23 de agosto de 2016

Fernández Flores, Wenceslao: UNA ISLA EN EL MAR ROJO

   Ocupado en otros lances, queda el blog a trasmano durante los meses de verano. No olvidado, pero sí en un puesto de orden posterior a otras realidades más importantes y urgentes. Dicho esto, comento el libro que hoy termino tras leerlo lentamente.
   He olvidado cómo se me cruzó esta obra a comienzos de julio, pero fue de forma fortuita. Sé que compré el ejemplar de la novela en un volumen de las obras completas de Fernández Flores, editadas primorosamente por Aguilar (luego me hice con otro volumen de esas mismas obras, de segunda mano, al hilo del primero).
   Una isla en el mar rojo es una novela terminada de escribir a comienzos del año 39, cuando aún no había terminado la guerra civil, en la que se ve atrapado Fernández Flores en Madrid. Sin lugar a dudas, desde el primer momento el lector percibe que la novela es autobiográfica y, si se consulta su biografía, se constata que así es a grandes rasgos.
   Quienes hayan leído algunas narraciones sobre las vivencias de quienes pasaron parte de la guerra asilados en legaciones extranjeras en Madrid, ya se pueden hacer una idea de la novela. Esta arranca en los primeros compases de la guerra en Madrid. La trama es simple: Ricardo, abogado joven, con novia prometedora, se ver arrastrado por la guerra a pedir asilo en la legación de Holanda y allí pasará un largo período de tiempo, hasta que ayudado por su amigo Rich puede salir de España por Valencia, camino de los Pirineos, donde cruzará a Francia ayudado por un grupo de personas -hubo muchísimos catalanes dedicados a ello- y de allí volverá, como muchos hacían, a la España fascista, nacional, franquista, azul… o como la quieran llamar.
   Las vicisitudes en la legación las puede imaginar cualquiera que haya sabido algo de la guerra: hambre, hacinamiento, frío, miedo continuo a que se dejara de respetar la bandera y la legislación internacional; las amistades fraternales y los odios irremediables de quienes conviven en situaciones muy precarias, atenazados por noticias de horror, asesinatos, bombardeos, etc.
   La novela, por lo que he sabido, insisto: de otros relatos personales y próximos a mí, es muy realista. Se encontrarán en ella muchos tópicos arrastrados durante años y nacidos al hilo de lo tan intensamente vivido. Al lector actual esta novela le recordará más, por su estructura, su modo narrativo, a los realistas del XIX que a los noventayochistas, Baroja, por ejemplo. Las descripciones se mezclan con fervorines y largos circunloquios, moralinas trasnochadas, si bien creo que el valor testimonial de la obra es innegable de lo que ocurrió en esa guerra donde solo hubo unos malos malísimos que deben ser olvidados, borrados de la memoria y recompensados sus enemigos que fueron siempre defensores de una democracia que no existía, de una paz que ellos quebraron, siempre subyugados por una Iglesia execrable, compuesta por unos seres merecedores de las peores atrocidades realizadas en ellos, así como quienes pensaban de modo distinto a esos grandes demócratas: marxistas, anarquistas, españoles y extranjeros (que vinieron a hacer el descaste de españoles, cuando aún no estaba abierta la veda del conejo, sin que nadie les diera parte en aquella matanza en la que ellos participaron sin licencia actualizada, con ese estilo elegante de quien va de caza a África).
   Desde el punto de vista estructural la novela está descompensada. El momento preparatorio de la guerra muestra una España precaria, pero aún inconsciente de lo que se le viene encima. Estamos a comienzos del verano, los primeros movimientos de tropas apenas tienen importancia, el golpe se considera algo que pasará con el calor y la llegada del otoño (pocos, no conozco a nadie que lo haya escrito así, que diga que la guerra iba a ser larga: todo el mundo pensó -he leído cartas de la época- que la guerra duraría lo que el estío: se acabaron los exámenes de julio, la gente se marchaba de vacaciones, habría un golpe, los militares restaurarían el orden y la legalidad que la República o no quería o no podía imponer… y a otra cosa)… Tres años con la ayuda de las potencias extranjeras que decían no saber nada ni querer nada ni meterse en nada (ya se sabe que de los malos solo puede venir el mal, pero de la incuria de los supuestos buenos… también viene el mismo mal). La novela se alarga con las vicisitudes en la Legación y luego, el final, digamos, se desarrolla muy rápidamente. Es curiosa la luminosidad que adquiere la obra cuando los personajes se trasladan de Madrid a Valencia… El paso de los Pirineos se aligera, así como la estancia en Biarritz, los amores del protagonista, etc.

   Novela entretenida, novela de época. 

5 comentarios:

  1. Gracias por compartir esa entrada conmigo. Lo que pasa es que no puedo leerla entera, porque el ordenador que puedo utilizar ahora no es muy bueno. Un abrazo, Antonio, y buen comienzo de curso.

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  2. Antonio, si mañana puedo estar con un ordenador mejor, lo leeré, ahora no me atrevo a forzar la vista.

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  3. Ahora sí he podido leer el artículo. Se ve que casi hubieras vivido los hechos. Ay, la Iglesia tiene pecadores aquí, sufrientes en el purgatorio y santos en el Cielo. Y personas camino de la santidad aquí en la tierra. Por la ayuda y gracia de Dios. ¿Me recomendarías leer la novela, o hay que tener estómago duro, como dice un amigo de mi padre? Escribo todo esto sin ánimo alguno de polémica. Un abrazo, Antonio.

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    1. Fernando, perdona que tan pasado en el tiempo te responda, pero... No hay que tener especial estómago y menos quienes hemos oído de primera mano las narraciones de una guerra incivil que aún colea entre una España que no perdona... Un abrazo.

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