Como
católico la santidad, no puede ser de otro modo, me resulta tan atractiva como
la realidad misma en que cobra sentido mi existencia. Su atracción me lleva a
leer, conocer y admirar –e intentar imitar en la medida de mis posibilidades y
correspondencia a la gracia- las vidas y las obras de los santos que han sido
proclamados por la Iglesia, pues como modelos y ejemplos son así declarados.
Este es el caso de Teresa de Ávila, santa Teresa, Doctora de la Iglesia.
Bajo
mi modesto punto de vista, esta Santa encarna todo un inconfundible espíritu
español que se reconoce en otros muchos compatriotas y coetáneos suyos:
personas de graveza, que se decía en
la diplomacia de la época; y “con sangre en el ojo”…, es decir, a quienes poco
o nada arredraba. Innumerables han sido quienes se han preguntado qué tenían
los españoles de esa centuria.
Los
dos párrafos anteriores no tratan de un enaltecimiento inane y necio, sino de
la admiración que promueve actitudes, porque las palabras convencen, pero los
ejemplos… arrastran y este, sin duda, es el caso de santa Teresa.
Celebrar
el Centenario de la santa de Ávila, dado el caso, comporta, entiendo, como
mínimo una doble realidad inmediata: su condición de santa e intrínsecamente a
ello su condición de singular autora de la literatura universal. ¿Se pueden
separar estas dos realidades, así como otras intrínsecas a la persona misma?
Sería un caso de estudio esquizofrénico y, en el mejor de los casos, parcial.
Me
llegan noticias de la celebración de este Centenario –al que se suma el de san
Juan de la Cruz y otro, menor, de Cervantes con motivo de la segunda parte de
su Quijote-. ¿A qué conduce o debiera conducir todo ello?
La
palabra ‘celebrar’, de origen latino, se introduce en el léxico castellano por
vía religiosa y venía a significar ‘frecuentar’, ‘asistir a una fiesta’. Entiendo,
por tanto, que celebrar un centenario de aquello que sea –y lo merezca, como es
el caso de los citados- debe comportar al menos el llegarse, digamos, y darse
un paseo por la obra y la vida de los festejados. En el caso de los centenarios
de obras y autores de la más diversa índole, de personas, se entiende que las
celebraciones aportarán luces nuevas que harán más brillar a los celebrados y
su luz nos ayuda y sirve a los demás.
Hoy,
cuando reina lo relativo, no hemos de asombrarnos que se exalte la figura de
cualquier fifiriche por realizar obras fútiles, tan ridículas como risibles, y
se ignore la calidad y el valor verdaderos de personas que han hecho aportes
singulares a la humanidad, que han supuesto una mejora notabilísima para quienes
las han querido aprovechar. Lo marqués no quita lo valiente.
Considero
que la celebración del Centenario de santa Teresa es una invitación para
acercarnos de nuevo a su persona y su obra. Como en todo cabe la absoluta
indiferencia sin que tenga que ser irrespetuosa. Entiendo que esa mujer que
nació en Ávila un 28
de marzo de 1515 es persona fiable para andar por el camino propio
de la vida buena, que a todos nos interesa –incluso a aquellos que no saben de él-…
y de santidad –la disyunción se me antoja indiscutible-. Su sentido común y su
salero (léase Camino de perfección o
su Vida); su alcance en la unión con
el Ser (El Castillo)… pueden ser de
interés para usted y también para mí. (Quizá este enlace y la carta que contiene nos sean de ayuda: http://www.conferenciaepiscopal.es/index.php/mensaje-francisco-v-centenario-santa-teresa.html).
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