Como ya he comentado en alguna entrada
anterior y con referencia a cómo uno selecciona los libros que lee, por qué los
elige, cómo llega a ellos, cómo se antepone una lectura a otra… nos solemos
encontrar ante el portalón del enigma. Es el caso del libro que paso a
comentar.
Me lo recomienda un geógrafo amigo,
interesado en el urbanismo, persona de mi confianza… que me dice que lea a un
autor y me da dos títulos de los que elijo uno al azar. Lo pido a mi librera y
así llego a Bruce Bégout a su Lugar común. El motel americano. De
reojo mi mujer me pregunta si el libro va sobre los locales de colorines que
hay en las carreteras… le explico que no exactamente, pero que también en parte
sí.
Felicitar al autor y al traductor, pues
leído en español el texto es un prodigio de creación y exactitud. Se ve que
tanto uno como otro han mimado el hallar la palabra exacta y, además, han
logrado cobijar adjetivos bajo sustantivos que nunca vi juntos, que nunca
hubiera pensado amigos. Me gustó.
Si usted me pregunta de qué va el
libro, yo tendría que contestarle que de los moteles… Sí, así, de los moteles yanquis. Esos
moteles que hemos visto en mil películas, que hemos imaginado –semejantes como
dos gotas de agua- en las lecturas de tantos y tantos libros. ¿Pero y qué se
puede decir de los moteles?, se puede preguntar usted y me pregunté yo…
De los Estados Unidos en sí, digamos no
he leído gran cosa. Quiero decir sobre su geografía, sus gentes, sus costumbres…
Conozco de ellos lo que se nos ha colado dos millones de veces por la tele. Hace
muchos años leí un libro de Miguel Delibes, USA
y yo, que me aproximaba a esas gentes hace cincuenta años… También leí un
libro de viajes que se cita en esta obra, un libro de Steinbeck, Charlie y yo, en el que se nos narra el
viaje del novelista en una caravana, creo que era, por los Estados Unidos… No
va más, si no me falla la memoria.
El motel es el símbolo de una sociedad uniformada,
una sociedad que anhela y busca lo distinto y halla un espacio semejante, casi
idéntico, junto a la carretera, donde la gran sorpresa es que no hay sorpresas
para el viajero. Todos los moteles son semejantes. Todos los moteles tienen prácticamente
lo mismo. El motel es un espacio que se crea barato para dar albergue al
viajero, de hecho el motel es palabra derivada de motor y hotel… El viajero
impenitente, el hombre que necesariamente por su trabajo va y viene, atraído
por unas luces de neón, paga unos dólares por descansar un rato.
El motel ha sido motivo de mil
películas (Psicosis de Hitchcoch), de
novelas (Lolita de Nabokov)… Es el
motel espacio para ocultarse, es el motel el espacio idóneo para el negocio
poco claro, para las relaciones ilícitas… El ambiente desencantado y monótono,
¡ese es precisamente el confort del motel!: todo es conocido, todo es lo mismo,
todo es repetido, todo es… idéntico: una cama semejante frente a un televisor
casi idéntico, en un dormitorio la mar de parecido al de la noche anterior a
quinientos kilómetros, con un aseo calcado al ya conocido, con un vaso envuelto
en una bolsa de plástico que bien pudo ser el mismo que usó la noche anterior.
El coche queda aparcado delante de la misma puerta. Nada se oye, a nadie se ve…
Curioso el concepto que no habría
sabido nombrar con exactitud del hobo…
Llamado así en el inglés americano al hombre que vagabundea, que trabaja a
veces, que está un tiempo en algún sitio, que luego se marcha, que no se adapta
a un mismo espacio, incapaz de tener responsabilidades a largo plazo… No es el hobo un vagabundo, ni un pordiosero, ni
un pedigüeño… Me ha recordado a ciertos personajes de las novelas americanas de
los años 30 tras el crack…
Libro de lectura amable, entiendo, para
el viajero, para quien gusta del mirar y desde ese mirar deducir cómo es la
sociedad que da lugar a un espacio como el motel y qué de deriva de ello. Eso
creo que hace Bégout… hace de espectador atento, trascendente,… para el lector.
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