A
Oli, con mi cariño, por ser
tan buena
bibliotecaria.
En una razzia amable la casa del amigo saqueo.
Su hija primogénita es la bibliotecaria. Ella, muy seria, en su papel, toma
nota exacta de todos los libros que cargo. Adhiere un papel donde me indica
cuándo he de devolverlos. Bien hecho. No lo olvidaré. Gracias al amigo, gracias
a la bibliotecaria.
Leer poesía es volver, a veces, por una
senda semejante a otras recorridas. Volver a casas de algún modo conocidas…
Quiero dar, primero, me permitirán, las gracias al poeta por su donación a
fondo perdido de su existencia en versos… ¡Qué maravilla!
“No comprendo la poesía y por eso no la
leo”, me dice una buena amiga. Esto me recuerda a veces al viejo anuncio de la
tónica Finley… en la que la conclusión es “que la ha probado poco”. Es posible
que así sea.
Conocí a Miguel d’Ors hace mucho
tiempo. En la Facultad de Letras de Granada. No tuve la fortuna de que me diera
clase. La vida a veces se muestra esquiva; mas como no es fácil conformarme,
aunque no me diera clase, me colaba de rondón en su seminario para alumnos –la
puerta del despacho siempre abierta donde él, dentro, solía estar solo y
leyendo- hasta que descubrió sí que yo era alumno, pero no de sus clases. Nada
le importó. Nos gustaba la Literatura con la que él había convivido tanto y a
mí me gustaba saber de sus caminos posibles, de sus ciudades y castillos, de
sus casas encantadas, de sus albergues, de sus noches, de la soledad muda…
Dividida La imagen de su cara en tres partes, en la segunda, El arte por no helarte, allá por su
poema Nuevas tendencias de la crítica
literaria concluye con un rotundo “Quita
tus puercas manos de mis sueños”. Cierto, ¡ah!, claro que sí… ¿¡Cuántas veces,
mis queridos escolares, no reflexiono sobre esa realidad grosera que disecciona
con manos y mentes sucias poemas que fueron concebidos tan solo para ser
leídos? ¿Con qué derecho llegan, o llegamos, los demás para decir o dejar de
decir…? ¿Es que acaso no está bien dicho y escrito lo que el poeta escribió y
está ahí en el libro?
Tengo las manos limpias. La mirada
clara…, porque no soy como esa rubia que no ve al poeta. Entro de puntillas en
la poesía con el afán de no despertar los versos, como un vientecillo suave que
los airea y vivifica.
Son los poemas, casi todos, de los años
noventa, comienzos. En su primera parte, en Álbum,
el poeta nos invita o se invita o es invitado, o todo a la misma vez, a remirar
y repensar y recordar lo pasado. Un álbum esconde el pasado quieto en unas
instantáneas. Unas fotos que recogen una risa helada y forzada o amable u
olvidada. ¿En que fue a parar ese que fui yo? Viene a decirse el poeta.
Miguel, no lo conozco lo suficiente,
creo que por gallego, por curtido, por inteligente mira con cierta sorna, con
ironía cierta sobre él y su quehacer, lo que le permite tomarse perfectamente
serio en broma. Fácil decir lo del gallego en la escalera que no se sabe si
sube o si baja, cuando la realidad es simple: está parado. No más.
De la mano por su Álbum el presente lleva al pasado y este sitúa el ayer en
ahora, en este mismo instante, en suave vaivén de un tiempo que carece de
relojes y de días y de almanaques.
Rememoración amable, a veces, no tanto
en otras, que se guía por los sentidos externos –el olfato y la vista
principalmente- de pequeños detalles apenas perceptibles para el niño que era
entonces el poeta. De lo insignificante se carga el revólver que dispara hoy
sus versos con balitas ayer llenas de pormenores fragmentarios. El colegio, los
antepasados con laberínticas relaciones de sangre, las fotos que sugieren
mundos extinguidos o falsos.
Nostalgia, saudade, añoranza, sin
sobresaltos, sin queja, sin anhelo de recuperación sino solo constatación de lo
recordado: los objetos, las personas, los momentos… Los seres en sus espacios y
sus tiempos colocados en la caprichosa balda del recuerdo donde todo se acomoda
de forma extravagante y caprichosa. Ahí desfilan: Tía Pepita, tío Atilano, su
padre en el frente de Guadalajara allá por la Guerra fratricida del 36, el
Hermano Isidoro dando clase…
Se envuelven los poemas en la
misteriosa sencillez de lo cotidiano, de lo vivido con presuroso paso y que
ahora, en el verbo del verso, se remansa y estanca, se sitúa y acomoda. Todo
parece tan elocuentemente sencillo en el suave vaivén de los poemas de d’Ors
que invitan a la propia rememoración: ¡qué enigma de laboriosa sencillez!
Recuerdos de sus tierras de allá del
norte, de Galicia y Navarra, de Pontevedra y Pamplona, Granada en su sierra…
Por allá anda ahora el poeta. ¿Tendrá plantas como en el sur?
Se te poetiza la prosa. Don Miguel d'Ors es un grande y renunciaría a mis excesos por una hora de sus clases.
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