14 de julio de 2016

Sánchez Gascón, Alonso: LOS HOMBRES NUNCA LLORAN

 

                                                                           A Paco Revueltas, poeta y guarda de caza.

                “Los hombres no lloran”, decía por defecto el practicante en urgencias mientras me cosía en vivo y en directo la brecha en cualquier parte de mi cuerpo… “Esto no es na”, añadía nada persuasivo y por todo consuelo. Y siempre pesé que efectivamente no lo era… ¡porque la carne que cosía era la mía, coño!
                Conocí al autor de Los hombres nunca lloran en unas sesiones sobre legislación vial y los cambios habidos entonces al respecto, con las posibles incidencias de las piezas cinegética en los accidentes de carretera. Aquello tuvo lugar en Andújar. La obra que ahora comento me lo recuerda, y no es una perogrullada: franca, ocurrente, llana, cercana, clara, sin doblez ni engaño. Lo que se ve es lo que hay. Si en su exposición nos reímos, en la obra hay momentos en los que me he cascado las muelas de risa: el último capítulo, nada impío, es memorable.
No era aquel foro sobre caza y circulación lugar de comentarios sobre obras literarias, pero sí recuerdo que dijo -olvidé al hilo de qué- que pensó en la posibilidad de ganar dinero con sus libros sobre la caza. Ignoraba que, en España, cazadores y no cazadores, no son lectores. El perfil del cazador lector es exactamente que el del lector cazador. La inmensa mayoría de quienes cazan se dedican a ella durante unos meses y no leen ni a tiros, exactamente igual que la mayoría de los españoles que no patean el campo. Tales para cuales.
Es Los hombres nunca lloran es una obra rememorativa y autobiográfica. El autor de la contraportada insiste en nombrarla novela y añadir un adjetivo que la termine de encuadrar; me atrevo a decir que novela no es ¡por mucho que Cela estire el concepto! Se trata de un conjunto de veinte capítulos titulados con gracia y artimaña para hacer entrar en plaza a la curiosidad del lector. Este libro me recuerda otro que leí hace muchos años, Un mundo que se va de Víctor Márquez Reviriego… (le comenté un día a Delibes de ese libro y, mirándome con cierta cachaza castellana, me dijo: “¿Qué se va a o que se ha ido?”). Efectivamente Sánchez Gascón nos habla de un mundo absolutamente muerto y periclitado en la mayoría de sus extremos, afirmo y añado: gracias a Dios y a los hombres. Un mundo de una rusticidad animal que da grima y amarga: hay pasajes de un salvajismo truculento. El tiempo se aceleró de un modo vertiginoso de entonces a esta parte y todo eso desapareció, aún mi generación, la de los sesenta, está más cerca de todo lo que ahí se narra, más cerca de las vivencias de sus abuelos que las de sus hijos… Niños sin zapatos ni escuela, sin más horizonte en sus días y en sus vidas que un terruño agreste de vivencias tejidas con animales, plantas, heladas y calores extremos… Sí, el niño Alonso Sánchez quizá fuera feliz como lo era el Nini delibiano de Las ratas, pero ya ese mundo murió… Sí, “Cualquiera tiempo pasado/fue mejor”, pero ese mejor lo pone la añoranza, la memoria selectiva… y el tiempo.
El libro, para quienes gusten del campo, de oír viejas historias al calor de la lumbre, quienes gozan con los animales -sin ser “animalistas”-, quienes son capaces de beber a gollete y comer con la navaja tajás de lo que sea sobre un cacho de pan… ¡y les guste leer! pasarán un ratico inolvidable con este libro. A mí me ha recordado muchas historias de mi padre y de mi infancia, ciertamente desde ángulos distintos, pero donde también había lobas, zapeos de conejos, guardas, mojinos, recargas de cartuchos…, perros y animales, jaras y lentiscos… Un mundo que he conocido de primera mano.
Mas no todo en la obra es miel sobre hojuelas, y también es opinión. Me parece desacertado abrir la remembranza con la primera historia elegida por quien sea. Son innumerables las narraciones de todo tipo en las que sus autores, más o menos explícita o tácitamente, de un modo más o menos biográfico, recatado o grosero, recuerdan cómo dejaron colgada su virginidad en tal o cual lance. Aburrido por reiterativo, por lo escasamente original y por la confusión que genera con respecto a la obra en su conjunto, bien pudo quedar ese capítulo para más andado y sentado el camino y contextualizado el contenido. Se ve que al narrador le conturbó en su adolescencia y piensa que, de un modo u otro, había que contarlo…
Las eruditas notas al pie de página, en contraste con el texto, sobran sin paliativos, si bien autor y editor hicieron bien en incluirlas porque suyo es el perro. No añaden nada al gracejo y contenido del texto. El glosario final, sin embargo, me parece tan interesante como alucinado: suele ser carencia de lego afanoso. En este caso el escritor-abogado-cazador metido a filólogo… comete muchas marrillas, ¿cómo no consultó y citó el Vocabulario andaluz de su casi paisano Alcalá Venceslada…? Para mí, defectos menores, pero fácilmente salvables…

Son curiosas también determinadas palabras que conozco como él, de haberlas oído y nunca leído, que él usa con desenvoltura en texto, sin cursiva y dándoles plena validez académica, cuando no la tenían en absoluto ni estaban recogidas por el diccionario de la RAE y así gualtropear (también se usa ‘gualtrapear’): recogida en el Vocabulario citado y hoy ya admitida por la RAE, pero como guadrapear. Sobran las reiteradas tildes a ‘dio’ y algunas expresiones incorrectas, alguna palabra suelta incorrectamente escrita que no errata…, pero que no alcanzan al desdoro de la obra, por la que felicito al autor.

1 comentario:

  1. Te escribo con un ordenador muy malo. Pero ahí vamos. Solo me he fijado... Por cierto este "solo" llevaría tilde, para no confundirlo con el de soledad. De los libros que has publicado sólo he leído el de educar para el trabajo, hace bastantes años. Y es un libro muy de agradecer, para los que nos dedicamos a la enseñanza y a la educación. Y para cualquiera. Sobre ese tipo de libros comento yo algo en la entrada 2950 de mi blog. Muchas gracias otra vez, Antonio, y un abrazo fuerte.

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