4 de noviembre de 2016

DIOS NO COME CARACOLES

  Buenas noches… Les ruego que me disculpen… Sí: llevo muchas semanas sin publicar nada aquí. En realidad llevo… muchas semanas sin ni siquiera asomarme a mi propio blog (ahora dilucido esto). Algunos de ustedes, Dios se lo paga, que yo no puedo, se han preocupado incluso por mi persona, por si me hubiera ocurrido alguna desgracia personal… Insisto en que Dios paga estas ocupaciones. No, no me ha pasado nada… que no haya tenido solución, nada que no… Nada, aunque les debo una explicación, permítanme.
    Siempre ha provocado una enorme curiosidad a quienes gustamos de la Literatura y sus recovecos cómo se genera una obra literaria, o incluso una obra de arte en general. ¿Qué hace, en suma, se han preguntado -o nos hemos preguntado- que una persona escriba poesía, otra escribe teatro, aquella pinte, ese canta y estos ni se les pasa por la cabeza nada de todo ello? Son los arrebatados de las musas, son unos locos -dice Platón-, son unas almas bellas y unos corazones gentiles dirán los teóricos platónicos del Renacimiento… ¡gente distinta y rara! Las torres del Dios, que dirá Rubén; seres que pueden permitirse peinarse, vestir, vivir de modo… diferente, ir a su propia moda… Sí, las musas los arrebatan y les comunican la simiente de su obra o bien se la regalan completa… ¡Almas bellas! Aún recuerdo cómo Picasso quiso ir a Cannes a recoger su premio en calzoncillos en el coche de Luis Miguel Dominguín, que lo convenció para que se pusiera unos calzones y así lo admitieron en la gala… ¡No, usted no pisaría ni la alfombra!, ni yo quizá tampoco: no somos unos artistas, no somos esos seres tocados por la gracia de los dioses… o de Dios.

   Sea como fuere, les cuento. Cuando voy a escribir una obra con cierto aliento, es decir, que va a sobrepasar los muchos folios, personajes, sucesos, etc. necesito no ya tiempo, sino un tempo vital -si me permite la licencia- para poder escribir, para poder “generar texto”, que yo llamo. Cuando ese momento me llega lo hace de forma irremediable, se presenta sin más: como el momento de un parto, pero ignoro cómo brota y de dónde, pero reconozco sus modo, su cómo: insolente, impaciente, vehemente… Presente él, entonces ya… parece que ha llegado el tiempo de una madurez creativa: en ese momento puedo haber escrito notas…, decenas de folios con escenas, más y más folios con datos de los personajes, ya soy capaz de moverme con soltura en los escenarios, sé cómo huelen, y la circunstancia en que habitan unos y otros… en mi imaginación: hay que ponerse a generar texto. Todo lo anterior fue calentamiento, labor de plumilla, laboreo de ratón… Los tomo de la realidad que me rodea, o pudiera rodearme, , pero no siempre. En muchas ocasiones, hechos, personajes y espacios… se deforman no siempre a mi voluntad, sino que, digamos, “salen así”: yo no los quería así, pero la circunstancia de lo que narro (nunca está todo previsto, como si tuviera un esquema que sigo, sino que, de pronto, te asalta una idea, una imagen, algo que mejora el argumento, la escena, la conversación, algo que completa al personaje y lo distorsiona… y se cuela con una fuerza natural que se impone)… y sí, pudiera pensarse que soy arrebatado por un furor creativo. Pasan las horas y no siento necesidad de nada: como, duermo, me aseo, convivo -poco- y cuando abandono mi puesto delante del ordenador subo a superficie…: salgo de mi novela como si volviera de un viaje bajo el agua con el capitán Nemo… Vengo de vivir en otros espacios, de oír otras voces, de visitar otros ámbitos…
    Todo esto no es amable. Uno siente llegado el momento…, uno sabe que está a punto de perder el dominio de sí, que los papeles lo arrebatarán y sus personajes, su creación… lo llevará, adueñado de su yo, hacia… no siempre se sabe dónde. Y eso no es amable. Cuesta esfuerzo generar texto: escribir, escribir, escribir… sacar de aquí y de allí, mirar, consultar, pensar, volver, escribir, volver de nuevo, rehacer, imaginar, escribir… Hay días de plomo donde la palabra se muestra remisa, el adjetivo se mimetiza y oculta, el nombre convocado no comparece, no viene, la escena se arrastra y remolonea sin concretarse, sin tomar verdadero asiento ahí, donde se la quiere… (y luego, cuando se relee la obra para corregir…, se notan esos momentos de pesadez, porque también hay ahí más erratas, faltan palabras… Es curioso: recuerdo con exactitud lo que deseaba expresar en aquel momento, pero no es eso lo expresado en el escrito… ¡y hay que volver sobre párrafos enteros que deben ser rehechos en aras a una mejor y más clara expresión de lo deseado!).
   Me resisto, lo confieso, a escribir una novela. Sé que me esperan muchas horas de trabajo y que, al final, seguro, tan seguro como que estoy aquí… ¡el resultado no será el esperado, el buscado! La calidad se ha desvanecido, la fuerza de las escenas no es la atrapada por las palabras: se esfumó… La relectura, las correcciones se hacen tediosas, arduas… Se prueban párrafos, se catan trozos completos (incluso llego a analizar sintácticamente algunos párrafos para comprobar que quien habla, ese otro yo, que no soy yo, no es tampoco este otro personaje… que tiene otra sintaxis en sus comunicaciones, en sus expresiones y que lo hacen más creíble y que, seguro, el lector no “caerá en la cuenta” de ello, pero que a mí me gusta pensar que eso que hago está bien hecho, y hará reconocible al personaje por su propio uso de la lengua, por ejemplo, de modo inconsciente, casi, para el lector). Se persigue un ideal inalcanzable…, se dedica un trozo de vida que es entrega a los demás… “Porque te quiero, te regalo este trozo de mí, un trozo muy mío, una novela… Es mi modo de decirte: te quiero, sé que está ahí, sé que yo cobro sentido por ti. Tú y solo tú puedes convertir este texto inerte y muerto en vida, en vida de tu vida. Este texto resucita al leerlo tú. Te lo regalo para que disfrutes, para acompañarte durante un rato del camino por la vida” y yo, como el poeta seguiré soñando caminos de la tarde.
   Este verano ocurrió algo de todo esto. La novela de este verano anda aún como pollo sin cabeza, ¡hasta sin título! Luego, a veces, los textos tardan años en salir a la luz o sencillamente no salen, se quedan enquistados, atorados. No se dio el tempo necesario. Hay que esperar, ser paciente. Se careció de la altura y la madurez requeridas para darle fin. Así tengo algunos. Otros, sin embargo, son partos limpios, inmediatos, trabajosos, pero casi indoloros, ligeros…
   Es por esto, en parte, amigos, por qué descuidé el blog… que ya no tengo espacio para dilucidar si bloc o blog…, pero lo haré.
   De momento les adelanto una primicia… Si todo va bien, este mes publicaré una nueva novela: Dios no come caracoles… Ya les hablaré de ella y otros avatares en otra entrada…
  Gracias por su… vuestro seguimiento, por vuestra paciencia. Por aquí sigo: para servir a Dios y a usted, que se me enseñó a decir en la escuela. Ya saben: y sea todo esto dicho con perdón.

