A Fernando Díez.
Hace
unas semanas me comentaba Fernando Díez en alguna de las páginas de por aquí, creo que al hilo de comentario que hice
de Walt Whitman, que él no era lector de poesía… Le dije que le comentaría lo
que opino sobre esto, lo que he pensado sobre esto…
No
me voy a remontar en la historia a lo que significó la figura del poeta, y su
creación, frente al dramaturgo o el novelista y las suyas. Esto nos llevaría
demasiado lejos, quizá sea interesante, pero excede los intereses de este blog
y, seguro, mis conocimientos. Me voy a quedar más acá. No son pocos quienes
opinan que la lectura de la poesía era un acto corriente, una actividad normal
en las casas españolas hasta nuestra guerra civil. No lo sé. El corte y decadencia
de esta actividad lo achacan a la poesía intelectualizada del 27, esa poesía
que llamaron de vanguardia, pura, etc. La radio se popularizó y todo ello vino
a dar al traste con la lectura de la poesía. Me parece una explicación
simplista e ignoro qué ocurre en otros países más lectores que España, por
ejemplo Francia.
Ignoro,
insisto, hasta qué punto esto es cierto. Lo que sé es que el poeta siempre ha
sido escritor de beneficios breves si no nulos. Son innumerables los poetas
–incluidos algunos de la citada generación- que hacían tiradas de sus libros de
unos pocos cientos de ejemplares. No han sido menos quienes han tenido la
delicadeza de editar sus libros con el nombre impreso del amigo a quien se lo
iban a dedicar, es decir: me temo que nunca fueron muchos quienes leyeron
poesía y menos aún quienes compraron libros de poesía.
Si
partimos de la base de que no somos muchos quienes de continuo leemos, que
además no siempre leemos lo recién publicado, que quienes leen lo recién
publicado se dedican más a los llamados best
seller… nos podemos hacer una idea del número de lectores de poesía.
Hagamos una prueba. Salvo que usted sea rara
avis, lector de poesía, mire en su biblioteca y comprobará que la inmensa
mayoría de ella la componen ensayos de variado pelaje, novelas y por último
teatro y poesía y, entre estos últimos, la inmensa mayoría son de autores
clásicos: poco teatro actual (piense en el nombre de tres autores teatrales
jóvenes y actuales) y escasa poesía (realice el mismo ejercicio). ¿Qué me dice?
En
los centros académicos apenas se piden a los alumnos libros de poesía para la
lectura ordinaria en el aula (en Andalucía, además, por ejemplo, está prohibido
pedirlos: los niños no tienen por qué comprar libros en la escuela o el
instituto, estos deben facilitárselos… ¡no se caiga de culo ni se asombre!: es
ley). Se piden normalmente novelitas de poco fuste y del gusto de los niños (se
procura que tengan cierta calidad literaria, aunque no es esta la condición
principal) y alguna que otra obra de teatro porque de este modo, al repartir
los personajes, se hace un teatro leído donde participan más alumnos y se recoge
y mantiene mejor la atención de la clase. ¿Poesía? Casi por norma, solo la que
se “recomienda” en segundo de bachillerato: Machado, Juan Ramón, los primos
andaluces del 27… ¡y pare usted de contar!
Hace
muchos años me llegó a decir un alumno de primaria que la poesía era cosa de
“mariquitas”. Ignoro de dónde sacó tan peregrina idea y de dónde partió dicha
asociación. He comprobado desde hace muchos años, y así lo hago, sin embargo,
que si se lee poesía en clase, son muchos los alumnos que gustan de ella y más
aún si el poema se trabaja y comenta con detalle. El alumno así penetra mejor
en el sentido de lo leído y, al partir de ahí, aún gusta más de los poemas que
se siguen recitando.
En
las aulas la cenicienta –por mucho que se diga y se escriba y con los medios
que ahora hay para impartirla- es la expresión oral: esta destreza no se
trabaja. Los alumnos hablan en clase… entre ellos, pero no recitan, no exponen
ante sus compañeros, debaten –como españoles: a grito pelado, hablando varios a
la vez y con el yo por delante-, no
se les enseña la retórica propia de quienes deben hablar en público. Y debiera
hacerse, pero este es otro cantar. No estaría de más introducir la recitación
en el aula (he escrito en el aula, no en las programaciones fascinantes de la
materia), la memorización de poemas, la lectura de autores (las antologías,
opino, dispersan la atención y descentran al alumno; leer un libro continuado
de un autor les ayuda a comprender los temas que este trata en su obra, sea
esta más o menos unitaria, y a penetrar en la belleza que se expresa, en el
contenido, en las imágenes, etc.).
Si
la lectura no tiene gustosa continuidad, o principio, en casa… ya está hecho el pan como unas
tortas.
Es
normal, Fernando, por todo esto, y mucho más, que sean escasos los lectores
habituales de poesía. Servidor la lee, pero reconozco que leo más ensayo,
digamos, que poesía. Todo es cuestión de empezar.
Baroja anciano... con la amable tarea. |
«No estaría de más introducir el recitado»... efectivamente... en la medida de mis posibilidades, y tal como dices, fuera de las programaciones, ahí estoy... llevo tres años haciendo un recital de poesía... pienso que, más allá de todo lo que ello texto pueda decir, hay un aspecto rítmico, musical, que es el que le aporta a la poesía cierta hechura como obra de arte. La poesía, en este sentido, no está escrita para ser entendida, sino para ser oída.
ResponderEliminarPienso, que el gran problema de la poesía en la actualidad es un problema heredado de nuestro romanticismo (occidental, me refiero) y consiste en tratar de decir muchas cosas, humanas y no tan humanas. En realidad, el decir en poesía no es el fin, sino que es parte de juego...
Hoy estamos muy alejados de ese libre juego, del manejo de unos materiales, de la memorización-asimilación de unos repertorios, por eso es decisivo empezar por el principio, el recitar... y de memoria...
Gracias por dedicarme este artículo, comentando sobre la poesía. Yo también he oído a alguno que atribuye escribir poesía a casi ser de la otra acera. Quizá el que dijo eso no lee poesía. En un curso de doctorandos en filología inglesa me tocó comentar en público, no sé si en castellano o en inglés, un poema de un autor australiano, y era algo interesante, y de lo que se puede sacar bastante enjundia interesante.
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