mi quien fue mi esposa.
Transcurrido el
tiempo, hechas las paces entre ella y yo, volvimos a convivir e incluso tuvimos
un nuevo hijo que vino a colmarnos de felicidad. Cierto que, si todo parecía ir
bien, volvieron de nuevo a resurgir viejas discusiones, disputas, desacuerdos y
decidimos separarnos como mal menor. Mi exesposa huyó con mis hijos de mi país,
donde vivíamos, y se vino a España. Yo rehíce mi vida con una nueva pareja, que
puede dar cuenta y razón de mí. Reclamé
a mi exesposa mis hijos, como dictaminó un Juzgado de mi nación, pero ella se
negó rotundamente a obedecer ese dictamen. Durante todo el verano de este año
17, arropada por las gentes de su pueblo, por instituciones, para mí,
interesadas en fomentar determinadas ideologías, por su familia y en parte por
la tibieza de la Justicia de España y sus agentes policiales, señor Presidente,
ella ha salido en todos los medios -como seguro usted mismo habrá visto-
siempre llorando, implorando y al borde de un ataque de nervios, y diciendo lo
que la Justicia y la jueza debían hacer, no sin el asombro del sentido común de
las personas de bien. La jueza del caso ordenó la comparecencia en el Juzgado de
mi exesposa con nuestros hijos. Ella, que no hace más caso que a su bendita
voluntad, se negó, pues la Justicia debe hacerse según su saber y entender. Y fue
este el punto en que ella, insisto, con la complicidad de personas que han
salido en los medios de comunicación, desapareció como por ensalmo con los
niños.
¿Durante todo un
mes, ¡casi un mes entero!, una mujer con dos niños pequeños no es encontrada
por los agentes de su país… ¡me parece increíble!? Si no fuera porque
políticamente es incorrecto le diría que no me extraña que una célula yihadista
haya estado durante meses, y su cabecilla durante años, pululando por su país
sin que nadie supiera nada del asesino formador de asesinos (ahora estamos
todos dolidos, y ustedes los políticos se besan por lo bien que respondieron, pero se trataba de prevenir, que no de curar, señor
Presidente); y con esto lo que ustedes llaman el caso “Marta del Castillo”, por
ejemplo… Ustedes, muy españolazos, se jactan de sus fuerzas de seguridad, pero
la velocidad se demuestra andando… ¿¡Un mes… huida una mujer y esas fuerzas de
seguridad no la encuentran!? Señor presidente, denuncio negligencia,
prevaricación, injusticia… ¡¡con mis hijos!! (dudo que hayan permitido hacer su
trabajo a los agentes). ¿¡Con qué derecho esa mujer desobedece a la Justicia,
incluido su tribunal Constitucional, que permanece impasible, mientras mis
hijos se pasan un mes recibiendo el maltrato de las personas que les hayan rodeado,
escondidos como delincuentes, ocultos, huidos de la Justicia… porque su mamá,
que tanto los quiere, los somete a esa tortura? ¿Cómo se atreve quien fue mi
suegro a alentar a su hija para que ni comparezca ni entregue a mis hijos y
decir que la Justicia en mi país es “mafiosa”, cuando de momento lo que se
demuestra es que su Justicia, la de mi exsuegro y la suya, señor presidente, NO
FUNCIONA? ¿Realmente cree usted que esos catalanes que desafían a todos los
españoles no harán lo que les brote, si una pobre mujer lo hace en las narices
mismas de todos ustedes y además la alientan sus propias instituciones? ¿¡Qué
hubiera ocurrido de haber sido yo el prófugo con mis hijos ocultos, si en vez
de una mujer llorosa hubiera sido yo, aun con el amparo de la Justicia!? La
Justicia será lenta -yo se lo aseguro porque lo he padecido-, será ciega, pero
la suya, la de su país, señor presidente, es tonta, gilipollas como dicen en
Granada, el pueblo de mi mujer… Sí, señor presidente: su Justicia es injusta y
nula y gilipollas, por lenta, ineficaz, roma, incapaz e inepta como los
políticos que debían articular los medios para que dejara de serlo…, incluido
usted, señor presidente.
Señor presidente,
me voy decepcionado de su país, que usted califica de moderno, avanzado, puntero,
progresista y no sé cuántos adjetivos más que no añaden nada al sustantivo nación…, por cierto, rota, desanimada,
desorientada, engaña que tan dignamente usted preside.
Francesco
Arcuri, exmarido de Juana Rivas.
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