21 de marzo de 2012

Practicar la lectura sin odiar la lectura, Isabel Orejales Villar.


   

         Ya desde que compré el libro me preguntaba para qué de nuevo volver sobre lo mil veces pensado, meditado, debatido, hablado, tertuliado, escrito… y leído. Cierto que hacía años que no leía para un nivel tan primario sobre la lectura de los niños: muchos años. El libro tiene un doble carácter, creo: terapéutico y pedagógico, con un fuerte contenido en todo de experiencia.
         Recuerdo lo que decía José Antonio Marina sobre la inteligencia generadora y la inteligencia ejecutiva en las personas. Da la impresión de que todo niño aspira, desea aprender a leer, quiere descifrar lo escrito, necesita comunicarse. Conocí, seguro que usted también algún otro, el caso de un niño que sabía de memoria el libro que le leían en casa y lo conocía tan bien que pasaba la página como si mismamente lo estuviera leyendo: “No sabe leer –me aclaró su mamá-. Es que se lo sabe de memoria”. Así es: el niño, esa inteligencia deseante, esa inteligencia que genera ambiciones, deseos, parece que de pronto se ve interrumpida, se quiebra, renuncia… y llega el momento en que el niño ya no desee leer. Le resulta angustioso leer. Rechaza la lectura y el libro y todo cuanto a este haga referencia.
         Educar es conducir hacia lo mejor, es mostrar lo mejor, es generar en el niño esa inteligencia ejecutiva que opta por lo mejor. Nunca hallé a nadie que me dijera que leer es malo, negativo, nocivo… Antes al contrario, incluidos quienes no leen un libro. Tres confesiones en el tiempo: un profesor de instituto me comentó un día “Llevo dieciocho años sin leer nada relacionado con mi materia”: asombroso, apabullante, catastrófico. Otra profesora de cierta edad, digamos, madre de varios hijos: “En mi vida he logrado terminar un libro”: sin palabras. Ingeniero… “Nunca he leído un libro”… atónito me quedo. ¿Cómo es posible? Si es bueno, si todos decimos que leer es beneficioso ¿por qué no se lee? Para mí es muy simple: en mi escala de valores hay realidades más valiosas, necesarias, objetiva o subjetivamente… que la lectura. Así de fácil. A mí me interesa mucho la lengua alemana, pero no le dedico ni un minuto porque no lo dispongo para ella. Sencillo.
         Todos los años se hacen encuestas del número de libros que leemos. Pocos. La experiencia me dice, sin embargo, que quienes leen, leen mucho. Me llama la atención la poca cantidad de libros que leen los universitarios.
         Ya nos gustaría que el niño fuera un lector eficaz, un lector feliz, un lector habitual. Una de las claves del éxito, leo, de los estudiantes en Finlandia es su alta eficacia lectora. Me digo: con el frío que allí hace, seguro que también ganarán los concursos de maquinitas y todo cuanto no requiera salir a la calle. La lectura tiene muchos enemigos, me dicen. Sinceramente creo que Internet nos dispersa, pero no calificaría de enemigos ni a la televisión ni a Internet, ni a la calle… Hay un tiempo para sembrar, un tiempo para crecer… Sí observo de muchos años a esta parte que la capacidad de concentración ha descendido muchísimo; también ha descendido la virtud de la paciencia, el umbral de la espera, de lo desvelado lentamente… tal y como puede ocurrir en la trama de un libro. El niño, el adolescente, es cada vez más impaciente, más distraído, inquieto, más inmediato… vive ansioso, intranquilo.
         La autora de este libro da una serie de pautas, para mí complejas, pues no leo el libro como padre sino como profesor y más me da la impresión de que este libro va dirigido a padres con niños que tienen dificultades con la lectura, que la rechazan, que progresan en ella. No olvidemos que el mal lector es un potencial fracasado académico: no comprende lo que estudia. Muchas dificultades en materias, supuestamente alejadas de las letras, se cuecen en ese cazo: el problema de matemáticas no es resuelto porque no se comprende el enunciado (o está mal redactado), por ejemplo. Halla el lector en el libro una serie de títulos para las distintas edades que pueden orientar a los papás para comprar libros para sus pequeños.
         Leer es un placer… para quienes gustamos de la lectura, sus libros y su mundo. Leer es una condena…, un severo dogal para quienes tienen el padecimiento de no gustar de ella y la necesitan.
         Tener libros a la mano, dedicar ratos a la lectura en casa… puede ayudar a todos a generar hábitos lectores. Las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran.

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