7 de julio de 2015

Ni todos conjurados ni todos necios



        



               Esta entrada era un artículo que se iba a publicar presumiblemente en EL MUNDO, pero no me consta que así fuera. Ese periódico bien podría defender una línea de debate que reorientara la investigación hacia la verdad y el acuerdo en estos temas. Con esa intención se escribió este artículo, que hoy es entrada en mi blog.


               Estimada doña Encarna[1]:



               El día 26 de junio leí en este mismo periódico (http://www.elmundo.es/espana/2015/05/26/556370bde2704e54128b4586.html) su artículo titulado La conjura de los necios. Hasta el día de hoy no tuve noticias de usted ni de la Asociación que, a juicio de sus miembros, supongo, tan dignamente dirigirá como viene haciéndolo desde el año 2004.

               Querría contestarle en nombre de tantos y tantos educadores, formadores, enseñantes, etc. que se dejan la piel a diario sirviendo a los demás y que usted ha metido en una conjura y a quienes llama necios, pero no lo voy a hacer: le contesto en mi propio nombre, como educador no conjurado y creo poder demostrar que tampoco necio.

               Sin duda la hipérbole es una figura retórica que, dado el caso, por su trascendencia, por el contexto en que la usa… la hace innecesariamente vil y cruel, muy lejos de una demagogia de suyo deleznable. Lo siento: ninguna alarma ha sonado en ningún colegio porque un niño se haya suicidado.

               Hace muchos años, el conocido psiquiatra Viktor E. Frankl, aseguraba que a no tardar muchos años, el suicidio ocuparía la primera causa de mortalidad entre la juventud, muy por delante del motivado por los vehículos a motor. Por desgracia, Frankl llegó a ver cumplida su profecía antes de morir. Los problemas que aterran a nuestros adolescentes y jóvenes –y a quienes no lo son tanto- en demasiadas ocasiones empujan al escape por mil agujeros, incluido el suicidio.

               No valoro el caso concreto que usted comenta en su artículo. Entiendo que no es una anécdota que haga categoría. La muerte nunca es una anécdota. Es por ello que su hipérbole y el enfoque de su escrito los entiendo desacertados. Doña Encarna: los demás no son el infierno, por mucho que Sartre lo dijera. Los profesores no estamos conjurados ni somos unos necios, no al menos todos… Somos muchísimos quienes estamos profundamente comprometidos en un afán formativo por llevar a nuestros alumnos hacia lo mejor en todos los ámbitos. Y en ello algunos llevamos más de tres décadas.               Los animales jóvenes tienden al juego… a veces cruel. El niño y el adolescente son animales que juegan a ello. Me parece terrible, pero somos así, salvo que se esmere la educación y el cuidado, que empieza en el hogar y es obligación y responsabilidad principal, básica y directa de los padres. Le aseguro –y usted lo sabe- que no siempre es fácil romper ciertos círculos. Cinco profesores “vigilamos” en un instituto a más de setecientas personas que en ningún momento están en un mismo espacio y, por tanto, es imposible tenerlas a la vista: aseos, aulas, patios, recodos, esquinas, vallas, jardines… No soy veterinario, ni psicólogo, ni mentalista, ni vigilante, ni guardia… Soy doctor en Literatura y quiero formar a mis alumnos y ayudarles a hallar la vida buena, pero insisto: no soy adivino, por más que miro no siempre sé qué pasa. Usted sabe que esos chicos, de quienes venimos hablando, callan: los agredidos, los agresores, los testigos… Todos mudos. ¿Acaso lo ignoran esos padres que, según usted, ven a sus hijos “emitiendo señales los fines de semana con vómitos, diarreas o dolores de cabeza, somatizando físicamente el mensaje de alerta ante esa situación, para evitar ir al colegio el lunes donde van a sufrir todo tipo de vejaciones, insultos y agresiones, sin que nadie vea nada”? Yo eso como profesor no lo veo. ¿No le parece acaso de adolescencia en flor echar la culpa y cargar de responsabilidades a los demás y evitar así las propias? ¿Qué ven, qué miran, qué observan esos papás que también callan o pasan o no miran? Son padres que dimitieron.

