Es José Alcántara, Pepe, el Mocho, hombre de fino saber y observación atenta de cuanto le
rodea. Su cátedra en Mundología la visita y ocupa a diario y desde ella hace
uso de sus saberes: aprende y enseña. Sus inquietudes culturales, como escritor
y como cantaor, vienen de antiguo y nacen y se nutren del pueblo para el que
escribe. En la obra de mi amigo Pepe, en esta como en las anteriores, lo que observo
es que él practica un sabio principio cervantino, que no es mala compaña: no hay nada universal que no tenga arraigo
en la tierra. Así don Quijote es un héroe muy limitado geográficamente,
pero así y todo es una de esas pocas aportaciones que cada pueblo puede hacer a
la literatura de todas las naciones. Mi amigo Miguel Delibes, otro terruñero,
decía: "considero que la universalidad
del escritor debe conseguirse a través de un localismo sutilmente visto y
estéticamente interpretado", y otro tanto, ya por rematar, de
otro don Miguel, el de Unamuno quien, singular siempre, decía que la historia
universal se explica desde Brianzuelo de la Sierra. Pues eso: Pepe, con su
escritura sutil, con su mirar inteligente, ahonda y abunda en cuanto con él se
cruza, sean realidades abstractas o seres concretos de la naturaleza: animales,
paisajes, personas, sus modos de convivir y relacionarse… Todo ello se analiza
en el tamiz de su experiencia un tanto, permítaseme, sanchopancesca: realista y
refranero, austero y socarrón, en todo caso sentencioso, senequista, con
un punto de ironía, y un tanto lioso. Todo es trascendido y puesto en una clave
donde se halla lo universal humano.
Sabía
de la creación de esta obra que hoy reseño porque durante su proceso creativo
alguna vez hablamos de ella. Alguna vez me contó de sus pesquisas. Alguna vez
me recitó, e incluso cantó, algunas de sus letras.
Me
admiran las múltiples facetas que dan pie a sus cantes, la variedad de estos y
el dominio que Pepe tiene de ellos, porque el libro, quizá debiera haberlo
escrito antes… es de letras flamencas. El título lo toma de un verso hernandiano
y el suyo, el verso de Pepe, brota de esas venas del sentir popular que no
siempre dan agua limpia y clara porque “las apoderadas del Arte Flamenco
siempre fueron doña Miseria y doña Calamidad”, escribe en la nota que abre esta
obra. Ese curso de versos dan vida, sin embargo, a finos arroyos de agua
cristalina donde se puede beber sin miedo, porque en los versos de Pepe no hay
trampa ni cartón, no hay más cera que la que arde… Ahí expuesta, a la luz, al vivo
sol que unas veces calienta más y otras…, pues eso: que si no hay vino, agua
fresca, pero se puede beber, insisto, sin miedo, del venero, de los venajes de
Pepe.
Sentencioso y sapiencial en sus maneras personales, no lo podía
ser menos en sus versos, donde lo hallamos rotundo, berroqueño, seguro. Entre
las violetillas y las flores silvestres de lo popular pueden hallarse, ¡cómo
no!, esos otros rasgos culturalistas del hombre atento a todos y a todo, así
nos cruzamos con don Francisco de Quevedo, el Lazarillo, Juan Ramón, Engels y
Marx… y la Biblia en verso.
Insiste
nuestro poeta en el amor no logrado o malogrado en su proceso, con la visión de
desencanto y desencuentro entre los amantes, con un final de ruptura y
sufrimiento. Se muestra escéptico y avecindado a cierto cinismo cuando nos
habla del bueno como tonto que siempre estará condenado, Sísifo eterno, a
soportar las piedras que los malos ponen una y otra vez en su camino, en su
cuesta arriba, en sus traiciones… Hay poca luz, diría alguien, en los poemas de
José Alcántara: no hay salidas, no hay puertas, insisto: no hay más cera que la
que arde y arde y mucho siempre para los mismos… ¿Dónde lo positivo de un mundo
que siendo bueno no hay quien pare en él? El poeta canta lo que le rodea y cómo
lo ve, pero no está entre sus quehaceres el dar salida y solución al mal…
La
política no podía dejar de estar presente en el atento escrutador de lo
cotidiano. Lee Pepe a diario los periódicos, unos días con más tiempo y otros
echándoles un vistacillo… La política se refleja como una realidad terrible
donde quedan siempre los problemas sociales de los más débiles en el alero, a
la intemperie siempre, en la cola, a la espera, pero Pepe no deja por ello de
denunciar lo evidente, pues, siéndolo, como aquel rey desnudo que mostraba sus
partes, nadie se atrevía a denunciarlo, pero no es el caso de los versos de José
Alcántara que no tiene inconveniente en decir a pie quieto que el rey está desnudo: que el
pobre es despreciado y arrinconado, humillado, ofendido, olvidado una y otra
vez por una política de grandes cifras y brillos, pero que no alcanza a ayudar
a los más indefensos. Es cierto que, a lo peor, podemos encontrar en sus versos
cierto maniqueísmo estereotipado en ciertos ámbitos: el rico es naturalmente
malo, como bueno el pobre, aunque como él mismo dice en su nota del comienzo,
por desgracia: “Los cerdos están muy repartíos”.
No
cabe duda de que sabe Pepe de los cantes y de las palabras. Cierto es que entre
los cardos y cambrones surge el verso delicado, el sentimiento sencillo y
cargado de ternura, del que pronto se recupera el poeta con una impertinente tos
sobrevenida que ayuda al disimulo, pues parece sentir cierta vergüenza ante
el derroche de ternura mostrada. El flamenco, servidor no entiende, me da, no se
estila ni estira en delicadezas, sino que tiende por natural a lo bronco y
agrio, a lo áspero y ácido, porque quizá la vida, demasiadas veces, más es esto
que aquello otro.
Como
no podía ser de otro modo, en el uso de las palabras hace gala el poeta de su
extenso conocimiento del habla andaluza y en particular de la torrecampeña (no
en vano es autor de un vocabulario, El habla torrecampeña). Usa con desparpajo la
grafía de las palabras según se pronuncian en su tierra y así hallamos la pérdida
de la interdental entre vocales: na,
por ‘nada’, to por ‘todo’, pué por ‘puede’, etc.;
como muchas otras expresiones andaluzas: todico, pa por ‘para’… Muchas de ellas
son también, entiendo, licencias del cante. Las palabras de uso común, insisto,
en andaluz y en torrecampeño, en la obra, son legión.
Es
la creación poética una actividad semiclandestina, propia de seres marginados y
marginales, y como tal recibo el libro de mi amigo José Alcántara que me lo da
como si me pasara un artículo a ciclostil contra Franco en los años 60.
Pepe,
muchas gracias por tu dedicación y por tu libro, que bienvenido es.
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