26 de julio de 2012

Miguel d'Ors, LA IMAGEN DE SU CARA, (y termino).


       
         Dos apartados más componen esta obra. Más breves que la primera, pero no por ello con menos enjundia, no por ello con menos sorna…
         Se me olvidó decir en la anterior entrada –que para esto también está esta- que el poeta teje un trazado semejante al que da pie indirectamente, entiendo, con las palabras de Borges al título del libro. Hace referencia a algunos otros de sus poemas o de sus libros, de sus gustos literarios o musicales y genera así un mundo que no puede ser tan cerrado y próximo al generado por el novelista –Faulkner o García Márquez, me vienen ahora a los dedos-, pero no es una mera reiteración repetitiva y redundante como sucede en algunos poetas de los que ahora no quiero acordarme.
         En la segunda parte, tras Álbum, El arte por no helarte escribe el poeta:

Y me dice: un poema
debe ser como esta cartulina marchita:
debe reunir en un solo instante de magia
lugares, tiempos, vidas,
sueños que se entrecruzan con más sueños

y cosas que no pueden entenderse.

         ¡Claro mi amigo, claro! Para eso estás tú, para tantear con tus versos en lo enigmático y misterioso del hondón de la existencia, de la realidad y de las almas, del que va camino del Santiago eterno, bajo el status viatoris… Es el poeta el encargado de atisbar, de mostrar, si puede, eso que es incomprensible y ahí están tus versos que me llevan por tu Álbum a no quedarme helado y volver sobre mi existencia y mis recuerdos. El poeta vidente, el poeta torre de Dios
         De pasear por otros poetas, por otras voces, por otros ámbitos, te pasa a ti y nos sucede a todos, que, al final Mis mejores versos los escribieron otros poetas… Como bien escribes (hoy le comentaba a un amigo de un cretino, bien podría ser político, que recomendaba entre todas las obras habidas especialmente, encarecidamente… ¡las suyas! Mi repugnancia más leal para él). Meditamos en los versos y los escritos de otros y nos parece estar remedando, copistas en la torre, lo que otros pensaron, lo que otros vieron… ¿No se trata, de eso, al final, Miguel, de ir y volver cien veces por la misma vereda hasta llegar hasta a su final, allí, al otro lado de la pared sin muro?
         Darditos envenenados para los eruditos a la violeta, para los sabios de salón, para los listos de los congresos, para los publicones de necedades insustanciales… No son citados con sus nombres quienes se autoproclamaron y denominaron enemigos pero sí los amigos: Felipe Benítez, Andrés Trapiello…
         Concluyo con la cita que en la obra no es sino un trocito de pan, Mateo 5,11, pero que sopo y dice: Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
         Me quedo con la verdad indeleble de su poesía, don Miguel. Ahora vengo.

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