España no perdona es, considero, el título atinado de una realidad que, por desgracia, sigue vigente. Es el título que da razón de mi penúltima novela. Hace unos días el hoy Ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, comentó que España no es un problema. Quizá tenga razón. Quizá sea más correcta otra formulación idéntica en apariencia, pero profundamente distinta: El problema es España.
La
reflexión sobre la realidad nacional, sobre qué fue lo que movió, lo que hizo,
lo que generó y estaba –y quizá esté- en el hondón de la realidad hispánica es un
pensamiento recurrente entre intelectuales, y otros, en el terruño nacional. De
Cervantes a Larra, de Quevedo a Costa, del católico Rey aragonés a Azaña, a
Ortega, a Unamuno… España siempre estuvo en el cristal del microscopio. Castilla
hizo a España dijeron, mas ¿cómo fue aquel parto tan mal avenido que aún hoy
los españoles seguimos divididos? Unamuno habló de la individualidad y la
envidia del español. El español es tan rácano que por no usar la palabra admiración habla de la envidia sana, que es tanto como un sano
cáncer, un hermosa lepra… ¡y pura ignorancia de cínico!
Mi
España no perdona se escribió junto a otras
muchas obras sobre la Guerra Civil, que es el mayúsculo trastazo de un pueblo,
un error antonomásico, un error superlativo. Otras naciones por entonces
pelearon, poco antes, poco después, mas ninguna lo hizo contra sí misma en una
guerra fratricida. No hay peor guerra que la contienda entre hermanos, donde al
fondo siempre hay un telón religioso, escribió Bernanos. La guerra entre Caín y
Abel es la guerra de la envidia que movida por el odio habla de un Dios
denostado por uno, amado por otro.
España no perdona no es un reparto del culpas
porque el escritor no es necesariamente juez de nada, todo lo más, si acaso,
aprendiz de notario. Leí y medité sobre esa guerra lo indecible y concluí por
ello en que nosotros, la generación del babyboom, la generación X o como se nos
quiera llamar a quienes nacimos en los 60 no tuvimos la culpa de aquello que
rompió aguas en el 36, pero aún la guerra coleaba vívida en esos años. Tampoco tuvieron
la culpa quienes nacieron un poco antes, quienes nacieron en los 70, en los 80,
en los 90… ni quienes, doblado ya el siglo, aún siguen naciendo con ese pecado de
origen. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón, escribió con acierto
don Antonio Machado:
Españolito
que vienes
al mundo te
guarde Dios.
una de las
dos Españas
ha de helarte
el corazón.
No
se equivocó el poeta sentencioso de la última hora. Es por todo ello que este
libro tiene en su portada banderas que se entrecruzan –las puso Daniel Arias de
Saavedra-, banderas sobre el polvo, banderas sobre el lodo, banderas que hablan
de banderías y de bandos, de buenos y malos, de rojos y azules, de ricos y
pobres. Hablan de un pueblo inculto que grita y no se escucha porque no quiere
oírse. ¡Ay, banderas de sangre!
Juntos
a ninguna parte, escribe Delibes. El español no va junto con otro español a
ninguna parte. El progreso al final, el progreso verdadero e ideal, dirá
Delibes está recogido en un texto de San Juan donde Cristo nos manda amarnos
los unos a los otros, etc. Sí, ya sé… ¡ya lo sé!
La
España de hoy también no perdona a las Españas fratricidas, pero aún está con
la escopeta cargada y con la guardia atenta y baja, dispuesta siempre a
descerrajar un tiro en la otra España, a darle con una quijada de burro en la
cabeza para abrirle a la otra, a la que sea, pero a España, la cabeza… porque España no perdona a quienes se mataron e
inocularon el odio en el resello del hondón del alma española, el odio a la
otra España… Siempre, por lo menos, las dos Españas…
Sirvan
estas palabras como puesta de largo de esta novela mía que nace en AMAZON, sin más
presentación ni más cobijo que la intemperie, pues como ella, este, su autor,
así vive, al calor de lo que Dios disponga.
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