Querido
charlie:
Quienes
hayan padecido una enfermedad larga, que haya supuesto un paréntesis forzoso en
su vivir cotidiano, pueden hacerse una idea de lo supondrá su futura muerte y
desaparición de la faz de la tierra. Inexcusable la asistencia a esa cita.
Es
curioso el proceso y lo puedo explicar con detalle porque ya he padecido algo
así en dos oportunidades. Hace años en un verano y ahora en plena actividad
laboral invernal.
Los
primeros días, tanto en aquella fecha infausta como ahora, las personas que se
ocupan del enfermo son muchas. La solicitud por la recuperación, por hacer más
llevadera la impaciencia por la curación, las atenciones se multiplican…: llega
un momento, se diría, que abruman. El interés, generalmente sincero, de
familiares, amigos, compañeros, colegas… es continuo, diario. Ahora, con la
cantidad de cauces para comunicarnos, es un no parar de llamadas al teléfono
móvil, al teléfono fijo, whatsapps,
correos electrónicos, mensajes… (en aquel entonces veraniego aún no existían ni
móviles ni Internet estaba al alcance de todos).
Llega
un momento en que el enfermo casi añora una cierta serenidad. Se multiplican
las explicaciones de lo sucedido, de lo que se espera, de lo dicho por los
médicos o el médico, de lo que opinaron unos y otros, detalles sustanciales o
accidentales. El suceso de “aquel día” se disecciona hasta el segundo: la
caída, la rotura, la operación, el dolor, el desconcierto, las dudas, los
diagnósticos… El enfermo, a lo largo de los días, olvida a quién dio tal o cual
explicación y con qué detalle. Todos parecen tener un interés inagotable y la
curiosidad se multiplica. Las señoras que, casi por norma, llevan un pequeño
Marañón dentro –más aún si son madres experimentadas- apuntan posibles diagnósticos,
hacen conjeturas mil, apuntan posibilidades de toda índole. Las recomendaciones
y recetas médicas caseras abundan.
Las
visitas a casa menudean: se llevan pasteles, bombones, pastas… que le vienen
fatal al enfermo que va viendo cómo en su inmovilidad va ganando peso e
incapacidad. El enfermo no sabe qué hacer con pasteles, bombones y pastas y
termina por comérselos. Las visitas son el primero de los medios de
comunicación que languidece y desaparece. Ya en algunas llamadas -quienes creen
que debieran ir por casa del amigo- se justifican con mil causas de irrefutable
peso. Además no siempre el enfermo está en condiciones de recibir a todos: se
cansa, está harto de repetir lo mismo, de dar el parte casi diario de una
enfermedad que apenas evoluciona, sino que todos tienen la sensación de que se
estanca, que no mejora. Los médicos piden una paciencia que el enfermo sobradamente
está demostrando.
Los
días pasan y el enfermo, además de ir perdiendo la paciencia, va siendo poco a
poco olvidado: los colegas y los compañeros ya no llaman o escriben, se
interesan más esporádicamente, y se van reduciendo en número hasta no ser más
de tres o cuatro quienes permanecen fieles a la causa. Los meros conocidos, en
realidad, apenas supieron del suceso por otros y, si se puede salir a la calle
y el enfermo se los encuentra, explican –casi se excusan- de no haber sabido
nada, de no haber tenido noticia de que el enfermo “lleva semanas encerrado en
casa con dolores, sufrimiento, molestias…”. “¡Pues cuánto lo siento!: no lo
sabía. El caso es que no te veía últimamente y me preguntaba dónde estarías… No
sé: no me imaginé…”. Lugares comunes, excusas que en realidad no son petición
de comprensión y perdón, que son innecesarias, sino de justificación propia: el
conocido, en realidad, dice lo que debe decir, que para eso somos moralmente
kantianos, y todo vuelve a su estado natural de equilibrio: aquí no ha pasado
nada. Los amigos siguen fieles a las llamadas, los correos… y se van
preocupando, si la enfermedad se alarga y el doliente empieza a perder el
ánimo. La familia se va cansando de la atención continuada que requiere el
enfermo que no solo no es ayuda para la casa, sino que, además, se ha
convertido en una carga y un quehacer más en ella: no aporta alegría, no aporta
conversaciones novedosas, no ayuda, ensucia y no limpia… Los nervios se van
perdiendo.
El
enfermo va bajando la peligrosa cuesta del desánimo. Se da cuenta de que de no
cuenta, que se va haciendo un ser incorpóreo: la falta de trato con los demás
(el hombre es ser necesariamente social) lo invisibiliza. Va dándose cuenta de
qué pasaría aproximadamente si estuviera muerto más que enfermo. Pocos lo
recordarían. En el trabajo hubo un sustituto o no, pero su puesto fue ocupado o
permanece vacío: nadie es imprescindible, el cementerio está lleno de estos. Los
jefes, esos gerentes, con pericia, han sorteado el problema: a trabajador
muerto, otro puesto, el quehacer se ha repartido entre tres ¡y todo sigue
funcionando con normalidad! No ha pasado nada. Todo sigue. Todo funciona.
El
enfermo enclaustrado, pasado el mes de convalecencia, ya es un muerto viviente.
Tiene toda la información que necesita para saber qué ocurrirá en el mes
posterior a su muerte. Puede hacer la lista de quienes se acordarán o no de él,
de la importancia o trascendencia que tendrá su importantísima vida ¡para él! y
que para la inmensa mayoría es sencillamente una vida más que ya pasó. El
recuerdo esporádico, al hilo de tal o cual cosa –la memoria es relación- de
aquel amigo, aquel compañero, aquel colega o aquel conocido… que ya se fue, qué hizo o que…, pero que
murió. Relee textos de las Coplas de
Manrique y recuerda Hojas de hierba
de Whitman, esos salmos donde el otoño esas mismas hojas seca, y obliga a caer…
y son los hombres que mueren. R.I.P.
Tucho Castelo.
tucho, leyendo me han dado ganas de llorar, pero ya basta de lágrimas....no diré nada para que no me encasilles..
ResponderEliminarPerdona, Antonio, ¿es tu caso todo esto?
ResponderEliminarSi publicas un comentario, me lo puedes mandar a fd.tesol@gmail.com; el caso es avisarme.
Estaré sin Internet desde el Lunes Santo hasta el Domingo de Resurrección.
Un fuerte abrazo, Antonio.
Muchas gracias, como siempre... Un abrazo. Te contesto abajo... a ti y a quienes como Sinretorno han tenido ganas de llorar... ¡Es tiempo de risas y de alegría! Nada de tristezas. Insisto en mi agradecimiento y en mi abrazo fuerte.
EliminarCuando Delibes publicó CINCO HORAS CON MARIO, contaba que a su mujer, Ángeles, le tomaron tirria muchas personas porque la identificaron con Menchu… ¡y a él con Mario! Ni lo uno ni lo otro.
ResponderEliminarNo es la primera vez que al hablar de mis obras me atribuyen lo que el personaje hace, padece, opina o piensa en una traslocación directa entre autor y personaje: falso.
Es verdad que he estado enfermo. Es verdad lo que digo en esta entrada, pero no hay que ser dramático. Pensar en la muerte es un sano ejercicio que da perspectiva y sentido a la vida: lo han dicho los filósofos y es propio de la ascética pagana y cristiana el pensar en ella. La vida como camino de experiencia y lucha –en sentido amplio, general- que conduce a la Vida para el creyente… y a la vida buena, la eudaimonia aristotélica… ¿No estamos en tiempo de Cuaresma…? No se alarmen. Muchas gracias. Tengamos la fiesta en paz.