Publico esta entrada tras
comentar la biografía de Boswell sobre La
vida del doctor Samuel Johnson, lo que sitúa o puede situar al lector que
sigue este blog, en la estela de este autor de obra y vida tan singulares…
Por lo que pude aprender en la
biografía arriba citada, Johnson es tan desconocido como genial. Animo de nuevo
a leer la obra de Boswell. En 1765 edita Samuel Johnson las obras de Shakespeare. El prefacio que
ahora comento abre la edición en ocho volúmenes de las obras del dramaturgo. Es
curioso porque lo he leído aquí o allá sobre la obra de Shakespeare, en unos
libros y otros, en críticas… ahora descubro que manan en gran medida, muchas de
las apreciaciones, de lo escrito en este prefacio. No me cabe duda de que el
crítico excelente que fue Johnson marcó los hitos que delimitan muchos de los
caminos recorridos por la crítica posterior sobre la obra de Shakespeare.
Me llama poderosamente la atención el estilo
sentencioso con que Johnson escribe y la puntería que muestra al hacer el análisis
de aspectos, realidades, sucesos… comunes a los humanos que con pocas palabras delimita
perfectamente; señala y caracteriza, de manera inequívoca, sensaciones,
experiencias, pensamientos que todos hemos tenido, padecido, vivido, oído y que
él, el doctor Johnson, como si fuera un entomólogo existencial, dejara clavados
con la aguja sobre un cartón, diáfanos, expuestos a la evidencia de la mirada o
el pensamiento de quien los lee y medita… Excelente y brillante: ¡admirable!
De igual modo, es magnífico el repaso, en todos los
sentidos, que da a quienes lo precedieron en la crítica del genial dramaturgo
inglés y señala en unos y otros aciertos y errores, las opiniones que tiene
sobre lo expuesto por unos y otros; lo que asume o no de ellos; lo que
considera aciertos magistrales o errores garrafales. Sin duda quienes deseen
hacer un comentario sobre las obras de alguien pueden hallar en este prefacio
una guía general pertinente que les puede ayudar en su trabajo.
Puede parecer absurdo, pero es frecuente que ante el
escritor, sea del género que sea, no caigamos en la cuenta de que solo es eso:
un escritor. No desea ser otra cosa. Shakespeare, como bien señala Johnson, es
un dramaturgo, un hombre del teatro, autor y actor… ¿acaso no es suficiente?
Shakespeare no es un severo y circunspecto profesor de universidad, ni un
erudito, ni un estudioso… ¡Es un hombre del teatro que aspira a representar en
la escena de su época cuanto él piensa que tiene interés y le puede reportar
interés a él! Conoce la escena, los actores, los medios; conoce no solo al
público… ¡sino a las personas y sus pasiones y sus reacciones, a usted y a mí!
Es por ello que a Shakespeare no le frena la mescolanza de géneros, de ideas,
de iniciativas… él no es un preceptista y mira no sin cierta ironía de soslayo
a críticos anteriores y contemporáneos suyos. Se inspira en obras conocidas, en
traducciones que llegan a sus manos, griegas o latinas (¿qué disputa y qué
interés es ese que se detiene ante el genio de si hablaba o escribía o no
latín?), viejas historias del país… todo sirve a este genio para atraerse al
público, que es lo que le interesa. Da igual su nivel de cultura, su formación…
lo que sí podemos aseverar es que era inteligente y todo es capaz de
transformarlo, hacerlo suyo, y servirlo a un público que estalla en felicidad
cuando se levanta el telón.
Mucho de cuanto Johnson escribe de Shakespeare me
remitía directamente a otro genio -que no es nuestro, como Shakespeare no lo es
de unos isleños europeos-… Miguel de Cervantes. Este decía leer todo cuanto
caía en sus manos y aun los papeles que hallaba por la calle. Otro tanto le
pasa a Shakespeare…, más Johnson lo señala como más lector “callejero” que de libros… No lo fue poco Cervantes. “Ni la
perspicacia ni el discernimiento, de los que proviene casi todo mérito
connatural, se aprenden en libros o preceptos. La mirada de Shakespeare sobre
el ser humano fue, a buen seguro, aguda, inquisitiva y curiosa en su más alto
grado”. (p. 55)
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