Las cartas de Salinas, al comienzo, me
resultan muy parejas a las que escriben los adolescentes en su contenido, que
no, ¡¡obvio!!, en su forma. El mismo Salinas confiesa que son cartas casi de
niño: chiquilladas (en inglés y español manifiesta). Sin duda alguna el poeta,
como confiesa, que se ha enamorado de ella, se ha encaprichado con ella
–en mi pueblo lo dirían de modo más vulgar, pero no menos acertado y poético
por metafórico- y todo se convierte en imaginería, hipérboles, símiles,
comparaciones, metáforas… que quieren conducir a explicarle a ella quién es él
y cómo la ve él a ella, como es su supuesto amor (ya en sus cartas a su esposa
Margarita, durante el noviazgo, las cartas tienen ese mismo carácter de
autoconocimiento y viaje madurativo por contraste con ella, con las opiniones
de ella a lo que él escribe; otro tanto ocurre con Katherine Whitmore).
El
enamoramiento dura mucho tiempo antes de dejar paso a un amor equilibrado.
Digamos que el tormento y el arrebato que el poeta siente es… excesivo en su
continuidad, en el tiempo, en el contenido, por su supuesta madurez y edad:
llega a escribirle más de una carta a ella en un día… Esto es propio de un
adolescente, pero recuerdo al lector que el poeta tenía ya por estas fechas más
de cuarenta años, un matrimonio y dos hijos, amén de otras muchas experiencias
mundanas y lógicas.
Son
continuas las dicotomías que el poeta hace. Compara de continuo. Buscar la
verdad tiene algo de comparación, pero en su caso es una búsqueda de lo exacto
que se acomode a lo inefable pretendido. En muchos casos percibo esa falta de
unidad de vida que le lleva a vivir como si nada estuviera ocurriendo en su
existencia más allá de las cartas que recibe de Katherine o que le escribe a
esta. Esta nueva realidad de su relación es verdadera vida, libertad, frescura,
futuro, belleza, bien… frente la vida en esclavitud que son: sus compromisos
profesionales, sus clases, sus publicaciones, sus quehaceres, su matrimonio…
“Vivo la doble vida” (p 63; 30 de agosto del 32), escribe recién inaugurada esa “nueva
vida”.
La
amada alcanza desde el principio, desde el primer instante, el grado de diosa,
de ser suprarreal, irreal, idealizado… hasta el punto que el mismo Leo Spizter,
al comentar los poemas nacidos al calor (o al calentón) de esta relación,
vendrá a decir que la amada de los versos de Salinas no es un ser, una mujer de
carne y hueso, que es solo un ideal del poeta, pero sí qué lo es… ¡vaya si lo
es! (la misma Katherine lo comenta en el final de la publicación de esta obra
donde se incluyen unas páginas escritas por la destinataria para dar
explicación-justificación a su realidad con Salinas).
Decía
Ortega que el enamoramiento es la distracción de la atención. La atención de
Salinas, conocida su amante, tiene un solo norte, un solo polo. Él, apenas
transcurridos unos meses, está dispuesto a abandonarlo todo por ella. Está
dispuesto a dejar su matrimonio, a abandonar a sus hijos por su nuevo amor.
Solo le contiene la negativa de ella que, como ya he escrito, no desea casarse
para “no perder su libertad”. No siempre por las contestaciones puede el lector
de este epistolario deducir de manera inequívoca qué le dice ella y menos aún
captar matices que serían de sumo interés para comprender la relación
cabalmente.
El
poeta mantiene, obvio, el amor en secreto. Casi nadie lo sabe, pero, sin
embargo, parece necesitar, como así escribe (p. 101) un tercero, un público, escribe en cursiva. Ese tercero que es un público no es sino la composición de sus libros: La voz a ti debida, Razón de amor… que se constituyen en una realidad ajena al poeta y a
la amada y que, al darse al lector, este participa y asiste al proceso amoroso
entre el poeta y la hispanista americana.
Como
no podría ser de otro modo, el poeta repite imágenes que emplea. La sensación
de libertad que le produce la actitud de Katherine es comparada al pelo suelto;
el español dubitativo de la americana es un “español ruborizado”; si todos los
caminos conducen a Roma, en el caso del poeta solo conducen a “su Katherine”,
etc.
Termino
de leer este epistolario… que no me ha sentado nada bien y que leo junto a Largo lamento, del que me quedan unas
páginas y, a la vez, doy comienzo a una biografía de Salinas, de la que hablaré
aquí, espero, dentro de no mucho…
Katherine
Whitmore desde el principio le comentó al poeta que esta relación era “un error
sin cálculo”, jugando, entiendo, con la expresión “error de cálculo”. También
lo ha sido por mi parte la lectura de esta obra: a uno, a veces, ¡tantas veces!,
le gustaría haber sido el niño feliz por ignorancia. A lo peor Gidé tenía razón: con
los buenos sentimientos solo se hace mala literatura.
Estas entradas de Salinas me han encantado...
ResponderEliminar¡Eres un poeta! Gracias. Un abrazo.
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