7 comentarios:

  1. Pues el título es original e intrigante. Y todo lo que has descrito lo hemos vivido en más de una ocasión todos los que sentimos la necesidad imperiosa de escribir. Amén de que cada cuento, cada poema y cada novela, varía en función del argumento y los personajes. La dificultad varía, como también su planteamiento. Llevo escritas cuatro novelas, dos de ellas ya publicadas, y son todas ellas muy diferentes. La primera es sobre la recuperación de la memoria histórica y me costó más de cinco años de búsqueda y algo más de dos escribirla. La dificultad estribaba en la búsqueda de un familiar desaparecido en la guerra de la que teníamos pocos testimonios. En cambio la recreación de los personajes, todos reales, no ofrecía la misma dificultad de los inventados. La segunda comienza siendo un libro de cuentos que poco a poco, capítulo a capítulo se transforma en novela. Aunque está basada en su mayoría en hechos reales, me permití la licencia de hacer cambios y el resto consistió en hacer jugar la imaginación. Su dificultad consistió más en el engranaje. Estas dos son las publicadas. Como la primera me hizo sufrir mucho, con la tercera me tomé el desquite, inventándome todo de cabo a rabo, con humor, con drama-denuncia, con todo lo que conlleva un novela de amor, intriga y misterio. La cuarta, sin embargo, requirió una gran documentación, ya que se entremezclan Historia y fantasía de tal modo, que a veces puede hacer dudar donde comienza la una y termina la otra.
    ¡Quizás sí estemos todos locos!
    Angalu.
    Es un placer pasear por este espacio y os invito a pasear por el mío:
    www.acueductoazul.blogspot.com

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    1. Gracias por dedicarle tanto rato y talento a esta entrada. Gracias por tus aportaciones. Me he unido a tu blog y no estoy seguro de si lo estaba ya o no..., ni sé si se puede estar dos veces... Disculpa mis despistes y mis ignorancias. Insisto gracias por tus palabras. Con afecto,

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  2. el calzón ese es de los míos, cuídese!!!

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  3. Mucha suerte, don Antonio José.
    Todavía recuerdo esa escena donde echaban los caracoles a la sartén... ¡Magnífica! (y cruel).
    Un abrazo.

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    1. Ya te comento... Quiero llamarte y hacerte una propuesta. Un abrazo.

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  4. Sabes de escribir una novela: qué responsabilidad, porque puedes ayudar a muchas personas singulares, en su unicidad y manera de ser. La gente somos muy sensibles, como el escritor también. Lo noto en donde escribo, en mi blog y en los que lo leen y reaccionan de una manera u otra. Un abrazo, Antonio.

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    1. Sí, Fernando, sí: escribir es una realidad trascendente que comporta una especial responsabilidad. Mi finalidad no es didáctica ni moralizante, pero no es amoral -ni por supuesto inmoral-: toda acción verdaderamente humana es moral o es inhumana. Vamos a ver qué pasa con este DIOS NO COME CARACOLES. Espero, por lo menos, divertir…

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