               Es cierto, doña Encarna, somos muchos los profesionales de la enseñanza que no estamos preparados para afrontar tantos y tantos contenidos, tantas y tantas cargas, con las que “la sociedad” responsabiliza y grava a la escuela. ¿Sabe usted de algo que no haya que enseñar, adiestrar, practicar, etc. en ella? ¡¡Todo debe ser aprendido allí!!: desde la circulación vial hasta la práctica del sexo seguro, las habilidades sociales, la defensa personal y el baile clásico, el álgebra, el dominio de lenguas y de virtudes… Ya no basta con aprender las cuatro reglas…, señora mía, y TODO DEBE SER ENSEÑADO Y APRENDIDO EN LA ESCUELA…, porque hay familias que no enseñan a sus retoños ni a dar las gracias, ni a decir buenos días o a pedir algo por favor… ¿cómo les van a enseñar a ser generosos, solidarios, sinceros, justos… si nadie da lo que no tiene?

               Perdóneme, doña Encarna, o usted hace mucho que dejó la tiza o no conoce cómo es un centro… Insiste en que un centro es una selva donde no hay vigilancia. Es falso, pero le repito: yo ni soy vigilante, ni aprobé una oposición de vigilante, ni tengo el don de la ubicuidad y un centro muy grande es imposible vigilarlo en todos esos lugares donde se puede producir acoso, como tampoco se puede vigilar a los niños, o a los ciudadanos, en la calle. El problema, señora, es prepolítico: antes de salir a la polis los niños deben ser educados. Es cuestión de formación, como la suciedad no es un problema del número de barrenderos, sino de educación: enseñar para que no se ensucie y tener la generosidad de pensar en los demás.

               Insisto: no entro en el caso concreto que usted comenta. No defiendo a unos enseñantes que no son ni mis colegas ni mis compañeros. Ignoro los extremos y siento pavor ante la muerte de una joven a quien se le empujó al suicidio con la inestimable y despreciable participación de todos los que la rodeaban, incluidos sus propios padres, que también, entiendo pueden y deben asumir su responsabilidad, porque con denunciar, a veces, tampoco basta. Como quizá también pueda parecer frívolo escribir, perdone que así lo escriba, un artículo como el que usted publicó.






[1] Encarna García es la presidenta de la Asociación contra el Acoso Escolar.

2 comentarios:

  1. Hola Antonio…

    Es difícil no estar de acuerdo con tus palabras, en todo lo que dices de los profesores, maestros. Esto ya lo hemos hablado. Pero en el momento en el que dices que el problema es prepolítico, creo que patinas. En mi opinión, la educación de un niño, la crianza de un bebé, son asuntos políticos. No hay ni prepolítica (para los jóvenes), ni postpolítica (para los viejos), hay política, y la casa está llena de política, y la escuela, y la calle, todos los lugares en los que dos personas se encuentran y desarrollan un tipo, el que sea, de convivencia.

    El hecho de otorgar el estatuto de prepolítico a ciertos aspectos de la educación abre el espacio al intervencionismo de lo político, o sea, el del Estado (o de cualquier otro organismo o institución que se dedique a esos menesteres, ya sea la familia, el primo de Zumosol…), y de la misma manera que unos sujetos políticos (los padres o tutores legales) tienen la obligación de intervenir en unos sujetos prepolíticos, también nace el derecho de echarle la culpa al Otro, al cuerpo de profesores, los padres, el barrendero, el médico, el político, el “coletas”, que también intervienen, en uno u otro sentido, en ese mismo sujeto.

    Antes, las fronteras, como las de las naciones, estaban más o menos claras. Pero hoy en día, con la globalización, etc., la cosa no es tan fácil. Y lo mismo que una economía globalizada produce sus desajustes con respecto al ordenamiento político clásico de los Estados-nación (véase Grecia), sucede lo mismo con las familias. Hoy, por lo que sea (y no estamos para opinar si es malo o bueno), a las familias les sucede lo mismo. En este sentido, la postura de esa tal Encarna, siempre atendiendo a lo que has escrito, ya que no he leído su texto, parte del mismo presupuesto que tú, que la educación es un tema prepolítico, pero asumiendo que el encargado del cuidado de ciertos aspectos prepolíticos no es la familia, tal como tú creo que entiendes, sino el Estado.

    Un abrazo.

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  2. Gracias por el comentario. Caray, no sabía que había cometido un anacoluto en ese artículo. Me hace gracia. Intentaré no cometer más anacolutos, y se los dejaré a Cervantes o a Santa Teresa de Jesús, con su recio castellano. Un abrazo.

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