¿Qué nos descubre Ariely en sus estudios sobre la mentira?
Dice que todos mentimos lo que es, sin duda, una mentira: hay quienes no
mentimos, pero esa primera afirmación es una mentira consoladora y ese consuelo
nos reconcilia con nosotros mismos, con la imagen que tenemos de nosotros, con
la imagen que pretendemos dar a los demás de nosotros, con la imagen que los
otros tienen muchas veces de nosotros como personas íntegras. Como todos
mienten… yo, que también soy todos, los demás, la gente, etc. miento como lo que soy: un buen bellaco.
Mienten quienes valoran más otros intereses que la verdad:
es sencillo. Porque todo fin justifica
los medios y es arduo alcanzar el bien que supone hacerlo en el obrar y
evitar el mal, pues eso…, porque ande yo
caliente… y así llegamos a la conclusión de que:
1.
Todos mentimos, insisto, afirma;
2.
mentimos por interés particular: hacemos un balance
entre lo que deseamos, queremos, buscamos… y la posibilidad de ser sorprendidos
y si esta es menor que aquello… ¡nos la jugamos!;
3.
mentimos lo justito para no denigrarnos ante
nuestros propios ojos, por eso, incluso, nos mentimos a nosotros mismos: ¡uy,
mentirijillas piadosas!, medias verdades: ¡es tan duro el torso de la verdad
completa!;
4.
mentimos para ensalzarnos: recordando realidades
enaltecedoras de nuestro pasado que no son del todo ciertas (nunca estuvimos en
el desembarco de Normandía por más desembarcos que hiciéramos en nuestro
servicio en Infantería de Marina); nos otorgamos títulos de universidades a las
que no asistimos o cursos que no nos impartieron, amores que no tuvimos:
¡hubiera sido tan hermoso!;
5.
mentimos por agotamiento: en situaciones de
cansancio, por compensación… nos decimos, ¡qué
demonios –que dice Punset- que tampoco por un día…! ¡Y nos dejaremos caer
en la tentación y nos pasamos con todo el bagaje al enemigo!;
¿Algo nuevo
hasta ahora? Parece que no. Sigo. Es normal que quienes llevan marcas de
prendas falsificadas mientan más que quienes no las usamos, ¿les sorprende? A
mí no. Quienes hacen uso de esas prendas suelen ser personas acomplejadas por
mil motivos que no dudarán en salvar las apariencias por los medios que sean:
incluida, por supuesto, la mentira.
La mentira es contagiosa. Allí donde
uno miente, los demás tienden a mentir: ¿Dónde aprenderán nuestros hijos a
mentir?, me pregunto indulgente. ¿Recordamos aquello de la manzana podrida y el
canasto y el que a buen árbol se arrima…
y tal? Pues eso.
Ejemplos nos
cuenta Ariely de grandes empresas, supuestos personajes, personajillos… cazados
en sus mentiras, atrapados en sus propias telas tejidas para otros donde ellos
fueron también sus propias presas y víctimas. Sigo pensando que esta crisis
económica mundial que padecemos es fruto de las pequeñas mentiras que se
dijeron en muchos tratos entre los hombres. Pues sí, asombroso, pero cierto:
deseo y anhelo que los negocios se hagan con la verdad por delante, que se viva
con la verdad delante, detrás, debajo, al lado… ¿Que soy un iluso? No le
llevaré la contraria, pero le digo, por si le sirve, ¿por qué cree usted que
escribo yo este blog y usted lo está leyendo? Lo evidente es innecesario
decirlo y cuando se hace necesario es porque corren malos tiempos, ya sabe.
¡Ilusos ilusionados!
Todo esto y
mucho más, con indudable gracejo, Ariely, bien traducido al español, hace más
que llevadero y amable, como escribí, la lectura de esta obra sobre temas
relacionados con nuestra experiencia, el sentido común, nuestras intuiciones…
todo relacionado con el mundo de la vil mentira.
Sí, mentimos… todos
mienten, ya saben… Pero y la solución, ¿cuál es la solución para que no
se mienta, qué hacemos para no mentir, para que no nos mientan? Conozco a muchos
que mienten, pero no conozco a nadie que le guste ser engañado, afirma el
obispo de Hipona, ¿sabe usted quién es, don Dan?
¿La
solución?... en la siguiente entrada…
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