9 de abril de 2013

Dan Ariely: POR QUÉ MENTIMOS... (II)



             ¿Qué nos descubre Ariely en sus estudios sobre la mentira? Dice que todos mentimos lo que es, sin duda, una mentira: hay quienes no mentimos, pero esa primera afirmación es una mentira consoladora y ese consuelo nos reconcilia con nosotros mismos, con la imagen que tenemos de nosotros, con la imagen que pretendemos dar a los demás de nosotros, con la imagen que los otros tienen muchas veces de nosotros como personas íntegras. Como todos mienten… yo, que también soy todos, los demás, la gente, etc. miento como lo que soy: un buen bellaco.

         Mienten quienes valoran más otros intereses que la verdad: es sencillo. Porque todo fin justifica los medios y es arduo alcanzar el bien que supone hacerlo en el obrar y evitar el mal, pues eso…, porque ande yo caliente… y así llegamos a la conclusión de que:
1.     Todos mentimos, insisto, afirma;
2.                mentimos por interés particular: hacemos un balance entre lo que deseamos, queremos, buscamos… y la posibilidad de ser sorprendidos y si esta es menor que aquello… ¡nos la jugamos!;
3.                mentimos lo justito para no denigrarnos ante nuestros propios ojos, por eso, incluso, nos mentimos a nosotros mismos: ¡uy, mentirijillas piadosas!, medias verdades: ¡es tan duro el torso de la verdad completa!;
4.                mentimos para ensalzarnos: recordando realidades enaltecedoras de nuestro pasado que no son del todo ciertas (nunca estuvimos en el desembarco de Normandía por más desembarcos que hiciéramos en nuestro servicio en Infantería de Marina); nos otorgamos títulos de universidades a las que no asistimos o cursos que no nos impartieron, amores que no tuvimos: ¡hubiera sido tan hermoso!;
5.                mentimos por agotamiento: en situaciones de cansancio, por compensación… nos decimos, ¡qué demonios –que dice Punset- que tampoco por un día…! ¡Y nos dejaremos caer en la tentación y nos pasamos con todo el bagaje al enemigo!;
¿Algo nuevo hasta ahora? Parece que no. Sigo. Es normal que quienes llevan marcas de prendas falsificadas mientan más que quienes no las usamos, ¿les sorprende? A mí no. Quienes hacen uso de esas prendas suelen ser personas acomplejadas por mil motivos que no dudarán en salvar las apariencias por los medios que sean: incluida, por supuesto, la mentira.
         La mentira es contagiosa. Allí donde uno miente, los demás tienden a mentir: ¿Dónde aprenderán nuestros hijos a mentir?, me pregunto indulgente. ¿Recordamos aquello de la manzana podrida y el canasto y el que a buen árbol se arrima… y tal? Pues eso.
Ejemplos nos cuenta Ariely de grandes empresas, supuestos personajes, personajillos… cazados en sus mentiras, atrapados en sus propias telas tejidas para otros donde ellos fueron también sus propias presas y víctimas. Sigo pensando que esta crisis económica mundial que padecemos es fruto de las pequeñas mentiras que se dijeron en muchos tratos entre los hombres. Pues sí, asombroso, pero cierto: deseo y anhelo que los negocios se hagan con la verdad por delante, que se viva con la verdad delante, detrás, debajo, al lado… ¿Que soy un iluso? No le llevaré la contraria, pero le digo, por si le sirve, ¿por qué cree usted que escribo yo este blog y usted lo está leyendo? Lo evidente es innecesario decirlo y cuando se hace necesario es porque corren malos tiempos, ya sabe. ¡Ilusos ilusionados!
Todo esto y mucho más, con indudable gracejo, Ariely, bien traducido al español, hace más que llevadero y amable, como escribí, la lectura de esta obra sobre temas relacionados con nuestra experiencia, el sentido común, nuestras intuiciones… todo relacionado con el mundo de la vil mentira.
Sí, mentimos… todos mienten, ya saben… Pero y la solución, ¿cuál es la solución para que no se mienta, qué hacemos para no mentir, para que no nos mientan? Conozco a muchos que mienten, pero no conozco a nadie que le guste ser engañado, afirma el obispo de Hipona, ¿sabe usted quién es, don Dan?
¿La solución?... en la siguiente entrada…

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