22 de enero de 2015

Alcántara Blanca, José: POR LOS VENAJES DEL PUEBLO



Es José Alcántara, Pepe, el Mocho, hombre de fino saber y observación atenta de cuanto le rodea. Su cátedra en Mundología la visita y ocupa a diario y desde ella hace uso de sus saberes: aprende y enseña. Sus inquietudes culturales, como escritor y como cantaor, vienen de antiguo y nacen y se nutren del pueblo para el que escribe. En la obra de mi amigo Pepe, en esta como en las anteriores, lo que observo es que él practica un sabio principio cervantino, que no es mala compaña: no hay nada universal que no tenga arraigo en la tierra. Así don Quijote es un héroe muy limitado geográficamente, pero así y todo es una de esas pocas aportaciones que cada pueblo puede hacer a la literatura de todas las naciones. Mi amigo Miguel Delibes, otro terruñero, decía: "considero que la universalidad del escritor debe conseguirse a través de un localismo sutilmente visto y estéticamente interpretado", y otro tanto, ya por rematar, de otro don Miguel, el de Unamuno quien, singular siempre, decía que la historia universal se explica desde Brianzuelo de la Sierra. Pues eso: Pepe, con su escritura sutil, con su mirar inteligente, ahonda y abunda en cuanto con él se cruza, sean realidades abstractas o seres concretos de la naturaleza: animales, paisajes, personas, sus modos de convivir y relacionarse… Todo ello se analiza en el tamiz de su experiencia un tanto, permítaseme, sanchopancesca: realista y refranero, austero y socarrón, en todo caso sentencioso, senequista, con un punto de ironía, y un tanto lioso. Todo es trascendido y puesto en una clave donde se halla lo universal humano.

         Sabía de la creación de esta obra que hoy reseño porque durante su proceso creativo alguna vez hablamos de ella. Alguna vez me contó de sus pesquisas. Alguna vez me recitó, e incluso cantó, algunas de sus letras.

         Me admiran las múltiples facetas que dan pie a sus cantes, la variedad de estos y el dominio que Pepe tiene de ellos, porque el libro, quizá debiera haberlo escrito antes… es de letras flamencas. El título lo toma de un verso hernandiano y el suyo, el verso de Pepe, brota de esas venas del sentir popular que no siempre dan agua limpia y clara porque “las apoderadas del Arte Flamenco siempre fueron doña Miseria y doña Calamidad”, escribe en la nota que abre esta obra. Ese curso de versos dan vida, sin embargo, a finos arroyos de agua cristalina donde se puede beber sin miedo, porque en los versos de Pepe no hay trampa ni cartón, no hay más cera que la que arde… Ahí expuesta, a la luz, al vivo sol que unas veces calienta más y otras…, pues eso: que si no hay vino, agua fresca, pero se puede beber, insisto, sin miedo, del venero, de los venajes de Pepe.

          Sentencioso y sapiencial en sus maneras personales, no lo podía ser menos en sus versos, donde lo hallamos rotundo, berroqueño, seguro. Entre las violetillas y las flores silvestres de lo popular pueden hallarse, ¡cómo no!, esos otros rasgos culturalistas del hombre atento a todos y a todo, así nos cruzamos con don Francisco de Quevedo, el Lazarillo, Juan Ramón, Engels y Marx… y la Biblia en verso.

         Insiste nuestro poeta en el amor no logrado o malogrado en su proceso, con la visión de desencanto y desencuentro entre los amantes, con un final de ruptura y sufrimiento. Se muestra escéptico y avecindado a cierto cinismo cuando nos habla del bueno como tonto que siempre estará condenado, Sísifo eterno, a soportar las piedras que los malos ponen una y otra vez en su camino, en su cuesta arriba, en sus traiciones… Hay poca luz, diría alguien, en los poemas de José Alcántara: no hay salidas, no hay puertas, insisto: no hay más cera que la que arde y arde y mucho siempre para los mismos… ¿Dónde lo positivo de un mundo que siendo bueno no hay quien pare en él? El poeta canta lo que le rodea y cómo lo ve, pero no está entre sus quehaceres el dar salida y solución al mal…

         La política no podía dejar de estar presente en el atento escrutador de lo cotidiano. Lee Pepe a diario los periódicos, unos días con más tiempo y otros echándoles un vistacillo… La política se refleja como una realidad terrible donde quedan siempre los problemas sociales de los más débiles en el alero, a la intemperie siempre, en la cola, a la espera, pero Pepe no deja por ello de denunciar lo evidente, pues, siéndolo, como aquel rey desnudo que mostraba sus partes, nadie se atrevía a denunciarlo, pero no es el caso de los versos de José Alcántara que no tiene inconveniente en decir a pie quieto que el rey está desnudo: que el pobre es despreciado y arrinconado, humillado, ofendido, olvidado una y otra vez por una política de grandes cifras y brillos, pero que no alcanza a ayudar a los más indefensos. Es cierto que, a lo peor, podemos encontrar en sus versos cierto maniqueísmo estereotipado en ciertos ámbitos: el rico es naturalmente malo, como bueno el pobre, aunque como él mismo dice en su nota del comienzo, por desgracia: “Los cerdos están muy repartíos”.

         No cabe duda de que sabe Pepe de los cantes y de las palabras. Cierto es que entre los cardos y cambrones surge el verso delicado, el sentimiento sencillo y cargado de ternura, del que pronto se recupera el poeta con una impertinente tos sobrevenida que ayuda al disimulo, pues parece sentir cierta vergüenza ante el derroche de ternura mostrada. El flamenco, servidor no entiende, me da, no se estila ni estira en delicadezas, sino que tiende por natural a lo bronco y agrio, a lo áspero y ácido, porque quizá la vida, demasiadas veces, más es esto que aquello otro.

         Como no podía ser de otro modo, en el uso de las palabras hace gala el poeta de su extenso conocimiento del habla andaluza y en particular de la torrecampeña (no en vano es autor de un vocabulario, El habla torrecampeña). Usa con desparpajo la grafía de las palabras según se pronuncian en su tierra y así hallamos la pérdida de la interdental entre vocales: na, por ‘nada’, to por ‘todo’, pué por ‘puede’, etc.; como muchas otras expresiones andaluzas: todico, pa por ‘para’… Muchas de ellas son también, entiendo, licencias del cante. Las palabras de uso común, insisto, en andaluz y en torrecampeño, en la obra, son legión.

         Es la creación poética una actividad semiclandestina, propia de seres marginados y marginales, y como tal recibo el libro de mi amigo José Alcántara que me lo da como si me pasara un artículo a ciclostil contra Franco en los años 60.

         Pepe, muchas gracias por tu dedicación y por tu libro, que bienvenido es.

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