5 de abril de 2013

Dan Ariely: POR QUÉ MENTIMOS... EN ESPECIAL A NOSOTROS MISMOS







   Reconozco mi admiración ante los ensayistas, científicos, estudiosos y divulgadores de los Estados Unidos. Me parecen personas de una eficiencia y una eficacia para estudiar, constatable, reconocible y reconocida. Son capaces de escribir un ensayo rápido y de extensión, digamos, suficiente, de fácil lectura, de escasa hondura, tras estudios ingeniosos de campo o laboratorio, a veces costosos, en colaboración con colegas de apellidos ajenos al origen troncal común de su lengua inglesa, profesores importantísimos de universidades de las que solo ellos saben o conocidas a rabiar, donde agradecen -casi siempre al comienzo de la obra- la colaboración a una incontable cantidad de personal y las facilidades aportadas por no sé cuántas instituciones públicas y privadas que apoquinaron parte de los gastos, el tiempo de residencia en no sé que universidades, departamentos y etcétera y etcétera. ¡Jauja! Todo ello se concentra en una obra donde, por ejemplo, nos explican cómo funciona un destornillador, para qué sirve, cómo lo podríamos usar en el hogar, cómo lo usan los chicanos de la frontera sur, cómo la Hermandad Nacional India del Canadá, cómo lo hacen los universitarios medios de los campus medios de las universidades medias del medio oeste… y después de ciento cincuenta páginas –no más de doscientas- con una frescura que hipnotiza, con una soltura envidiable, concluyen que la mayoría de todos ellos, tras los muchos estudios realizados, usan los destornilladores para tres actividades básicas: una, para atornillar tornillos cuyas ranuras se corresponden en su cabeza con la llamada boca de la herramienta denominada destornillador; dos, para desatornillar tornillos cuyas ranuras se corresponden en su cabeza con la llamada boca de la herramienta denominada destornillador; y tres, y última, si bien en tantos por cierto que no siempre son significativos desde el punto de vista estadístico, para limpiarse las uñas. Y todo ello, ya digo, como quien silva. Eso sí: póngasele un título y una portada atractivos al artefacto. Admirable…
         Sin duda el párrafo anterior tiene algo de base verídica y gran parte de todo ello de hipérbole. Una exageración. Y lo escrito lo hago no sin cierto enfado y defraudado.
         Quienes me conocen y siguen algo este blog saben de mi acendrada atracción por la verdad y la virtud de la sinceridad. La verdad, pienso muy firmemente, nos hace libres. Sé que la virtud principal es la prudencia, pero a ver, no siempre a uno le atrae la chica más guapa del grupo, sino esa otra pecosilla y pequeña o esa alta rubia de aspecto… Son inclinaciones no fáciles siempre de explicar.
         Hace un par de meses quizá, en realidad, olvidé exactamente cuándo, me topé con el título de un libro que me resultó simpático: Por qué mentimos… en particular a nosotros mismos. Me resistí a comprarlo, pero en esta faceta de la adquisición de libros me ocurre lo que aquel decía: suele ser tanta la insistencia y tan poca la resistencia… que terminé haciéndome con él. No leí ni he leído nada del libro y de su autor no lo he hecho con más detalle hasta que he terminado la lectura de la obra.
         Empecé a leer la obra y comprobé que de forma más o menos exacta su contenido y redacción se correspondía con lo que en este primer párrafo expongo. Digamos que las experiencias vitales de muchos eran constatadas por el profesor Ariely y sus muchos y variados colegas, tras realizar innumerables e ingeniosas investigaciones en diversos centros, con diversas personas, etc. En general se comprobaba que lo que el sentido común dicta, se aproxima en general a lo que sus investigaciones decían, salvo en algunas experiencias donde parece que se producían ciertas desviaciones de la media, lo previsible, etc.
         Nadie tiemble ante la lectura de este libro por no ser un experto sociólogo, ni haber cursado con especial aprovechamiento la asignatura de estadística: innecesarios esos viajes para vestir este sayo. Con un poquito de leer, con no excesiva atención, Ariely desgrana sus investigaciones y uno va pasando un rato amable. Así de amable iba mi rato que incluso, a mitad de la lectura del texto en alguna oportunidad, lo aconsejé a algunos colegas, como la obra que era, como divertimento, como constatación insisto de lo que la experiencia nos tiene enseñado. Ya lo siento.
         Continúa…

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